SD. Ahora reside en un Asilo para Envejecientes, dicen que por ahí por las cercanías del estadio Quisqueya. Muchas veces, ensimismada, debe recordar aquella voz, las luces, los aplausos. Esa mujer dueña de unos ojos que alguna vez fueron de los más hermosos que se pasearon por La Habana, probablemente ya hable muy poco. Su nombre es María Remolá.
Vive en República Dominicana desde hace décadas. Se trata de una mujer menuda, que fue rubia en lo que hoy es una cabeza llenita de canas, que zezea a veces, no obstante haber vivido la mayor parte de su vida fuera de su España natal. María Remolá ha sido profesora de canto de muchas de las voces más conocidas del país, tanto en el canto popular como en el clásico. En La Habana de entonces era llamada El Ruiseñor, por su magnífica interpretación del tema de igual nombre de Ernesto Lecuona, y fue en los años 60 del siglo XX figura principalísima, junto al tenor Armando Pico, del fabuloso show del Cabaret Tropicana.
Nacida en Barcelona el 7 de diciembre de 1930, Remolá se estableció en Cuba desde 1952. A inicios de los 70, tras casi 30 años, regresó a España, pero no podía vivir allá, sin la calidez del trópico, así que terminó estableciéndose en la República Dominicana, donde ha ejercido un ardiente, aunque callado magisterio.
En La Habana estudió canto de la mano del tenor Francisco Fernández Dominicis, al poco tiempo encabezó los elencos de óperas y zarzuelas como Rigoletto, Don Pasquale, María la O, La Princesa de las Czardas, La viuda alegre, El conde de Luxemburgo, Luisa Fernanda, Lucia de Lammermoor, entre otras obras.
La capacidad para lograr notas sobreagudas sostenidas con absoluta nitidez, le dieron destaque en su tiempo. Después, cuando se estableció en 1985 en Santo Domingo su voz calló y se dedicó a enseñar.
En una entrevista para el programa Mundos Paralelos, que salió al aire hasta hace unos siete años, producido por este redactor, María Remolá recordó que llegó a Cuba en 1952, tras pedirle a una tía suya que allí vivía, que la invitara a La Habana por 15 días, y nunca imaginó que allí se quedaría por tantos años, que se convertiría en una artista querida por el pueblo cubano, a tal punto de llegar a considerarla cubana.
«A Ernesto Lecuona lo conocí por Félix Guerrero, que fue mi esposo. Fue antes de un concierto que el Lecuona preparaba para el antiguo Teatro Blanquita y ya el elenco estaba seleccionado por lo que me dijo que interpretaría el tema Andalucía. Le hice la salvedad de que la pieza no tenía letras y la escribimos entre los dos», narró.
Ahí comenzó de verdad su historia. Después fueron los éxitos, los viajes, la música… Ahora todo es pasado. Y cuando su corazón deje de latir, quedará en tierra dominicana, como muchos otros emigrantes, sean artistas, empresarios, escritores, agricultores, maestros, etc, una huella en el desarrollo de la cultura dominicana.
María Remolá, el legado de una diva
Del sitio www.divalegacy.com los críticos musicales Nicholas E. Limansky y Joahn Carroll hacen una enjundiosa valoración de la técnica de María Remolá, aunque afirman que es cubana, cuando en realidad es española de nacimiento.
«Poco se sabe acerca de la soprano cubana María Remolá. De acuerdo con las notas (notablemente poco confiables) de uno de sus discos, Remolá estudió en Europa y ha cantado en París, en su nativa Cuba, en Washington, Rusia y España. Aunque las audiencias norteamericanas no están familiarizadas con ella, Remolá fue, obviamente, bastante famosa en su Cuba nativa, puesto que se la menciona en Fresa y Chocolate, una película cubana de los 80, interpretada por Jorge Perugorría y Vladimir Cruz. Durante una escena, mientras un personaje pone un disco de María Callas, otro nota lo bueno que sería escuchar a otra cantante, además de a María Remolá», en realidad el significado de esta escena se refiere a Fidel Castro, a la necesidad de escuchar otra voz que no fuese la suya.
Y continúan Limansky y Carroll: «Remolá grabó un programa de arias con la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, conducida por Guerrero (a juzgar por la acústica, probablemente sea de los 60s o de los 70s). Aunque su técnica florida es considerable, y el brillo de más alto registro tiene su propia elegancia, hay un extraño provincialismo en su trabajo. La tendencia de Remolá era la de cerrar las arias una tercera por encima del tradicional tono alto. El aria de Rosina en el Barbero de Sevilla (cantada en F) termina en una A sostenida por encima de una C alta, y la «Canción de las campanas» de Lakmé termina en una sostenida G-sharp por encima de la C alta».
«Aunque las grabaciones pueden ser engañosas, su voz parece haber sido un cálido instrumento, y suficientemente amplia para permitirle manejar fácilmente la fuerza necesaria para una exitosa «Sempre libera» de La Traviata, de Verdi, la cual ella eligió para concluir con una excelente, final A-flat sostenida, por encima de una C alta. La vibración latina de su voz puede volverse difícil a veces, pero ella es bastante capaz de un controlado pianísimo alto; la frase final del «Caro nome» salta a un calmado G-sharp en altura que viaja a través de una notable disminución del tono para concluir en un mero murmullo. Su mejor esfuerzo, sin embargo, son las variaciones de Adam sobre «Ah vous dirai-je Maman». Después de una extraordinariamente larga y difícil cadencia con fauta, Remolá termina con una B sostenida por encima de una C alta, la nota más alta y sostenida que haya grabado alguna vez un artista clásico», afirman Nicholas E. Limansky y John Carroll.
Nuevos datos, aportados por una testimoniante
Justo en el sitio de Limansky hay nuevos datos, y a la vez que arregló el error del país natal de María Remolá incluye elementos aportados a través de una carta enviada a él por Yamilet Hennebery, cuya madre, Meybol González del Valle, fue pianista acompañante de María Remolá desde mediados de la década de 1970 hasta 1982, cuando Yamilet y su madre salieron de Cuba. «Ella fue capaz de proporcionarme una visión fascinante de por qué este artista sigue estando tan en la sombra. Estoy agradecido con Yamilet por permitirme citar su carta aquí, dentro de mi sitio», expone agradecido. «En aquel entonces (a mediados de la década de 1970) recuerdo a Remolá como una pequeña dama con una voz de cualidades cristalinas pero con un gran poder. (Creo que debe tener setenta años y todavía estar viva). En ese momento ella estaba enseñando en un Conservatorio del gobierno conocido como el Instituto Ignacio Cervantes para el Avance de las Artes. El gobierno pagó sueldos extremadamente generosos a los artistas a expensas de ellos pasando por reevaluaciones periódicas, por lo que Remolá tenía varios cantantes profesionales bajo su tutela que fueron entrenados extensivamente cada semestre para cumplir con estos requisitos. Mi madre era su acompañante tanto en el conservatorio y en los conciertos, no hace falta decir que pude experimentar a Remolá de cerca y de manera personal. Ella estaba realmente dotada de una voz fantástica. Lo más admirable de esta dama es que su (s) registro (s) bajo y medio eran tan prominentes como los de una soprano dramática, y ella era capaz de cantar con más fuerza personajes de Zarzuela cubana. Cantó María Belen Chacón, Cecilia Valdés, Doña Francisquita y otros. Desafortunadamente las producciones de ópera en Cuba fueron escasas debido a la producción pero vi una Traviata suya que era para morirse», cuenta Yamilet Hennebery.
Y continúa citando la carta: «En los conciertos fue realmente increíble. En sesiones privadas vocalizando con mi madre al piano ella, y esto no es una exageración, podía vocalizar hasta la última nota del teclado del piano (C » » ‘) sin ninguna tensión. La mayoría de sus interpretaciones fueron terminadas, como usted mencionó, un tercio arriba de la nota original como Rosina en ‘Una voce poco fa’… Sin embargo, Remolá tenía un (repertorio) que nunca llegó al estudio de grabación para la posteridad. Estaba fuera de este mundo: la cadencia final de la escena loca presentaba trinos y ornamentos que ninguna voz humana podía reproducir. Cantaba la versión que termina en una F alta, pero hacía trinos desde la alta D hasta la D por encima de la altura D para culminar con un sonido nauseabundo sostenido F arriba de F. También hizo algo similar con el famoso clásico de Queen of the Night ‘Der Holle Rache’, donde cantó las notas staccato una octava más alta que la escrita (en otras palabras, lo hizo) Staccato Fs por encima de la altura F.) En el concierto, ella también cantó «D’amore al dolce impero» de Armida (de Rossini) con tanta agilidad y saltos altos que un aria extremadamente difícil le parecería un ejercicio para principiantes. Ya sabes sobre sus maravillosas variaciones de Mozart ‘Ah vous dirais’ … Cantó mucho en concierto que nunca se grabó: Dinorah’s Sahdow Song, Merry Widow, aria de Isabella, de Robert le Diable, Alabieff’s Nightingale, Proch’s Theme and Variations. Era muy joven cuando la conocí en 1978, pero esos veranos que pasé en el conservatorio con ella y mi madre quedarán grabados para siempre en mi memoria», externa en un inapreciable testimonio Yamilet Hennebery.
«La última vez que escuché (sobre Maria Remola) en 1996 fue de mi maestra de voz, Carmen Villaraos, una exestudiante de Remola. María todavía cantaba pero no pudo encontrar un mercado para grabar en Barcelona, España donde se había mudado. Su acompañante en el tiempo es amiga de mi profesora de canto, y le dije que Remolá no estaba grabando porque Montserrat Caballé le había cerrado todas las puertas en España…», asegura Hennebery.
«Nació en Barcelona, pero amaba a Cuba y sus tradiciones como su propia patria. Era la amada de compositores cubanos como Lecuona y Roig, que amaban la brillantez y la extensión de su voz, así como su musicalidad y disciplina. Una vez quise cantar como ella. Ella sonrió y me dijo: ‘con la técnica adecuada lo harás, pero debes ser mayor’. Y eso es lo que era, una increíble máquina afinada atrapada en un pequeño marco de apenas metro y medio de alto, con una expresión increíblemente serena. Esas altas notas flotaban sin esfuerzo como nubes, sin sacudidas ni contorsiones faciales. Puede que no tenga grabaciones suyas en Lucía o Dinorah, pero todavía puedo escuchar la pureza cristalina de esos sonidos en mi cabeza», aporta Hennebery.
La testimoniante recuerda los años de aquellos terriblemente crueles y vergonzosos actos de repudio, que organizaban los Comités de Defensa de la Revolución contra las personas que intentaban abandonar el país o que pudieran parecerle a alguien sospechoso, y narra que su mamá y ella habían intentado salir del país infructuosamente entonces -narra- «el director del Conservatorio se acercó a Maria Remola sobre este asunto cuando se hizo evidente que mi madre era una «traidora de la Revolución», y María se negó a participar. Su cita fue ‘Respeto a Meybol como pianista y como individuo; no solo perdemos a un profesional talentoso, perdemos una dama y una gran persona. Perdí a mi acompañante, no tengo nada que celebrar»».
Una marginada por ambos lados, una paria
Este testimonio publicado en su web por Nicholas E. Limansky es muy importante porque aporta, entre otros el siguiente análisis de lo que fue la vida de María Remolá por aquellos años: «María permaneció en Cuba hasta principios de la década de 1990 cuando decidió dejarlo y volver a su Barcelona natal. Es lamentable que esto la haya colocado en un ‘limbo político’ con los desertores cubanos en (los Estados Unidos) y los comunistas en Cuba. En los Estados Unidos, fue vista como un icono de la revolución cubana que nunca levantó un dedo para denunciar las hazañas del régimen de Castro. En Cuba fue vista como alguien que aprovechó las oportunidades que se le ofrecieron en la Revolución y luego se dio por vencida. Es por eso que sus grabaciones… son tan difíciles de conseguir, ella se convirtió en una marginada de ambos lados. Hoy en día que el exilio cubano en Miami ha suavizado algunas (créanlo o no), hay muchas personas expresan su interés en revivir su memoria, pero María permanece anónima en España sin hacer olas», afirma Yamilet Hennebery desconociendo que María Remolá desde hace años reside en República Dominicana.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).