Edvard Munch, autor de «El grito», una de las obras plásticas más famosas de la historia del arte, hizo a lo largo de su vida decenas de retratos de mujeres que influenciaron su vida, tanto en el plano profesional como romántico.
Munch era un modernista convencido, algo que manifestaba a través de su arte pero también en su manera de ver el mundo. «Basta ya de pintar interiores, hombres que leen y mujeres que tejen. La pintura ha de estar llena de gente que vive y respira y ama y sufre», escribió.
Así pues, todavía abatido por la muerte a causa de la tuberculosis de su madre unos años antes, pintó en 1886 «La niña enferma», representando a su hermana Sofía, que también moriría de este mal.
En cambio, en 1892 hizo un magnífico retrato de su hermana Inger, una muchacha bella e inteligente, rebosante de vida, con la cual el artista tuvo una relación especialmente estrecha.
En 1885, Munch conoce a quien sería su primer amor, Milly Thaulow. Aunque la relación terminó muy pronto y dejó a Munch marcado por la decepción, el artista no olvidó a quien luego sería la primer redactora sobre moda y cocina en Noruega. Su retrato se repite en «La danza de la vida», (ilustración de portada. N. del E.) hecho en 1900.
Con el cambio de siglo comenzó Munch una relación tormentosa con una beldad llamada Matilde «Tullah» Larsen. En 1902, durante una cita en el atelier del artista en el pequeño pueblo de mar Åsgårdstrand, una pistola se disparó por accidente, hiriendo a Munch el dedo meñique de la mano izquierda. Ni Munch ni Tullah supieron ofrecer una explicación plausible para el hecho, y no quedó jamás claro quien había sido el culpable. Lo cierto es que Munch hubo de pintar con un dedo meñique mocho, desde entonces y para siempre. En 1905 pintó «Cabeza contra cabeza», que representa a Tullah y a él mismo.
«Las chicas sobre el puente» es una obra central en la carrera de Munch, que hizo doce versiones de la misma. La inspiración fueron las jóvenes de Åsgårdstrand, en sus paseos por el pueblo.
Algo recurrente en Munch son los primeros encuentros breves y espontáneos que conducen a una fascinación vitalicia, más o menos de ambas partes. Este es el caso de Ingse Vibe, una muchacha de dieciséis años que se detuvo un día frente a la verja de la casa del pintor, para conversar con él un rato. Serían amigos para toda la vida; Munch hizo varios retratos y dibujos de ella.
«El broche» es una litografía creada en 1903, que muestra a la violinista inglesa Eva Mudocci, la amante del artista que más influyó en su obra. La vemos retratada en la «Madonna», «El concierto de violín» y «Salomé». «La mujer de ojos milenarios», la llamó el pintor.
Una de las modelos favoritas de Munch fue Birgit Prestøe, quien aparece en obras tan esenciales como «Vampiro». Birgit fue luego conocida como la primer mujer del reino que aceptó dar una entrevista sobre su experiencia como modelo, en una época en que esto no era considerado una profesión decente.
Toda su vida, Edvard Munch sintió, al mismo tiempo, una atracción irresistible por las mujeres y un enorme temor a ser rechazado por ellas. Sostenía que el matrimonio y las ambiciones artísticas no iban de la mano, de manera que permaneció soltero hasta su muerte, en 1944, a los ochenta años.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.