Justo bajo el cielo, en la region alpina de Norland, el glaciar Svartisen, el Hielo Negro, se acomoda entre cimas escarpadas. Como un enorme, prehistórico animal anida sus más de 300 glaciares menores; susdos hombros, Vestisen y Østisen, sostienen el peso de las estrellas. Dos cascadas heladas corren a su lado, como dos brazos de hielo extendiéndose hacia el fiordo. El glaciar ya no consigue clavar en el fiordo sus garras azules, pero sigue reflejando en el mar su majestad helada.
Los hombres han vivido de y con el glaciar desde tiempos inmemoriales. Ha brindado a bestias y humanos por igual sus aguas cristalinas. Ha regado las cosechas a lo largo del fiordo y entre los valles estrechos. Y desde el 1800 atrae turistas deseosos de ver con sus propios ojos la magia.
Una vez en el tiempo, esta masa de hielo fue el hogar de cazadores y pastores de renos. Se dice que conocían tan bien el glaciar que podían cruzarlo a pie, si lo necesitaban. Fueron estos hombres quienes sirvieron de guía a los viejos exploradores del Ártico; en el 1800 un lapón llamado Johan Abrahamsson condujo al alpinista francés Chatles Rabot y sus hombres de un lado al otro del glaciar, y hasta Suecia. Luego vinieron personalidades como el emperador Guillermo y Fritjof Nansen y muchos otros, a investigar los misterios helados; también a ellos les sirvieron de guía los viejos lapones, sabios y callados.
Desde el 1900 las cascadas que son parte del glaciar han asegurado luz eléctrica y comida a miles de familias del lugar. En el fiordo de Glom, incontables turbinas y máquinas producen abono mineral que se exporta a más de 120 países. La energía del glaciar da vida a una piscina natural en la que se crian 13 millones de brillantes salmones que esperan allí la transición del agua fresca al agua salada.
Para el próximo cambio de siglo, es probable que la mayoría de los glaciares noruegos ya no existan. Por suerte, el Svartisen es tan enorme y masivo que se agura su existencia por un tiempo indefinido. Sin embargo, desde el fiordo se verán cada vez menos los largos brazos azules. Y, mientras el animal helado se recoge en sí mismo, su cuerpo será menos amable para quienes pretendan explorar sis misterios y disfrutar su belleza. Al final, quizás quede tan poco de él, que sólo la saga nos recuerde du grandeza. Porque las viejas historias, afortunadamente, no se derriten.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.