—Hay que poner dos lápices en cruz, escribir «si» y «no» debajo de cada esquina, y decir: «Charlie, Charlie, can we play?»
— Y, ¿quién se supone que sea Charlie?
—Un demonio mexicano.
—Los demonios mexicanos son los viejos demonios de los aztecas, y ningún demonio azteca se llamaba Charlie.
—Un demonio más joven, entonces.
—Si fuera un demonio más joven y se llamara Charlie sería hijo de indocumentados, hablaría mal el inglés y estaría demasiado cansado por los dos trabajos que tuvo que mantener en vida como para ir pendongueando por el mundo, respondiendo preguntas tontas.
—Pero es cierto, ¡los lápices se mueven!
—Los lápices se mueven porque la respiración de los que están reunidos alrededor crea una especie de turbulencia. Sobre todo el lápiz de arriba, que está en una posición inestable, se moverá con el impulso más nimio. Pero no me creas, así no más, haz la prueba; pregúntale a Charlie si sabe bailar la carioca, a ver qué pasa…
Y me mira, y mueve la cabeza, y me deja por imposible; qué culpa tengo yo del pragmatismo que los rusos echaban en las compotas de manzanas. No dice como el sabio: «¡Tú lo que eres es una bruja!», pero estoy segura de que lo está pensando.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.