Por Leo Silverio
Hace unos días y a través de diferentes medios, se quejaba el cineasta Ángel Muñiz, a propósito de la exhibición de su nueva cinta “Sola a los 40”, que el público dominicano ha perdido interés por las películas hechas en casa. Afirmaba Muñiz que las largas colas de antaño por filmes como “Nueva Yol… por fin llegó Balbuena”, “Sanky Panky” o “Lotoman” son acontecimientos del pasado. Que hay que renovar los temas y arriesgar en el lenguaje audiovisual para reconquistar a los espectadores.
Como colofón, argumenta el director de “Perico ripiao”, que las cadenas de cine no han hecho una buena labor publicitaria para atraer a ese público cada vez más distante.
“Las nuevas miradas”, ese público que aún no se decide a asistir a las salas de cine, están ahí, diseminados por toda la geografía nacional; pero hay que convencerlo y educarlo de que va a ver películas diferentes, filmes verdaderamente desafiantes a su inteligencia, que le van a sumar a su universo lúdico, de información y de formación.
Pero más que las cadenas de exhibición cinematográficas, que igualmente deberían invertir en el tema de levantar nuevos socios para sus negocios; la responsabilidad mayúscula debe recaer sobre la Dirección General de Cine (DGCine), y un pedacito de esa quiniela debe tocarle a la Asociación Dominicana de Profesionales de la Industria del Cine (ADOCINE) también.
Los públicos emergentes se forman. Los cinéfilos se forman. Los cineastas se forman. En esta época nada es dejado al azar. En un tiempo relativamente corto los cineclubes desaparecieron. Los sábados, los domingos en las mañanas o en las tardes, funcionaban los clubes cinematográficos (Cineclub Lumièré, Santo Domingo, Dominicano…) Los cursos de apreciación cinematográfica (Cinemateca Dominicana), de fotografía (Fotogrupo en Casa de Teatro) eran fundamentales para atraer a esas nuevas miradas. Grupos desarrollados para apreciar obras audiovisuales con criterios de valoración crítica.
Hoy tenemos más facilidades, pero estamos más alejados de esos recursos y herramientas de atracción del público joven, ávido de disfrutar de catarsis audiovisuales a través de películas que los reten en sus conocimientos y experiencias cinematográficas.
DGCine alegará que esas son tareas del “sector privado” o que la cinemateca tiene su natimuerto “Cine sobre rueda”, en ambos casos, no son suficientes sus explicaciones para mantener viva y en aumento una cultura cinematográfica nacional. Es preocupante que dos terceras partes de la República Dominicana no tengan salas de cine, ni siquiera un rincón mínimamente equipado para ver las producciones nacionales. Antes, en cualquier pueblo, por más escondido que estuviera, había un “cine de barrio”. ¡Eso es nostalgia de otros tiempos!
La formación de cineclubes escolares y provinciales para desarrollar las nuevas miradas y ese deseo de ver buenas películas debería primar en la DGCine y su dirección ejecutiva. Pero parece que eso no está dentro de sus planes inmediatos. Es más satisfactorio mostrar cifras en azul sobre las recaudaciones a Hacienda por arrendamientos a las producciones internacionales que una mejor suerte para el cine local: Que el público se regocije con los filmes nacionales, que a final de cuentas, son parte de la cultura y del acervo artístico de la nación.
Hay que ocuparse de los grupos provinciales para que vayan al cine y lo aprovechen en favor de su goce personal y crecimiento colectivo; para que en algún momento esas comunidades expongan sus realidades por medio a lo audiovisual, igual que el resto de la población más favorecida, que tienen derecho a verse, disfrutarse y reflexionar sobre sí mismas.
Tenemos equipamientos de excelente calidad, técnicos, actores y actrices con buen nivel profesional, escuelas de cine en las universidades, un crecimiento sostenido en la realización de filmes; pero no tenemos público que pueda apreciar y disfrutar de todo este universo. Habrá de revisarse algunos de estos eslabones, pues la cadena podría romperse en cualquier parte del camino y sin refacción a mano.
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