Si bien Odín es la deidad más conocida del panteón germánico, todopoderoso y omnisciente, hubo antes que él un dios, más sencillo, menos recordable pero aún así, indispensable: Tyr.
En épocas muy remotas todas las poblaciones nórdicas veneraron a Tyr, dios anterior a Odín y Thor. Los pueblos del Sur lo llamaban Ziu, mientras que los del Norte lo llamaban Tiuz, y los escandinavos Tyr. Al parecer, estas denominaciones están relacionadas con el sánscrito «dyâus», el griego «Zeus» y el latín «deus». De ser así, el nombre del dios germánico derivaría de un nombre común, que en indoeuropeo habría sido utilizado para para designar, simplemente, la divinidad.
En la mitología germánica Tyr es un dios de la guerra, por lo que los romanos lo identificaron con Marte. Los ingleses se sirvieron de su nombre para formar la palabra «Thuesday», que es la transposición del latín «Martis dies».
La tradición escandinava dice poco sobre éste dios, que sin embargo aparece en los poemas germánicos. Pasa por valiente y temerario, y es él quien en las batallas atribuye la victoria a uno u otro bando; por eso se le invoca antes del combate.
Una leyenda hay, empero, que cuenta mucho sobre el carácter de Tyr. En una ocasión, un oráculo aconsejó a los dioses cuidarse mucho del lobo gigante Fenrir, hijo de Loki. Los dioses decidieron encadenarlo; dos veces lo hicieron con las cuerdas más fuertes posibles, y dos veces las rompió Fenrir sin esfuerzo. Entonces los dioses pidieron ayuda a los enanos, y estos forjaron una cadena hecha con seis elementos: el maullido del gato, las barbas de la mujer, las raíces de las montañas, los tendones del oso, el aliento de los peces y la saliva del pájaro.
Con esta fabulosa cadena, ligera como una cinta de seda pero de solidez a toda prueba, los dioses desafiaron a Fenrir, orgulloso de su poderío: si tan fuerte era, debía demostrarlo rompiendo la cadena, cosa que ningún dios había logrado. Fenrir, soberbio pero desconfiado, puso una condición: que uno de los dioses pusiera su mano en sus fauces para arrancarla al instante, si era engañado. Los Ases, sabiendo lo desleal de la prueba, titubearon; ninguno quería perder la mano. Entonces Tyr ofreció simplemente su diestra, y la colocó en la boca del lobo.
A continuación, los dioses encadenaron a Fenrir, y éste comenzó a tratar de romper las ataduras, pero cuanto más se esforzaba por liberarse más se apretaba la cadena alrededor de su cuerpo; los dioses, viéndolo al fin vencido, estallaron en risas y vítores. Sólo Tyr no sonreía, porque sabía la amenaza que pendía sobre él; en efecto, comprendiendo el lobo que había sido burlado, cercenó de un dentellazo la mano de Tyr, quien quedó manco para el resto de sus días.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.