Louise Glück poeta norteamericana, ha sido declarada este jueves 8 de octubre, Premio Nobel de Literatura 2020. Lo ha dado a conocer el secretario de la Academia Sueca, Mats Malm, desde la sede de la institución en Estocolmo.
La poeta, quien es profesora de Literatura de la Universidad de Yale, estuvo ausente en las quinielas de este año. Y según el secretario de la Academia de los Nobel ha sido reconocida “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”.
La poeta estadunidense da continuidad a una lista de autoras premiadas que comenzó en 1909 con la escritora sueca Selma Lagerlöf y que es una corta lista de unas 16 mujeres ganadoras del más alto galardón literario del mundo. Es la primera poeta en recibirlo desde 1996, cuando fue recibido por la polaca Wisława Szymborska.
A los 77 años de edad, Glück, nacida en Nueva York el 22 de abril de 1943, se corona tras una larga y reconocida trayectoria, que comenzó a finales de la década de los sesenta, con una obra donde ausculta con frecuencia la infancia y la vida familiar, la estrecha relación entre padres e hijos y entre hermanos.
Entre sus títulos tan importantes se encuentran «Ararat», «Averno» (una antología poética «magistral», en la que Glück plasma una interpretación visionaria del mito del descenso a los infiernos de Perséfone, cautiva del dios Hades), «El iris salvaje», «Las siete edades», «Praderas», «Una vida de pueblo» y «Vita nova», entre otros publicados en español. «Pruebas y teorías» es un libro suyo de ensayos sobre poesía publicado en 1994.
Ganadora del Pulitzer por el «El iris salvaje» (1993), el National Book Critics Circle Award por «El triunfo de Aquiles», el Academy of American Poet’s Prize por «Firstborn», la Medalla al Mérito MIT, becas de las fundaciones Guggenheim y Rockefeller. Glück, primera mujer poeta galardonada con el Nobel de Literatura desde que en 1996 lo ganara Wisława Szymborska, ocupa actualmente la cátedra de Literatura en la Universidad de Yale.
Algunos poemas de Louise Glück.
(No se consta de datos sobre los nombres de los traductores de los primeros cinco poemas)
Mañana lluviosa
No amas el mundo.
Si amaras el mundo habría
imágenes en tus poemas.
John ama el mundo. Tiene
un lema: no juzgues
si no quieres ser juzgado. No
discutas este punto
con la teoría de que no es posible
amar lo que uno renuncia
a comprender: renunciar
al discurso no significa
suprimir la percepción.
Fíjate en John, fuera en el mundo,
corriendo incluso en un día miserable
como hoy. Que
elijas no mojarte se parece a la patética
preferencia del gato por cazar aves muertas: completamente
consistente con tus dóciles temas espirituales,
el otoño, la pérdida, la oscuridad, etc.
Todos podemos escribir sobre el sufrimiento
con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente
algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina
pasión por la carne roja.
La mariposa
Mira, una mariposa. ¿Pediste un deseo?
Uno no pide deseos a las mariposas.
Tú hazlo. ¿Pediste uno?
Sí.
Pues no cuenta.
La terquedad de Penélope
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
se precipitan sobre el alfeizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alfeizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
El espejo
Mirándote ante el espejo me pregunto
qué se sentirá ser tan hermoso
y por qué en vez de amarte a ti mismo
te cortas, rasurándote como un ciego. Creo que me permites observar
de manera que puedas volverte contra ti mismo
con mayor violencia,
necesitado de mostrarme cómo rasgas la carne
desdeñosamente y sin titubeos,
hasta que te veo correctamente,
como un hombre herido, no
el reflejo que deseo.
El límite
Una y otra vez, una y otra vez, ato
mi corazón a la cabecera de la cama
mientras mis acolchonados lamentos
se endurecen contra su mano. Está aburrido,
me doy cuenta. ¿Acaso no me trago sus engaños,
no pongo sus flores en agua? Lo miro cortar los trozos de carne
sobre el encaje de mamá,
distribuir magras porciones piadosamente… Puedo sentir sus muslos
contra mí por amor a los niños.
¿La recompensa? Por las mañanas, destrozada
por esta casa, lo miro tostar su pan
y probar su café, evadiéndose.
Las sobras son mi desayuno.
Traducciones de Frank Báez son los siguientes poemas, tomados del blog Revista Ping Pong:
Semejanza final
La última vez que vi a mi padre ambos hicimos lo mismo.
El estaba parado en la puerta de su habitación,
esperando que yo acabase de hablar por teléfono.
Que él no estuviera pendiente a su reloj
era una señal de que quería conversar.
Conversar para nosotros siempre significó lo mismo.
El decía algunas palabras, yo decía unas de vuelta.
Y en eso consistía.
Casi terminaba agosto, hacía mucho calor, mucha humedad.
Al lado los trabajadores arrojaban gravilla fresca en la marquesina.
Mi padre y yo evitábamos estar solos;
No lográbamos conectarnos, hablar por hablar.
Era como si no existieran
otras posibilidades.
Así que esta era especial: cuando un hombre se esta muriendo,
hay de que hablar.
Debe haber sido temprano en la mañana. De un lado a otro de la calle
los aspersores empezaron a funcionar. El camión del jardinero
apareció al final de la cuadra
hasta que se detuvo para estacionarse.
Mi padre quería contarme cómo era eso de morirse.
Dijo que no estaba sufriendo.
Dijo que se había quedado esperando el dolor, aguardando, pero nunca vino.
Lo único que sentía era una especie de debilidad.
Le dije lo mucho que me alegraba, que me parecía que tenía suerte.
Algunos de los maridos se subían a sus carros para ir al trabajo.
No gente que conociéramos. Nuevas familias,
familias con niños pequeños.
Las amas de casa se paraban en la marquesina, gritando o haciendo ademanes.
Nos dijimos adiós como acostumbrábamos,
Sin abrazarnos, nada dramático.
Cuando el taxi vino, mis padres lo observaron desde la entrada,
Agarrados de las manos, mi mamá tirando besos como suele hacer,
ya que le molesta cuando una mano no se está usando.
Pero por primera vez, mi padre no sólo se quedó parado ahí.
Esta vez saludó.
Eso mismo hice yo en la puerta del taxi.
Como él, saludé para esconder el temblor de mi mano.
Confesión
Mentiría si digo que no tengo miedo.
Le temo a la enfermedad, a la humillación.
Como todo el mundo tengo mis sueños.
Pero he aprendido a esconderlos,
a cuidarme a mí misma
de la plenitud: cualquier felicidad
atrae a las Furias del Destino.
Son hermanas, salvajes.
No poseen ningún tipo de emoción,
sólo envidia.
Fantasía
Les voy a contar algo: la gente muere
a diario. Y eso es sólo el principio.
Cada día las funerarias están dando a luz
nuevas viudas, nuevos huérfanos.
Sentados con las manos juntas,
tratan de dilucidar esta nueva vida.
Luego están en el cementerio, algunos
por primera vez. Tienen miedo de llorar,
algunas veces de no llorar. Alguien se aproxima,
les explica lo que deben hacer ahora,
que podría ser dar un breve discurso
o arrojar tierra a la tumba abierta.
Y tras esto, cada uno retorna a la casa
que está de repente llena de visitantes.
Imponente, la viuda se sienta en el sillón,
por lo que la gente se le va acercando en fila,
en ocasiones toman su mano, en ocasiones la abrazan.
Ella tiene palabras para todos,
les agradece, les agradece su presencia.
Aunque en su fuero interno quiere que se larguen.
Quiere estar de vuelta en el cementerio,
de vuelta en el lecho del enfermo, en el hospital.
Ella sabe que es imposible. Pero su deseo de retroceder,
es su única esperanza. Y sólo un poquito,
no hasta llegar al matrimonio o al primer beso.
Santas
En nuestra familia había dos santas,
Mi tía y mi abuela.
Pero sus vidas fueron distintas.
Mi abuela era tranquila, incluso al final de su vida.
Ella era como una persona andando en aguas calmadas;
Por alguna razón
El mar no se atrevía a hacerle daño.
Cuando mi tía tomó el mismo camino,
las olas rompieron contra ella, la atacaron,
que es la forma en que El Destino
le responde a quienes tienen una
verdadera naturaleza espiritual.
Mi abuela fue cuidadosa, conservadora:
de ese modo ella evitó el sufrimiento.
Mi tía no escapó de nada:
cada vez que el mar se retiraba,
alguien que ella amaba era arrastrado lejos.
Aún así, ella no experimentó
el mar como algo maligno. Para ella, era lo que era:
tan pronto tocaba la orilla se volvía violento.
Amor perdido
Mi hermana pasó gran parte de su vida en la tierra.
Ella nació, ella murió.
En el medio,
ninguna mirada de atención, ninguna oración.
Ella hizo lo que lo bebés hacen,
lloró. Pero no quería que la alimenten.
Aun así, mi madre la abrazaba, intentando cambiar
primero su destino, luego la historia.
Algo cambió: cuando mi hermana murió,
el corazón de mi madre se volvió
muy frío, muy rígido,
como un pequeñito pendiente de acero.
Entonces me parecía que el cuerpo
de mi hermana era un imán. Podía sentir cómo
acercaba el corazón de mi mamá a la tierra,
para que creciera.
Una novela
Nadie podría escribir una novela sobre esta familia;
los personajes son muy similares. Además, todos son mujeres;
había solamente un héroe.
Ahora el héroe está muerto. Como los ecos, las mujeres duran más;
son tan fuertes por su propio bien.
De ahora en adelante, nada cambia:
no hay trama sin un héroe.
En esta casa, cuando hablas de una trama
te refieres a una historia de amor.
Las mujeres no pueden dejar de moverse.
Ah, ellas se visten, ellas comen, ellas cuidan su apariencia.
Pero no hay acción, no hay un desarrollo de los personajes.
Están todos abocados a suprimir
la crítica del héroe. El problema es
su debilidad; su escena precisa;
cuál es su función pero no su naturaleza.
Quizás eso explica porque su muerte no fue tan conmovedora.
Primero él preside la mesa,
donde su poder patriarcal es más necesitado.
Luego se muere, unos metros más allá, su mujer sosteniendo un espejo debajo de sus narices.
Es asombroso cómo se mantienen ocupadas estas mujeres:
la mujer y sus dos hijas.
Poniendo la mesa, recogiendo los platos.
Cada corazón atravesado por una espada.
Día del trabajo
Hace exactamente un año de la muerte de mi padre.
El año pasado hacía calor. En el funeral, la gente habló sobre el
clima.
Cuanto calor hacía para septiembre. Que fuera de temporada.
Este año hace frío.
Ahora sólo estamos nosotros; la familia inmediata.
En el lecho de flores,
trozos de bronce, de cobre.
Enfrente, la hija de mi hermana monta su bicicleta
de un extremo a otro de la acera,
así como lo hizo el año pasado. Su deseo
es que el tiempo pase.
Mientras para el resto de nosotras
una vida completa no es nada.
Un día, eres aquel rubio que le falta un diente;
al siguiente, un viejo que se queda sin aire.
Viene siendo nada, en realidad, apenas
un instante en la tierra.
No una frase, sino un aliento,
una cesura.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).