Este 4 de marzo se cumple el primer aniversario de la muerte del cantante y compositor Anthony Ríos. El Gordo para muchos o El Loco como le gustaba llamarle a su fiel escudero Raphy D’0leo. Una vez que me mandó a buscar porque quería conocerme. Le gustaba como yo escribía, pero sobre todo porque él amaba Cuba y su historia.

Yo conocía a Anthony, sin saber que se llamaba Anthony Ríos, porque en Cuba había un programa diario de radio que se llamaba Nocturno, cuya canción tema era justamente Fatalidad, su canción insignia.

Así que cuando lo pude conocer, fue como conocer a un ídolo que nunca antes había sabido que tenía su nombre y su apellido. El resto de su gran repertorio lo conocí aquí. Aprendí a amar su estilo y después su manera de ser poeta de la vida.

Anthony vivía en actitud de poesía, con un maravilloso sentido del humor. Vivía como quería y siempre se ocupó de sus 27 hijos. Él se forjó su estado de gracia para escribir canciones, para pensar a su modo, para ser todo lo gordo que le dio la gana, y para vivir como vivía, en contacto con la naturaleza y con la verdad, con su verdad, la Poesía.

Ahora lo recuerdo como en un video sin fin, erguido sobre un forwilys, de pie sobre los estribos, y con las manos en los manubrios, echando carrera por las márgenes de uno de los tres ríos que confluían más arriba de su finca

Anthony Ríos era un filósofo natural. Nos gustaba conversar, metidos en uno de los ríos que bajaban por la zona donde vivía en Las 40, con una botella de Chivas Regal y hablar de filosofía, de sociedad, de política, de minerales, de la maravilla que son las mujeres, de la magia de la poesía, del don de la palabra, de los yoruba y de los indios, de José Martí y del diario de Máximo Gómez, de la falsedad de los libros de autoayuda y sobre las religiones.

Anthony era un hombre culto y dueño de una sensibilidad muy especial, pero sobre todo de esa primigenia sencillez que engalana a las grandes personas.

Me encantaba ir a su palacio presidido por una lechuza, que me recordaba aquella vieja canción de los Fórmula V, En el campo alegre sobre todo cuando decían «En el campo alegre tengo una casita,/ que no tiene vecinos y está hecha por mí./ Las paredes son de troncos de los bosques / y el techo es de pizarra de color azul».

Su casa de tres pisos fue la primera que vi con techo de pizarra, aunque realmente era verde. En el segundo piso había una terraza techada donde la pasábamos también conversando, comiendo asados y bebiendo. En el límite de su finca con el río había hecho una enramada donde había puesto un karaoke, donde le gustaba cantar y poner a cantar a sus visitantes. Una noche recibió con un puerco asado y mucho cariño a un cantante español cuyo nombre no recuerdo. Anthony le cantó algunas canciones, e incluso algo de karaoke, pero aquel hombre se mantenía incólume, aburrido más que una ostra. No tuvo la menor delicadeza de cantar una canción que Anthony le pedía. Fue un desaire feo. Anthony era un gran anfitrión.

Otro momento que tampoco se merecía Anthony fue más público, cuando en la Cámara de Diputados se presentó una propuesta para hacerle un homenaje, y un diputado por el cual no debería votar ni su mujer si es que la tiene, de nombre Manuel Díaz, diputado aún por Villa Altagracia, se opuso. Esa es su gloriecita, haberse opuesto a que reconocieran a Anthony Ríos. Este deshonorable no merece volver a ocupar una curul. Mientras tanto la gloria de Anthony Ríos crece. Su música se sigue cantando. Se sigue escuchando. Y los que fuimos cercanos a él extrañamos al amigo. El pueblo extraña al cantante y compositor de La Z; La Mancha, Si Ud. supiera, señora; Si un día te sientes sola, Imaginación, El bolsillo izquierdo, Viejo amigo, Si entendieras, Lo que te espera, Estás donde no estás, Morir de amor, Comprender más y amarse menos, Jaula de oro, Una noche no es bastante, entre muchas otras canciones que han configurado el mapa romántico de República Dominicana.

Anthony Ríos había nacido el 17 de julio de 1950, en Hato Mayor. Este año hubiese cumplido 70 años. Yo lo recuerdo todos los días. Debe estarse riendo ahora mismo en la Gloria y debe estar cantando en un karaoke, en la enramada junto a un rio de aguas transparentes que pasa muy cerca o quizás conversando con Nietzche o con Balzac.

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