Cuenta la leyenda que un irlandés llamado Jack, estando un día en su taberna habitual, sintió una enorme sed, y dijo estar dispuesto a vender su alma al diablo por una cerveza. Lo escuchó Satanás y convirtióse en moneda pero Jack, en lugar de gastarla, la puso en su bolsillo junto a una cruz, atrapando así al Diablo. Éste, ansioso de recobrar su libertad, prometió a Jack que si lo soltaba tardaría un año en regresar por su alma, y el hombre lo dejó ir.
Pasado un año exactamente regresó Satanás y reclamó lo que consideraba suyo. Jack estuvo de acuerdo, pero antes pidió que el Diablo le cogiera una manzana en un árbol vecino. Trepó El Malo al manzano, pero mientras estaba allí encaramado el taimado irlandés trazó una cruz en el tronco, lo cual obligó al Diablo a quedar entre las ramas hasta que hubo prometido olvidarse del trato y renunciar al alma de Jack para siempre.
Jack se hizo viejo, muy viejo, y cuando murió tocó a las puertas del Cielo, pero allí no lo quisieron porque sabían de sus malas acciones. Tampoco en el infierno fue bien recibido, pues el Diablo había jurado no aceptar nunca más su alma. Entonces pidió que le dieran una luz para encontrar el camino de regreso a la vida, y el Diablo le entregó un ascua de carbón. Jack la puso dentro de una raíz hueca, y alumbrándose con ella volvió a la Tierra, por donde vaga aún, triste y perdido.
Lo que no cuenta la leyenda es por qué se metería Jack en un berenjenal de ese tamaño, si ni siquiera se gastó la moneda en la cerveza que tanto quería. A menos, claro, que el apellido de Jack fuera Ass y lo hiciera no más por jorobar, que de esos ha habido desde que el mundo es mundo.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.