Tradicionalmente, los carnavales en mi pueblo comenzaban el 16 de Agosto, día de San Joaquín. Celeste, la loca, esperaba la fecha con toda la alegría de su buen y disparatado corazón; dos cosas prefería en el mundo: embadurnarse de mercuro cromo a la más mínima insinuación del pellejo, y bailar con el órgano en los sanjoaquines.
Para mí, en cambio, fueron siempre algo para coger con la punta de los dedos, a la distancia del brazo. Me molestaba el gentío: la turba solferina que deambulaba por el Paseo de la Marina, como zombies detrás de aquella cerveza que corría luego, calle abajo, en forma de orines rancios que volvían irrespirable el aire del mar.
Me disgustaban las manos, aprovechando el tumulto para tocar impunemente; la música ensordecedora, los estribillos vulgares de las congas. Las broncas sangrientas que estallaban de pronto en cualquier lugar me horrorizan aún hoy, si las pienso.
La última vez que vi, de pasada, un carnaval, las cosas eran aún peores de lo que recordaba: bajo el sol inclemente, una montonera de hombres jóvenes, de raza incierta, semidesnudos y hoscos, ejecutaba algo que di en llamar «areito hardcore», mientras desde los balcones les arrojaban baldes de agua. Detrás, la turba, harapienta a pedazos, a pedazos vestida como para el circo según la moda venezolana, aplaudía.
Recuerdo que le comenté a una amiga que entonces sí debería habernos visto Joséphine Baker, y ella me respondió con la sonrisa más triste que le he conocido.
Dos recuerdos agradables tengo, empero, asociados al carnaval. El uno son los ojos verdes y luminosos de Tony, que me llamaba Vanesilla, y me compraba cucuruchos de todo, y se reía, se reía, viendo a mi tía taparme los oídos cuando la conga le coreaba a Liberato barbaridades sobre el destino de Tojosa.
Y otro, también ojiverde como la albahaca y lleno de luz propia desde la sombra, como los cuadros de El Greco, pero de ese no hablo porque me gusta mucho, como la aceituna.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.