Durante la Segunda Guerra Mundial nacieron en Noruega aproximadamente 10 000 niños, fruto de uniones entre mujeres locales y soldados nazis.
Estas criaturas fueron altamente apreciadas por los alemanes, que consideraban a los escandinavos la raza perfecta, la cúspide aria; de manera que no solo vieron con buenos ojos su nacimiento sino que crearon en el país una rama de la organización Lebesborn, bajo el mando directo de las SS, para garantizar el registro correcto de los recién nacidos y la ayuda económica y práctica a sus madres.
Sin embargo, al terminar la guerra estas mujeres fueron vistas como traidoras por el pueblo noruego, y sus hijos considerados un problema social por las autoridades. Las opiniones más ácidas los catalogaban como nazis en ciernes que podrían poner en peligro al país, en el futuro. Psicólogos de vanguardia aseguraban que parte de los niños tenía cierto retraso mental, lo que supondría grandes gastos para la sociedad.
En el verano de 1945 se formó un comité para decidir el destino de estos chicos. Una las propuestas más extrema fue enviarlos a Australia. El comité concluyó que debían ser tratados como el resto de los niños noruegos nacidos fuera del matrimonio, y por tanto se les permitió permanecer en el reino.
El comité decidió también que las autoridades debían prestar especial atención a estos niños, pero esto no se llevó a la práctica. Los más afectados fueron varios centenares que en 1944 habían sido enviados a Alemania para una futura adopción; en 1947 una gran parte de ellos regresó a Noruega, pero esto supuso muy poca mejoría para su condición de huérfanos de guerra, más bien al contrario.
Estos pequeños, considerados valiosos y especiales por los nazis, cargaron sobre sus débiles espaldas el estigma de ser hijos del enemigo. Su infancia trascuyó en orfanatos e internados, rechazados por la sociedad e incluso por sus propias familias maternas, que se avergonzaban de ellos y de sus madres. Muchos de ellos fueron durante años vejados de hecho y de palabra en estas instituciones.
En 1980 algunos de estos niños, ya adultos, hicieron público el testimonio de su vida como hijos de nazis. Los malos tratos, los abusos, la vergüenza a la que fueron sometidos durante su infancia vieron la luz y provocaron la ira de las nuevas generaciones, que simpatizaron con su causa y exigieron a las autoridades noruegas una revisión a fondo de los archivos, una indemnización y una disculpa pública para ellos.
La noche del 31 de Diciembre de 2000, en su habitual discurso de fin de año, el entonces Ministro de Estado, Kjell Arne Bondevik, pidió perdón a estas personas, «por la discriminación y las injusticias de que habían sido víctimas».
En 2018, la actual Ministro de Estado, Erna Solberg, ofreció disculpas oficiales también a las madres de estos niños por las vejaciones sufridas en los días de posguerra:
«No podemos reescribir la historia, las injusticias cometidas contra estas mujeres y sus hijos no pueden ser anuladas. Pero podemos rechazar y condenar el trato que recibieron, y asegurarnos de que no queden en el olvido».
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.