Tan al norte de la vida como es posible, entre abedules centenarios, en la montaña de Lakselv, en la comuna de Porsanger, perteneciente a la región de Finmark, hay las ruinas del lazareto de Orts, el mayor y más importante que la Wehrmacht construyera en el país.
Cuando los alemanes arribaron a Finmark en 1940, ya Noruega había capitulado. Así pues, pudieron rápidamente posicionarse en el lugar; construyeron un aeropuerto, uno de los mayores en toda Europa del Norte, y una pista de amerizaje. Mejoraron las carreteras hacia el este de Noruega, y hacia Finlandia, al sur. Ocuparon casas y escuelas y en poco tiempo habían llenado Lakselv con más de 30 000 soldados. La frontera con Rusia estaba apenas a unas millas de distancia.
Con el frente cerca y una fuerza militar enorme, se imponía construir un hospital. En Skoganvarre, unas millas más arriba del valle a lo largo del gran río, alejado de los constantes bombardeos que sufría el aeropuerto a orillas del fiordo, arrasando un magnífico bosque de abedules, levantaron los nazis un lazareto de campo.
El lazareto estaba compuesto por cuatro barracas, cada una de más de 40 metros cuadrados. Dentro estaban las enfermerías, los salones de operación y las salas de reconvalecencia. Además, se construyó una lavandería, un garaje, apartamentos y un refugio de sesenta metros, donde podían guarecerse de las bombas y al que se accedía a través de túneles desde las barracas.
El lazareto de Orts contaba con una sala clínica y otra de cirugía, con equipos de última generación. En él se atendía no sólo a los soldados que regresaban heridos del frente sino también a lugareños e, incluso, a algunos mitares rusos prisioneros. El personal estaba cuidadosamente escogido entre los médicos y enfermeras de la Cruz Roja alemana.
El 25 de Octubre de 1944, el Ejército Rojo ocupó Finmark. Hitler había ordenado a sus tropas retirarse, no sin antes destruir todo lo destruible. Los nazis emprendieron la retirada dejando tras sí puentes dinamitados, pueblos en llamas, lugareños asesinados. También el lazareto quedó atrás, incendiado.
Las planchas de zinc que los nazis usaran para techar las barracas del lazareto, fueron utilizadas por los lugareños para reconstruir sus asolada casas, en los duros meses inmediatos al fin de la guerra; después, quedó olvidado por cincuenta largos años.
Poner un pie en el bosque que alberga las ruinas es, por instinto, susurrar. Pedazos de loza en las cocinas, esqueletos de camas en la enfermería, una carretilla aherrumbada; por todo el lugar hay aún restos de lo que fue, con mucho, una impresionante construcción en tiempos revueltos. Los abedules, rojos y dorados al sol otoñal, hablan de los muertos.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.