Fernando Báez (Fuente Externa)

SD. Cuando conocí a Fernando Báez se me pareció a Andy Gibb. Parecía un personaje salido de los videos musicales de los 80. Su sensibilidad era la de la gente de entonces, mi generación, aquella época en que no existía la violencia, y la amistad era una devoción principal, más que a los equipos de pelota o a los artistas de moda o a los celulares.

Enseguida me abrió su corazón y la puerta de su casa y sus obras. Y con Fernando, María, su gran amor. Después llegaron sus hijos.

El año 2018 perdí a muchos amigos que se sumaron a Pedro Montequìn, Albert Staffeld y Percy Llanos: se me fue Angela Pere, con el dolor de que la tonta de su nuera no le dejara ver su nieta; se me fue Bernardo Marqués Ravelo, en Miami, con quien compartí demasiados rones, risas, poemas y boleros en el Bar del Polo, donde colindan Centro Habana y La Habana Vieja;  se me fue Tita Puente Galindo, mi prima segunda, que era el sostén de mi tía Emilia, la única viva de mis antepasados por parte de madre, en el Camagüey; se me fue Manolo Tillán, sordo como una tapia después de todo lo que sufrió en una inmerecida cárcel por supuestamente haber sustraído unas yardas de tela de la tienda que era suya y le habían robado en la dizque nacionalización allá por 1967, padre de mis amigos Manolito y Ramón, con quienes veía los cómics en el único televisor de la calle Luz Caballero entre A y B; se me fue  Guillermito Calderío, mi vecino de al lado, con quien a los 8 años hicimos la única empresa rentable que he tenido, un cinecito para niños en el taller mecánico de su padre Alipio, en Manzanillo, al Oriente de Cuba, emprendedurismo sofocado a los 15 días por el coordinador de lo que serían después los Comités de Defensa de la Revolución, que veía aquello como un peligroso proyecto del imperialismo yankee; se me fue el gran poeta cubano y hermano mayor, Rafael Alcides Pérez, ejemplo de dignidad y resistencia moral, luchando contra un cáncer que al final lo convirtió en cenizas diluidas en la corriente del río Buey, allá por Barrancas, cerca de donde Máximo Gómez se alzó en armas como un soldado más en la Guerra de Independencia de Cuba. Y se me fue mi hermano dominicano Fernando Báez, quien hoy cumpliría 62 años de edad.

Fernando era un hombre entregado a Dios, estaba convencido de que todo lo que sucedía era designio de Dios, y su frase preferida era «¡Dios es bueno!».

Dios es bueno, los hombres somos los malos, los estúpidos, los imbéciles, los tiguerazos, los pícaros, los malandros. Porque aún quiero que alguien me diga dónde está el dueño de la vaca que estaba muerta sobre la vía en la noche fatídica del 2 de julio del 2018, exactamente a las 9:30 de la noche, -vaca que ya había matado a otras dos personas- en que chocó contra ella, dio una voltereta en el aire y cayó al lecho del río. Aún exijo que alguien busque, indague, persiga, encarcele, a los bandidos que no más cayó la yipeta de Fernando al lecho del río casi seco que está cerca de Jacaranda, le cayeron como pirañas y le robaron todo al director de El rey de Najayo, Flor de Azúcar entre muchos documentales, y con quien trabajábamos en El Rey del Merengue.

No bastó que estuviese muerto, ninguno se interesó por darle primeros auxilios o ayudar al atontado chofer a sacar a Fernando de adentro de la cabina, más bien lo amenazaron que lo iban a matar si se interponía en el desguace que ellos hacían.

Hoy Fernando cumpliría 62. Su gran pasión, el cine, hoy le rinde tributo. De hecho, en la noche del martes, Omar de la Cruz dio a conocer en la rueda de prensa que el festival de Cine Global Dominicano este año está dedicado a la memoria de Fernando Báez y el premio de Cortometraje y Documentales llevará su nombre a perpetuidad. Honrar honra.

«María Cordero celebra la vida de un hombre que fue excepcional. Ella dice: Dios nos ira dando las fuerzas en estar con él. ¡¡¡Fernando llenaba tanto!!!».

Y sí, es cierto, Fernando nos hace una falta sin fondo, como aquel abismo del poema de César Vallejo a su hermano Miguel:

A MI HERMANO MIGUEL, IN MEMORIAM

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
¡donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: «Pero, hijos …».

Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.

Miguel, tú te escondiste
una noche de Agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.

Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno… Puede inquietarse mamá.

CÉSAR VALLEJO.

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