Marita Lorenz acaba de fallecer el pasado 31 de agosto en Oberhausen, Alemania, paìs donde había nacido, exactamente en Bremen, el 18 de agosto de 1939, quince días antes de la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Alice Lofland, una actriz cuyo nombre artístico era June Paget, estaba en proceso de filmar una película en Francia a principios de la década de los treinta cuando conoció y se casó con Heinrich Friedrich Lorenz, capitán de barcos. Tras rescatar a dos soldados aliados durante la guerra, fue reclutada por la resistencia francesa. Participó hasta que fue capturada y enviada, junto con Marita de 5 años, al campo de concentración de Bergen-Belsen.
Al finalizar la guerra la familia se mudó a Estados Unidos, exactamente a Manhattan, donde la madre de Marita fue captada para la inteligencia estadounidense y su padre se convirtió en capitán del crucero Berlín. A los 19 años Marita acompañó a su padre en 1959 cuando el barcó atracó en La Habana y Castro subió a bordo.
La entrevista, que Nota Clave reproduce en dos partes, la primera de ellas este lunes 9 de septiembre, aparece por primera vez en español, de manera exclusiva, traducida del original en ruso realizada y escrita por el destacado escritor y periodista Dmitri Likhanov (prefiero escribirlo en castellano) Lijanov, uno de los prosistas más destacados de la actualidad de la literatura rusa.
Su reproducción parcial o total está estrictamente prohibida, a pedido expreso del autor. Para negociar su reproducción parcial o total pueden comunicarse a través del correo del director de Nota Clave y traductor de la versión al castellano: alfonsoquinones@gmail.com
Autor de la entrevista:©Dmitri Lijanov
Traducción al español: ©Alfonso Quiñones
Primera publicación en español: ©Nota Clave
-PRIMERA PARTE-
Marita: «Por este amor enfrenté palizas y humillaciones…»
Desde la superficie pulida del teléfono, su voz parecía muy cercana, como desde un rascacielos cercano, aquí en la Séptima Avenida, en el centro de Manhattan.
Por lograr nuestra reunión, crucé el Atlántico en compañía de cien rabinos, cuyas implacables oraciones no solo nos salvaron de caer en el abismo del océano, sino incluso de cualquier turbulencia notable.
En aras de esta reunión, reuní a todos mis conocidos en esta ciudad de mis sueños juveniles: desde los fragmentos que se desvanecen del imperio soviético en Brighton, hasta los respetables jóvenes desertores de Wall Street.
Y ahora, cuando estaba sin pantalones, con una camisa almidonada cerca de la ventana de mi habitación en el piso 19 del Hotel Wellinton, ella pronunció las palabras que hicieron que mi querida camisa almidonada de Bergdorf Goodman se pegara con manchas de sudor.
«Marita», le dije de la manera más cordial y afectuosa posible, mientras arrugaba una taza de cartón debajo del horrible café americano, «volé hacia ti por casi cinco mil millas, he estado despierto por dos días. Y pasado mañana tengo que volver. ¡No puedes hacerme esto, Marita! Esto sería hacerme un desplante monstruoso”.
Luego me detuve en seco, dándome cuenta con un sentimiento distante, de que parecía haber cometido una falta de tacto en una conversación con esta dama envejeciente.
Pero es precisamente esta lengua vernácula, de jerga criminal, esa palabra, como el clic de un interruptor de palanca, la que ha cambiado todo el curso de nuestra conversación. Tuve que ponerme los pantalones con urgencia y tan pronto como fuese posible («hasta que cambie de opinión») salir corriendo hacia Queens. Para hablar, no más de una hora. Sin fotos. Nos comunicaríamos en presencia de su abogado. Él determinaría el costo de esta entrevista.
Me puse rápidamente los pantalones y luego bajé en el elevador de tiempos de la Gran Depresión, y tras recostarme en la silla de cuero de un BMW negro de mi amigo estudiante Zhenya Piskunov, recordé que Oliver Stone se había caído de sus $200,000 dólares ofrecidos por el derecho de filmar su vida.
«Esta anciana me va a meter bajo el monasterio” (lo que en ruso quiere decir más o menos, esta vieja me va a matar en vida), dije mentalmente, frenéticamente pensando dónde conseguir al menos la mitad. Y entendiendo claramente que no hay a dónde ir.
Este rincón apagado de Queens, que suena como el susurro de las hojas caídas de los plátanos y un repique silencioso de la brisa del canto, y el rumor perezoso de una carretera distante, todo esto después de Manhattan resulta un aburrido paisaje de provincia estadounidense. La casa en la dirección indicada por los $200,000 dólares no se movió de ninguna manera y se parecía más a una «choza» en la asociación de jardinería Rechnik cerca de Yaroslavl o, más exactamente, a un «cobertizo» en el que los nuevos ricos rusos guardan sus numerosos rastrillos, palas y motores de barcos.
Sin embargo, como resultó literalmente unos minutos más tarde, incluso esta vergonzosa «choza» era propiedad de personas completamente diferentes. Y Marita alquilaba su sótano. Y esto solo puede significar una cosa: pobreza desesperada e interminable.
El «abogado» resultó ser su hijo. Todavía es un tipo bastante joven, pero asertivo que, a semejanza de los policías estadounidenses, primero nos leyó nuestros derechos explicando que estamos invadiendo territorio privado y que tiene el derecho, en todo caso, de llamar a los policías reales.
Luego, con ojos codiciosos y castaños, preguntó por la tarifa. «No les pago a mis entrevistados», espeté lo más categóricamente posible, «de lo contrario, dicen lo que quiero». Y esto es contrario a la verdad «. Después de pensar por unos momentos, finalmente extendió la mano y se presentó: Mark. Y abrió la puerta del sótano, donde se escondía su madre.
La legendaria Marita Lorenz este año (2016) cumplirá setenta y siete. Se acurruca en un sótano que parece una celda de prisión, rodeada de dos perros falderos, dos acuarios, en los que guppies, neones y escalares flotan entre corales artificiales y los restos de barcos de plástico hundidos, entre muchos libros en estanterías improvisadas, facturas de electricidad sin pagar y una infinita soledad.
Si no lo supiera, nunca hubiera creído que delante de mí estaba la amante del dictador de Venezuela y del líder de la revolución cubana, un agente secreto de la CIA y una posible participante en el intento de asesinato del presidente de los Estados Unidos. Una Mata Hari. Una mujer cuyo destino se entrelazó milagrosamente con la historia de todo el siglo XX. Fui el primer periodista ruso a quien ella accedió a dar una entrevista.
-El nombre de mi padre es Heinrich Lorenz. Él es de Bremen, Alemania. Durante la Segunda Guerra Mundial, su padre trabajó en Abwehr con Wilhelm Canaris, y después de su arresto en el verano del 44, también cayó en desgracia y cumplió una condena en prisión. Mamá nació en Heidelberg. Su nombre es Alice Juna Lorenz, su apellido de soltera era Lofland. Aunque mamá era bailarina de profesión, en realidad trabajaba para la inteligencia militar de los EE. UU., y luego para la CIA. Al final de la guerra, trabajó encubierta, siendo oficialmente incluida como corresponsal extranjera del periódico estadounidense Stars and Strips. Allí se encontró con mi padre, y ella le dio cuatro hijos. Mi madre también fue arrestada varias veces por la Gestapo y dos veces estuvo en campamentos: un año en Bergen-Belsen y un año en Darmstadt. La primera vez fue arrestada durante la preparación de la Operación Sea Lion. En la primavera de 1941, el trasatlántico «Bremen», comandado por mi padre, se convertiría en un barco de transporte. En ese momento, el barco estaba en el puerto de Bremerhaven. Alguien prendió fuego a los colchones y el revestimiento se quemó hasta el suelo. Los nazis consideraron esto como un acto de sabotaje, y terminamos en un campamento. La segunda vez fuimos arrestados por alimentar a prisioneros de guerra polacos y rusos con pan. Una vez, en Bremen, un paracaidista aterrizó en un patio trasero desde un avión derribado. Mi padre estudiaba en Oxford en ese momento y, por lo tanto, hablaba muy bien el inglés. Rápidamente llevó a este piloto al sótano, le dio ropa de civil y escondió el paracaídas. Pronto llegaron personas de la resistencia francesa y tomaron este piloto. Querían que mi madre comenzara a trabajar para ellos e incluso le ofrecieron un transmisor de radio para esto. Pero mi mamá se negó. Después de todo, ella ya tenía cuatro hijos. Entonces los franceses decidieron matarla, porque ahora no solo los conocía a todos en persona, sino que también se negaba a cooperar con la clandestinidad.
– ¿Cuándo vino a los Estados Unidos?
-En mayo del 50, cuando tenía diez años. La vida en Alemania después de la guerra fue difícil. Papá trabajó para Norddeutscher Lloyd, y cuando recibió su primera asignación de posguerra, fui con él a un barco de bandera de Liechtenstein. Y luego vagó de barco en barco. Sucedió que en nuestra familia mamá comenzó a trabajar en el Pentágono y papá estaba navegando constantemente. En 1953, fui a la escuela en Washington. Pero no me gustaba estudiar en absoluto, porque los niños estadounidenses no querían aceptar a los extranjeros y a menudo me acosaban como si yo fuese una fascista.
Una vez, al acercarme a nuestra escuela, noté piquetes de manifestantes que prohibían a los niños blancos ir a clases, ya que fueron enseñados por maestros de color. Y mi maestra favorita era negra. Entonces, no hace falta decir que se metió en una pelea. Tuve que luchar hasta con el asta de la bandera americana. Sin embargo, también lleva lo mìo. Toda la cara la tenía cubierta de sangre. Después de este incidente, mi madre comenzó a llevarme a trabajar al Pentágono. Fue justo el momento en que se formó y estructuró la CIA. Ocuparon un ala separada en el Pentágono. Alrededor se sentaban personas con uniformes militares. Y en mí, siempre evocaba sentimientos deprimentes, porque a la edad de siete años en Alemania fui violada por un sargento estadounidense. Podría decir que tuve suerte porque él «solo» me violó y en cambio a otra chica simplemente la mató. Quizás en el mar, en el barco, junto con mi padre, me sentí más segura, ya que tan pronto como tuve que pisar el suelo, me sucedieron todo tipo de problemas.
-Pero después de todo, su reunión con Fidel Castro en el invierno del año 59 no puede clasificarse como una desgracia.
– Fue una reunión fatal.
-Marita, recuerda el día que vio por primera vez a Fidel Castro. ¿Qué le atrajo de esta persona?
-Fidel fue uno de los once rebeldes cubanos que fueron en bote a nuestro crucero Berlín, atracado en medio de la bahía de La Habana en enero de 1959. Los turistas los miraban con miedo y sospecha. También los miré desde la cubierta superior del barco. Aparentemente, ellos también sintieron la tensión general. Dejaron las armas y solo después de eso abordaron el barco. Cuando vi a Fidel, inmediatamente me enamoré de este hombre. Cuando me habló, su rostro estaba tan cerca y sus ojos irradiaban una fuerza tan encantadora que no había fuerza para resistir. En ese momento, me enamoré para siempre de sus ojos.
Me tomó de la mano y me pidió que le mostrara la cubierta. Mi padre estaba durmiendo en su camarote en ese momento. Fuimos al compartimento del motor. Le dije: “Este es territorio estadounidense. No puedes entrar aquí con una pistola”. Y él respondió: “Pero esta es nuestra bahía. Este es el territorio de Cuba «. El barco le gustó mucho. Me preguntó con entusiasmo sobre el diseño de la nave, el propósito de varios mecanismos y dispositivos. Como ustedes saben, por supuesto, al comienzo de su lucha revolucionaria él mismo navegó a Cuba a bordo del yate Granma. Entonces, todo lo que estaba conectado con la flota era interesante para él. Generalmente amaba los barcos. Pronto mi padre se despertó. Subió a cubierta y al verme con un hombre con uniforme miliar, me preguntó muy serio qué significaba todo esto. Le presenté a Fidel, sin entender, por supuesto, con quién estaba tratando. En ese momento, yo era una estúpida niña alemana de 19 años, la que rechazaba Estados Unidos con todo su corazón, y luchaba por regresar a Alemania.
– Deduzco que fue su primer amor…
-El primero y único. Por este amor recibí palizas, humillaciones, una celda de prisión e incluso la amenaza de asesinato. Pero no me arrepentí.
Después de nuestra primera reunión en el barco, le di mi número de teléfono a Fidel en Nueva York y partí, sin ninguna esperanza de que alguna vez me llamara. Pero llamó desde su habitación en el hotel Havana Hilton pocos días después de llegar al poder en febrero de 1959 y gritó: «¡Estaba pensando en ti, Alemanita!» Eso fue asombroso! El hombre cuyas fotografías estaban en las portadas de todos los periódicos estadounidenses me habló como si fuera su vieja conocida. «Vi tu foto en el periódico», le grité. Y se empezó a reír.
Luego me dijo: “Te estoy enviando un avión. Ven por una semana. Necesitamos hablar Y por favor no te preocupes, te enviaré de regreso cuando lo desees». “¿Cómo podría ir?”, comencé a objetar, «mis padres no me dejarán ir». Pero cuatro días después volvió a llamar y dijo que ya había enviado a Cubana Airlines por mí. Bueno, bueno, empaqué mis cosas y salí volando. Y ella era la única pasajera en este avión desde Nueva York a La Habana. Unas horas después ya estaba allí. Subí a su habitación y abrí la puerta. Dios, inmediatamente me tomó en sus brazos, justo en la puerta. Me acurruqué a él. Y me quedé con él durante ocho largos meses y medio.
Allí, en Cuba, en el año 59 vi por primera vez las terribles consecuencias que dejó el régimen de Batista. Solo había dos clases en el país: ricos y pobres. Y, por lo tanto, Fidel estaba literalmente obsesionado con las ideas socialistas, tratando lo antes posible de establecer una verdadera igualdad y hermandad en el país. Aunque, debo decir, al principio Fidel, me pareció, estaba en algún tipo de confusión y a menudo repetía: “No soy un político. Soy rebelde y humanista “.
Fidel fue muy gentil conmigo. Él me instruyó, me envió a la escuela para aprender español. Una de las primeras cosas que emprendió fue la construcción de un nuevo hospital para mujeres cubanas, donde podían dar a luz a nuevas generaciones de cubanos absolutamente gratis. Él me dijo: “algún día darás a luz aquí”.
¿Le presentó Fidel al Che Guevara y al resto de sus amigos?
-El Che siempre estuvo con Fidel. Y Celia Sánchez y Camilo Cienfuegos. Todos estaban allí, en el piso 24 del hotel Havana Hilton. Con tristeza y alegría, recuerdo este hotel. Tiene un piano abajo. Ascensores. El personal de recepción … Los barbudos fueron muy atentos conmigo y muy educados, sin grosería o incluso pistas sin tacto. Señores de verdad. Con ametralladoras en sus manos. Llevaban el uniforme de la Brigada del 26 de julio. Y tenía la misma forma. Lo mantengo hasta el día de hoy. Después de que me dieron el uniforme, me sentí directamente como un verdadero revolucionario. E incluso se atrevió a dar «barbudos» estúpidos y, a menudo, consejos útiles. Ofreció a todas las prostitutas, por ejemplo, sumarse a las milicias o ponerse a trabajar en la eliminación de la mendicidad infantil. Aunque, a decir verdad, a veces algunas de las ideas de mis nuevos amigos me sonaban demasiado ingenuas. Recuerdo una vez que Fidel y yo condujimos un jeep a la ciénaga de Zapata. Nos sentamos en el auto. Admiramos la naturaleza. Fumó su tabaco. Estuvo en silencio durante mucho tiempo. Y luego me dijo: “Sé qué voy a hacer con estos pantanos. Invitaré a los chinos aquí a cultivar arroz “.
¿Entendían que Ud. era una chica inusual? ¿Que usted era la novia de Fidel?
-Por supuesto. Celia Sánchez incluso una vez me dijo que era mejor para él tenerme solo a mí, que todas estas chicas que intentaban entrar al hotel con cualquier pretexto. Celia y Fidel dijeron lo mismo, obviamente tratando de estabilizar de alguna manera su vida personal como amigos. Pero lo mismo sucedió con el Che, que fue asediado por cientos de fanáticas. Camilo estaba más tranquilo y siempre despertó un profundo respeto en mí. Ninguno de ellos bebió alcohol. Solo fumaban sus tabacos como locos. Sobre esos meses en el hotel a mí me quedaron los más brillantes recuerdos.
-¿Cómo era su vida en el Havana Hilton?
-Como te dije, viví allí durante ocho meses y medio. Tenía una habitación separada. Cerca estaba la habitación del Che, Celia, Camilo y, por supuesto, Fidel, que ocupaba los apartamentos. Por la tarde estudiaba español en la escuela, tal y como Fidel me había señalado, estudiaba en el hotel con maestros. Y si al comienzo de este curso apenas entendía a quienes me hablaban, pronto pude leer el libro de Fidel: «La historia me Absolverá». Mis deberes también incluían verificar su correspondencia, sin embargo, si las cartas venían de sus admiradores, las enviaba despiadadamente a la basura.
Mi día solía ser así: me levantaba por la mañana, me duchaba, me ordenaba, porque por cuanto yo sencillamente estaba obligada a verme bien. Prendía un disco de Piano Mágico Everardo Ordaz, abría la puerta del pasillo, donde los barbudos permanecían sentados. Bebía un café para desayunar. Debes entender que no estaba prisionera en el hotel. Tenía total libertad de acción. Fue en este café en la planta baja del hotel por primera vez que un hombre con el uniforme de la Fuerza Aérea de Cuba se me acercó y me entregó una servilleta en la que solo había unas pocas palabras: “Yo la puedo ayudar”.
Unas horas después, me encontré con Fidel y le conté sobre la nota. No estaba sorprendido. Por otra parte: él conocía a este hombre. Resultó ser un agente doble Frank Sturgis, que trabajaba para la CIA.
-Alrededor de Fidel en ese momento, ¿probablemente hubo muchos espías de diferentes países?
-Fidel nunca usó la palabra «espía». Exclusivamente les llamaba contrarrevolucionario. Pero nunca conocí alemanes, ni rusos, ni chinos en nuestro hotel.
-¿Y cómo reaccionaron sus padres ante esta repentina partida de Nueva York y viviendo en un hotel con el líder de la revolución cubana?
-Al principio les escribí cartas. Y mentí: les dije que había ingresado en la universidad en Cuba. Y lo creyeron al pie de la letra.
¿Entonces no sabían que usted vivía con Fidel Castro?
-No. Aunque creo que mi padre sospechaba, porque durante nuestra primera reunión en el barco, Fidel le pidió que me dejara quedar para traducir cartas del alemán. Tenía un hermano mayor que trabajaba como traductor en la ONU. Y tenía un amigo árabe llamado Said. Y entonces mi hermano le pidió a este Said que fuera a Cuba para tratar de encontrarme. El vino a La Habana. Subió al piso 20. Dio la vuelta y preguntó a todos por mí. Naturalmente, Fidel fue informado de que algunos árabes se habían establecido en el hotel con un pasaporte diplomático y preguntaban por mí.
Cuando Fidel se enteró de esto, simplemente se volvió loco y ordenó que lo echaran a la calle. Dijo gritado: “No tienes derecho. Soy un diplomatico Soy un sujeto de la República Árabe de Egipto «. A lo que Fidel le respondió: «Pero no tenemos relaciones diplomáticas con Abdel Nasser». Lo sacó de su habitación en pijama, lo arrastró hasta el jeep y personalmente, por así decirlo, lo extraditó de Cuba.
-¿Estaba celoso?
-¡Oh si señor! ¡Terriblemente celoso! De vez en cuando me prohibía mirar a mi alrededor. Y les dijo a los demás que no me miraran más de lo que la decencia permitía.
– ¿Puede recordar algunos de sus hábitos que solo usted conocía?
-Lo llamaba ‘Barbudito’. Fumaba mucho y apagaba el tabaco directamente en la palmera, que estaba en su habitación. Tenía juguetes con los que les encantaba jugar. Coches, excavadoras, buldozers. Y a menudo lo veía corriendo una pequeña maquinista de juguetes sobre la mesa de trabajo. A veces ataba los cordones de sus botas con un nudo para que no me dejara y se fuera de mi lado. Pero aún así se iba. A veces, me pedía que le leyera las cartas de las chicas que le escribían, sin embargo, no le permití que hiciera esto y las destruía sin piedad. Y luego fingió suspirar: «Ahora mismo quizás hayas destruido mi feliz futuro”.
En la vida cotidiana, no era apara nada caprichoso. No teníamos servicio de habitaciones. Ni sirvientes ni mensajeros. Cuando Fidel tenía hambre, simplemente fiba al restaurante y traía de allí varios paquetes con comida muy simple, a menudo con algunos bocadillos comunes como papas fritas. Fidel también tenía dos relojes en sus manos. Como él decía, uno mostraba el día y otro la noche, porque Cuba le necesitaba a él día y noche. Debo decir que Fidel era una persona muy informada y educada. Sabía el nombre de cada árbol y animal, era bien versado en las complejidades y detalles de la historia cubana.
En ese momento, probablemente estaba hablando de su futuro. Fidel estaba listo para una actitud seria y ¿la veía a usted como su esposa?
-Lo amaba. Siempre quise estar con él y no veía mi futuro en Alemania o los Estados Unidos. Y al mismo tiempo, Fidel siempre repitió: «Yo soy Cuba». Y me explicó que si quería casarme con él, significaba que también debía casarme con Cuba. Así lo imaginó él. Pero no pude compartirlo con Cuba y, por lo tanto, entendí que era poco probable que me casara con él. Apenas veía a Fidel en esos días.
Por la mañana salía para resolver los asuntos estatales cubanos y, a menudo, regresaba a dormir. Casi siempre, sin fuerza. ¿Qué podía hacer yo? ¡Esperarlo! A menudo lloraba porque me daba cuenta de que este hombre simplemente no me pertenecía a mí y nunca le pertenecería a ninguna mujer, ya que Cuba realmente significaba todo para él.
(CONTINUARÁ…)
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