Hay, en la mitología popular noruega, una figura trágica y fascinante: Lisbeth Nypan, la última mujer condenada a morir en la hoguera bajo cargos de brujería.
Lisbeth era una mujer humilde en el pueblo de Kattem, y se preciaba de poseer dones para curar leyendo en la sal; utilizando entre otros oraciones y conjuros sacados del Libro de Cipriano, aliviaba dolores y enderezaba huesos, a cambio de un pequeño pago.
Para leer en la sal, la curandera llenaba de sal un saquito, que pasaba por el cuerpo del enfermo; luego vertía la sal sobre un plato y seguía el trazo que hubiese formado mientras leía un conjuro, identificando así el mal.
La Iglesia veía estas prácticas como algo común que en todo caso merecía una multa o una reprimenda; en cambio recurrir a un maleficio para dañar a una persona o animal, o arruinar una cosecha, era penado con la muerte. Y de esto precisamente se acusó a Lisbeth.
Su marido era un campesino pendenciero y borrachín, que no dudaba en recordarles a quienes se le enfrentaban con quién estaba casado; la amenaza de un maleficio era entonces suficiente para zanjar la disputa. Hasta el mal día en que, después de una discusión con Ole, un hombre del pueblo cayó gravemente enfermo; su familia acusó a Lisbeth de haber causado la enfermedad con sus hechizos, y la pareja fue apresada.
Durante el juicio, Lisbeth admitió sus métodos pero negó que los utlizara alguna vez para otro fin que el de sanar. Negó también cualquier conspiración con el Diablo u otras potencias malignas, pues siempre había invocado el santo nombre de Jesús en sus oficios. Uno de sus conjuros fue presentado durante el juicio:
«Para (traer) la pureza
Jesús cabalgó sobre el páramo, se puso de pie, e hizo sanar la pierna, la marca (cruz) del Señor en carne, piel, huesos.
Desde entonces como antes. La Palabra de Dios. Amén».
Los magistrados, empero, reclamaban una confesión contrita; su ausencia fue tomada como prueba de culpabilidad. En el acta levantada contra la pareja consta que sus lazos con el Diablo eran tan estrechos, que les impedían confesar la verdad, incluso después de haber sido torturados.
La sentencia no dejó espacio para dudas: Lisbeth era una bruja, y debía arder en la hoguera. Ole, en calidad de cómplice de la hechicera, también fue condenado a muerte, aunque de manera menos cruel: su cabeza sería cortada por el sable de un verdugo.
Lisbeth fue ejecutada en el otoño de 1670. Fue entonces que, de ser una mujer corriente, pasó a ser una leyenda. Se cuenta que, de camino a la hoguera, sus ojos brillaban de odio de tal manera, que hubo que vendárselos; los testigos de la ejecución no tuvieron un segundo de paz por el resto de sus días, pues Lisbeth, en espíritu, se encargó de mortificarlos. Se le atribuyeron desgracias y plagas, y su nombre fue el terror de los niños durante muchos años.
En tiempos modernos, Lisbeth ha sido considerada la última víctima de la violencia oscurantista del medioevo en el Reino, y su nombre ha sido dado a una calle en Kattem. Una hermosa escultura que la representa ha sido levantada en el lugar de su ejecución.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.