(Colaboración especial para Nota Clave desde Noruega, de la escritora Vanessa Gaardeng-De la Cruz)
«Por supuesto, no es ropa de santo precisamente», dices.
Y la ves meterse en la camiseta, y notas cómo cobra vida de nuevo la calavera con su sombrero de copa, y caes en cuenta de que su sonrisa hueca no es la misma, de que te mira como reclamando algo, su cuerpo-dueño: el trago con que te esperaba, los muslos a medio cubrir, la melena invadiéndolo todo, la sonrisilla cuando llamaba tu madre, la manera tan suave de pedirte porquerías, el sonido de pedo mojado que hacía con la boca cuando decidía dejarte por imposible, su humor de sepulturero, los maullidos que traumatizaban a los murciélagos.
En algún lugar de la ciudad llueve, y ella lee. Tiene un agujero allí donde le faltas, pero eso no lo sabes porque eres un imbécil. Y además eres desconfiado, porque aún cuando ella te ha dicho claramente que eres un imbécil, no lo quieres creer.
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