En Media Luna, provincia Granma, Cuba, había un ingenio azucarero, el que tenía tres turnos de trabajo. Uno era de siete de la noche hasta las tres de la madrugada, el otro hasta las once de la mañana, y cerraba con el de las siete pasado meridiano.
El ingenio tenía un silbato de vapor muy agudo, que sonaba media hora antes para anunciar previamente la hora de entrada, que cuando llegaba al minuto en punto, en vez del silbato, sonaba un pitazo grave y prolongado que alcanzaba oírse a varios kilómetros a la redonda.
Nosotros siendo muchachos al escuchar ese grave sonido teníamos que correr y encaramarnos sobre un asiento o cualquier cosa donde pudieras levantar ambos pies del piso para evitar que el moringo o fantasma te llevara con él. Así debías permanecer, mientras duraba el grave pitazo, que por cierto se nos hacía bastante prolongado. Era como decir, por ahí viene el coco.
Cuando busco la palabra moringo no la encuentro, sin embargo, aparece en la segunda edición de Pichardo de 1849, pero como moringa, fantasma o coco, con cuyo nombre se atemoriza a los niños en la parte oriental. Ahí viene la moringa.
Al visitar el Catauro de cubanismos, don Fernando Ortiz, también la recoge como moringa, pero de esta manera, fantasma imaginario como dice Suárez. Debe ser voz castiza. El moro, la mora, fueron motivo de miedo durante siglos, y aun hoy en ciertas regiones españolas, para los niños, fueron el coco.
Nosotros crecimos atemorizados por el moringo, que hasta lo imaginábamos con sábana blanca como un fantasma, o lo confundíamos en el río, a veces con el jigüe o güije.
Ivo Basterrechea Sosa: Escritor. Cubano, vivió en México y radica en Miami.
Ganó diferentes premios en Cuba. Finalista en el Concurso de novela histórica HISPANIA 2019 en España, con Ave María Habana, publicada recientemente por la Editorial Adarve.
E-mail: ivobasterrechea@gmail.com