Siempre me ha parecido curioso que existan lugares con el mismo nombre, sobre todo cuando tienen siete mares de por medio. En Méjico, por ejemplo, hay una ciudad llamada Manzanillo. Texas tiene un París, la Guinea Ecuatorial una Zaragoza, y España, Chile, República Dominicana y Cuba sus Santiago.
Cuando yo era pequeña escuchaba hablar de un lugar cercano a mi ciudad, llamado Sofía, que imaginaba cubierto de enormes rosas amarillas, mantones multicolor y huevos decorados. Recuerdo aún lo desconcertantes que me resultaban los pies polvorientos y la piel prieta de los que de allí llegaban, lo injustificable que me parecía su pobreza, lo irreconciliable con mis fabulaciones.
Años más tarde supe que Sofía era el nombre de un central, y por tanto del pueblito que lo rodeaba. Por la época en que yo lo imaginaba estallando en ensaladillas, era ya un antojo del olvido con apenas un centenar de habitantes chapoteando en los charcos grandes de la miseria.
Creo que lo mejor que le pasó alguna vez a Sofía fue que yo lo pensara. Y es un consuelo muy pobre, éso.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.