Hace algunos años, Stefan Sundström tocó en su guitarra para mí una de mis canciones más queridas, «Sabina camina por el malecón». Al terminar, le comenté que siempre me había preguntado por cuál malecón caminaría realmente aquella muchacha que no quería rosas, ni anillos, ni promesas, ni murallas que defender, aquella muchacha a la que la bastaba el mar.

«¿Quieres saberlo?», me preguntó él, con una sonrisa en cada una de sus patas de gallo rebelde.

«No», le respondí, y él asintió complacido.

«Eres muy sabia», dijo, y volvió a cantar.

No quería, y no quiero saberlo. Si de algo me he convencido es de que las realidades son como la arcilla, moldeables según las manos más o menos expertas de cada quien, y que entender amores es, como diría otro trovador de mi melena, pretender parar el universo.

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