SD. En su Habana y la nuestra, la de entonces, ha muerto el poeta Eloy Machado, más conocido como El Ambia.

Lo vi de nuevo, después de muchos años, terminando el 2018. Supe que ese miércoles de la primera semana de diciembre era la Peña del Ambia, su tradicional espacio donde por más de 30 años animó la presencia de lo más popular afrocubano en la casa de la unión de Escritores y Artistas de Cuba. Estaba sentado al fondo del Hurón Azul, a una mesa, tembloroso y con la voz pequeñita. Visiblemente envejecido. Con unas gafas oscuras. Le presenté a Daysi.

Eloy mantuvo ese espacio cada miércoles, desde los inicios de los años 90 del pasado siglo, contra viento y marea. Como un espacio de resistencia y de justicia a su gente, a la cultura afrocubana, a la rumba, a la poesía. Allí dio a conocer a Yoruba Andabo, cuando aún no habían trascendido al gran público. Y a Clave y guaguancó, cuando seguían enclaustrados apenas en Centro Habana. Cada peña comenzaba con un poema de Eloy. Allí se le escuchó decir «Yo, / he escuchado / comer / al hambre».

A Eloy Machado siempre le agradeceré su solidaridad cuando yo acababa de llegar a La Habana desde Moscú, y vivía en cuartos alquilados, y pasaba un hambre de perro, porque el dinero que me mandaba mi padre desde Manzanillo no me alcanzaba. Una vez, yo llevaba dos o tres días ausente a los platos y me llevó a un solar cercano a la Uneac, donde tenía una amante: «El Ambia -le dijo señalándome a mí- va a venir a comer aquí cuando tenga hambre. Dale de comer siempre».

El Ambia, fue un poeta que vivió en permanente estado de resistencia. Y cuando se refería de manera despectiva de los blancos, no era una cuestión racista, era su manera de protestar como víctima de descendiente de esclavos y del mundo aplastado por la pobreza en todos los regímenes sociales.

En 1974, cuando era constructor, apareció con parlamentos y todo, en la cada vez más interesante película De cierta manera, de la inolvidable cineasta cubana Sara Gómez.

Eloy Machado, conocido como El Poeta de la Rumba, había nacido en La Habana en 1940, según los papeles de la Uneac, aunque pienso que pudo ser antes, pues cuando rodó De cierta manera ya tendría unos 40 y dos años, por lo menos. De eso hace 42 años. Así que, calculo, andaría por los 82 u 84 años de edad.

El Ambia era hijo de Jacinta, una madre pobre, que limpiaba burdeles en el barrio Colón. Y de un padre del cual nunca habló bien. En un cuarto de solar, donde el hambre y la marginación eran el pan de cada día. Conoció en la cárcel al después comandante revolucionario Efigenio Ameijeiras, en tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista. “A los dos nos habían arrestado; a él por revolucionario, a mí por mala cabeza. Él me hizo ver el lado correcto y la razón de la lucha; nos hicimos grandes amigos: cuando estuvo al frente de la construcción del hospital que lleva el nombre de sus hermanos, me llevó a trabajar con él y allí me estimuló para que tomara en serio la poesía”, dijo en algún momento El Ambia.

Autor de los libros Camán lloró (1984), Jacinta ceiba frondosa (1992), Vagón de mezcla (1998) y Por mi pura (2003), fue también el autor de una de la letra de unas composiciones más trascendentes de Juan Formel y la orquesta Los Van Van «Soy todo», una declaración de principios que llevó hasta el final de su vida.

Su obra mereció el respaldo de Cintio Vitier, quien prologó su primer libro, y de otros intelectuales cubanos. Nicolás Guillén le respaldó como poeta y lo atrajo a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Quiso ser biólogo o abogado, pero el mundo que vivía en el solar El Reverbero, lo empujó a la delincuencia. Llegó a alcanzar a duras penas el sexto grado de escolaridad.

Adiós Ambia, hoy Olofi va a meter tremendo rumbón en el cielo por tu llegada.

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