«Arriba los pobres del mundo, / de pie los esclavos sin pan / y gritemos todos unidos: /¡Viva la Internacional!», dicen que cantaba el dictador rumano Nicolai Ceaucescu, nacido el 26 de enero de 1918, al recibir los disparos que acabaron con su vida el 25 de diciembre de 1989. Los tiranos, sobre todo de la izquierda, son intensos y se creen la película de que son los salvadores del mundo. Tal parecería que en alguna clínica secreta del Kremlin se les inyectaba en el ADN algún tipo de elemento que convertía en pura efervescencia la glándula del ego.
Su esposa Elena murió, con las manos atadas a la espalda, y venda negra a los ojos, insultando a los militares que les fusilaban, hasta hacía poco leales a su gobierno, y que parecían herederos de la crueldad legendaria del conde Drácula o figuras sacadas de una obra teatral del siglo XVI, solo que con armas soviéticas. Era la Navidad de 1989, hace 32 años.
Las ráfagas que acabaron con la vida del dictador rumano y su esposa parecerían parte de un gran remolino de acontecimientos.
El juicio sumarísimo al que fueron sometidos Ceaucescu y su mujer, es un disparate jurídico semejante al que ahora mismo comete el régimen cubano contra niños y jóvenes cubanos acusados de manifestarse el 11 de julio; un derecho sustentado en la Carta de los Derechos Humanos de la ONU, la cual ha sido refrendada por Cuba, país que ha sido miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU del 2006 al 2009, del 2009 al 2012, del 2013 al 2016 y del 2016 al 2019.
El juicio sumarísimo de los Ceaucescu duró dos horas, no tuvo causa previa, se realizó en medios de gritos entre el fiscal, el juez y los dos acusados, y terminó con una condena a muerte que ya estaba dictada y que era inamovible. El parte oficial dijo: “La condena es definitiva y fue ejecutada”. ¿Alguien recuerda el juicio al general Ochoa en Cuba?
La realidad ignorada
En la Rumania de Ceaucescu ocurrían las cosas como ocurrían en la Unión Soviética que dejó de existir oficialmente el 25 de diciembre de 1991. Las mismas siguen ocurriendo hoy en Cuba y seguramente en otros países. Los del poder no ven venir el futuro, debido a una distancia infranqueable entre la realidad y la fantasía, entre el poder y el pueblo, entre la justicia y la verdad.
Ese año el campo socialista sufrió el efecto dominó que derribó todos los muros, todos los partidos comunistas, cambió países y fronteras. El famoso Muro de Berlín hoy convertido en pedazos de piedras en colecciones del mundo entero, había sido derrumbado. Polonia, Checoslovaquia y Hungría, habían caído. Rumania no iba a quedar inmune a la epidemia ignorada.
Nacido en la villa de Scornicești en Oltenia, hijo de un pastor, Nicolae Ceausescu llegó del campo a Bucarest con apenas 11 años. A los 14 años estaba afiliado al ilegal Partido Comunista Rumano. A los 15 fue preso por participar de peleas callejeras durante una huelga y por recoger firmas en favor de los trabajadores ferroviarios en dificultades. A los 16 su registro policial rezaba: “Peligroso agitador comunista; distribuidor activo de propaganda comunista y antifascista”.
A los 18 años, en la clandestinidad fue capturado y condenado a dos años de cárcel que cumplió en Doftana. En 1940, en plena guerra y con una Rumania aliada de Hitler, Ceaucescu conoció a Elena Petrescu, la mujer que le iba a acompañar toda su vida hasta el patíbulo, donde murieron al unísono.
En 1943 fue a dar al campo de concentración de Tárgu Jiu donde conoció a su mentor Gheorghe Gheorghiu-Dej. Al finalizar la II Guerra Mundial, Rumania quedó del lado soviético, según el reparto acordado en Yalta por quienes se parecían a Jack el Destripador («vamos por partes») el presidente norteamericano Franklin Roosevelt, el primer ministro británico Winston Churchill y el sátrapa soviético José Stalin, líderes de las potencias vencedoras. A la sazón, Nicolae Ceaucescu a los 27 se convirtió en el líder de la juventud comunista rumana.
En 1947 su mentor llega Gheorghiu-Dej al gobierno rumano y lo nombra ministro de Agricultura, vice ministro de las fuerzas armadas, viceministro de Defensa y jefe de la Dirección Superior de Política del Ejército con el grado de mayor general. En 1952 Gheorghiu-Dej lo llevó al Comité Central del Partido, un cargo clave en la estructura política de los países comunistas; en 1954 fue ascendido a miembro del Buró Político, máxima instancia de la nomenclatura.
A la muerte de Gheorghiu-Dej en marzo de 1965 Ceaucescu se convirtió en el líder del Partido Comunista rumano y, en 1967 llegó a la presidencia del Consejo de Estado, un cargo equivalente al de primer mandatario. Su figura se hizo popular enseguida: enarboló una supuesta política “independiente” de la influencia soviética, que le ganó incluso el reconocimiento de Occidente.
Ceaucescu quiso agenciarse en el mundo la imagen de centro izquierda, probablemente en desacuerdo con Jrushchov o vaya a saber si acaso con su anuencia: sacó a Rumania del Pacto de Varsovia. En 1968 se opuso a la invasión soviética de Checoslovaquia que ahogó un intento reformista en ese país. Esa oposición a los dictados del Kremlin duró incluso hasta 1984: Rumania fue uno de los pocos estados socialistas que participaron de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984, boicoteados por la URSS.
Hay sin embargo quienes plantean que Ceaucescu y Elena, no dejaron nunca de lado la obediencia debida a la URSS, nunca rompieron con Moscú, incluso ni cuando coquetearon con el comunismo chino de Mao Tse Tung al que elogió, supuestamente para que rabiaran los rusos, en un momento de enfrentamiento entre Moscú y Pekín. La estrategia le sirvió para tejer buenas relaciones con Occidente: Rumania fue el primer estado socialista en establecer relaciones con la comunidad europea.
El culto a la personalidad
Desde los mismos años 60, Ceaucescu se empeñó en el culto a la personalidad y en una seguridad férrea. Visitó Cuba en septiembre de 1973, en respuesta a la visita que le girara el año anterior Fidel Castro.
No se sabe quién copió a quién, pero muchas cosas de las sucedidas en el pasado reciente de la isla caribeña, son extrañamente parecidas al devenir rumano. La temida Securitate, o Seguridad del estado, mantuvo un rígido control sobre las voces opositoras, persecución, cárcel y asesinatos, y ejerció una fuerte presión sobre los medios de comunicación. Cuba ídem hoy mismo. En 1978, el desertor de la Securitate, Mihai Pacepa, reveló en su libro “Horizontes rojos – Crónicas de un espía comunista”, que Ceaucescu había colaborado con extremistas árabes y espiado a varias industrias del mundo occidental, algo que el régimen cubano ha practicado años atrás co entusiasmo revolucionario.
Ceausescu fue un poco más allá que Fidel Castro, a quien siguen llamando después de muerto el Máximo Líder, él, Nicolae, se llamaba a sí mismo el “Conductor», término sacado de un viaje a la China de Mao y a la Corea del Norte entonces en manos del mismísimo Kim Il-sung, abuelo del Kim de hoy día. Nada bueno se llevó de las estadías asiáticas: “revolución cultural” como la China, culto a la personalidad, hombre nuevo, nacionalismo raigal, populismo en su estado puro, basados en el centralismo del partido y el supercentralismo autoritario estalinista, sostenido por las atrocidades de la policía secreta con el aplauso de los bambonees de la intelectualidad rumana, imprescindibles para los planes del dictador.
Su día del cumpleaños fue de fiesta nacional; un poeta le cantó: “Eres la conciencia vigilante que da luz / El Partido, Ceaucescu, Rumania / es todo lo que tenemos / cerca de nuestros corazones”. Efecto del tumbapolvismo del realismo socialista, que también tuvo en Cuba sus copistas de partichelas.
Ceaucescu terminó haciéndose llamar: “El Danubio Azul del socialismo”. Sin la más mínima vergüenza, sin el más mínimo mol de pudor.
La maléfica rumana
Por su parte, su amada esposa Elenita Ceausescu, mujer de escasa cultura, aunque sí de gran coraje partidista cuando había que serlo, se inventó un doctorado en química, con el único antecedente de haber trabajado en un laboratorio después de dejar el colegio, a los 14 años y, luego, ya en el socialismo, la habían convertido en directora del Instituto Químico de Bucarest.
Las universidades de Moscú, Teherán y Buenos Aires corrieron a entregarle doctorados honoris causa, distinciones que se negaron a otorgar Oxford y Cambridge, pese a la presión de la diplomacia de su país.
En 1974 fue nombrada miembro de la Academia Rumana, el título más alto al que puede aspirar un científico en el mundo socialista. En 1980 ya era viceministra y gobernaba codo a codo con su marido: era temida y a la vez aborrecida, porque lejos de jugar un papel mediador, tierno, tenía mano de hierro y ejercía la hijueputez sin ambages.
Su ejemplo, su personaje de tragicomedia, parece haber renacido en la esposa del dictador nicaragüense Daniel Ortega, Rosario Murillo, quien a muchos les parece haber calcado al carbón el personaje de la esposa del dictador rumano.
En su megalomanía, Ceausecu hizo demoler un antiguo barrio de Bucarest para construir ‘el edificio más grande del mundo, que debía alojar a todas las instituciones del Estado’. El monstruo que hoy alberga al Parlamento, es el segundo edificio más grande del mundo, por debajo del Pentágono. Y todavía sigue ahí. En el más puro estilo estalinista.
Como buen comunista, su política económica fue un desastre, tanto que en 1977 los mineros se fueron a la huelga, secuestraron al ministro de minería, y fueron ferozmente reprimidos por la policía. En 1987 una revuelta popular, en Brasov, terminó en una matanza de rebeldes. Se ahogó el proyecto de industrialización y producción de Rumania. Un préstamo otorgado por el FMI, que Ceaucescu intentó pagar de inmediato, conllevó apagones y cortes de gas, así como racionamiento de productos de primera necesidad. A oscuras y sin vida nocturna, Rumania volvió al hambre atroz ya vivida en la II Guerra Mundial.
El levantamiento popular
El 16 de diciembre de 1989 comenzó el principio del fin en Timisoara, donde predicaba un pastor húngaro, Lazlo Tokes, fuerte crítico del gobierno. Ese día la policía política del régimen intentó apresar a Tokes para, en el mejor de los casos, expulsarlo del país. Cien mil personas, en su mayoría estudiantes, salieron a la calle en defensa del pastor, pero en contra del gobierno de Ceaucescu. Cantaban “Libertad” y “¡Despierta, rumano!”.
El 16 de noviembre, un mes atrás, Ceausescu había recibido al canciller cubano Isidoro Malmierca y al embajador cubano Niel Ruiz Guerra, según consigna el archivo del periódico cubano Granma.
El 18 de diciembre, el dictador dio orden de disparar contra los manifestantes: murieron cerca de sesenta personas y hubo dos mil heridos. En el juicio sumarísimo se hablaba de 60 mil muertos, una exageración innecesaria. Los enfrentamientos duraron seis días. La represión fue feroz.
En Timisoara, las cifras oficiales fijaron en 1.104 los muertos y en 3.552 los heridos durante los enfrentamientos que precedieron a la caída de Ceaucescu que, el 21 de diciembre, al regresar de un viaje a Irán, llamó a una asamblea del Partido Comunista Rumano en la que pretendía ganar el apoyo popular. Pero lo sucedido en Timisoara estaba demasiado fresco, había herido profundamente al pueblo y la multitud le gritó: “¡El pueblo somos nosotros! ¡Abajo el dictador! ¡Muerte a los criminales!”.
Bucarest se convirtió en la capital de la rebelión. Los rumanos parecían haber perdido el miedo, sostenidos como lo estaban por la crisis del comunismo en el este europeo. Ceaucescu convocó a un gran acto popular para hablar desde los balcones del PC rumano. Era el jueves 21 de diciembre. Los aplaudidores oficiales, que siempre los hay, fueron llevados en micros y camiones y en el inicio del acto, Ceaucescu fue aplaudido y vitoreado. Llegó a acercarse al micrófono y hacer un anuncio que, pensó, calmaría las aguas: “Esta mañana hemos decidido que, durante el próximo año, aumentaremos el salario mínimo”.
Nada de eso. Alguien, nunca se supo ni se sabrá quién, dio el grito que dio un giro de 180 grados a la situación. Gritó “¡Timisoara”! Entonces empezaron los abucheos, por sobre los vítores se escucharon los primeros gritos de “¡Asesinos”!, ¡Ratas!”. Todo transmitido en directo por la televisión oficial.
Ceaucescu y su mujer hacen gestos desesperados para intentar contener los gritos. O para calmar la furia. O para pedir ser escuchados, una vez más. Alguien se acercó y le susurró algo, seguramente, «no siga hablando, salgamos de aquí» o algo semejante.
En esos instantes sucedieron dos hechos extraños, probablemente parte del guion de un complot interno, de esos que se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan: sonó un petardo y la televisión se fue a negro por espacio de tres minutos. Eso fue todo. La gente se desbordó a las calles para saber qué había pasado.
Ante tal manifestación en su contra, Ceausescu dio por terminado su discurso, luego en la noche de ese jueves 21 de diciembre mandó al ejército a disparar contra los manifestantes. El viernes 22, las protestas fueron aún más masivas. Ceaucescu acusó a su ministro de Defensa de traición. El ministro Milea se suicidó ese mismo 22, aunque su familia dijo siempre que había sido asesinado por orden de Ceaucescu. Luego ocurrió algo que por lo general termina ocurriendo cuando quienes están al frente del ejército no son de la familia del dictador. El ejército rumano dejó de enfrentar a los manifestantes y se pasó de bando.
Sin el apoyo del ejército, no hay régimen ni dictador que se mantenga.
Así que sin el apoyo del ejército, Ceaucescu y su esposa Elena tuvieron que salir huyendo de Bucarest en un helicóptero hasta la residencia del presidente, en Snagov. De ahí salieron con rumbo desconocido: debieron aterrizar cerca de Targoviste, a menos de cien kilómetros de la capital, porque las fuerzas armadas habían cerrado el espacio aéreo de todo el país.
Las dos principales figuras del régimen, quienes habían gobernado a Rumania por más de 22 años, pidieron bola (autostop), para poder huir por carretera. Fueron recogidos por un médico, que los abandonó con una excusa cuando descubrió a quiénes había subido a su auto. Los dos solos, sin seguridad, huyendo, sin nada en las manos. Un segundo automovilista les dio bola hasta que fue detenido por un control policial. Los Ceaucescu fueron apresados y entregados a los militares rebeldes.
El juicio sumarísimo
Era pleno invierno. La temperatura ese 24 de diciembre del 1989 en Targoviste fue de 4.3 grados promedio, siendo la mínima de 2.4 grados y la máxima de 7.2 grados. No caía nieve. Pero era moderadamente fría.
El juicio celebrado en uno de los cuarteles de Targoviste tuvo el mismo estilo que otros juicios sumarísimos estalinistas, para nada ajenos a lo que había sucedido decenas de veces en Rumanía y otros países socialistas y hoy todavía sucede en Cuba.
El juicio sumarísimo a los Ceausescu fue igual de ilegal, de absurdo, con apariencia legítima de tribunal militar, como se hace por estos días en La Habana con menores de edad y jóvenes que se manifestaron el 11 de julio del 2021 a los cuales se les ha sentenciado en esta Navidad a penas entre 30 y 15 años de cárcel.
Aquella Navidad de 1989 se acusó a los Ceaucescu de genocidio por la muerte de “sesenta mil personas” en Timisoara, algo que no era verdad, la cifra real era de sesenta muertos… pero eran muertos y significaban mucho, demasiado. ¿Qué importaba ya que fuesen 60 o 60 mil? También fueron acusados de dañar a la economía rumana, de enriquecimiento ilícito, con cuentas en el exterior por mas de mil millones de dólares, y por el uso de las fuerzas armadas contra civiles, cosas las cuales eran ciertas.
Ceausescu acusó a sus captores de golpistas. La sentencia a muerte tras apenas dos horas de juicio fue recibida con incredulidad por la pareja hasta ese momento más poderosa de Rumanía. Elena gritó: “Mátennos juntos. Tenemos derecho a morir juntos”. Luego, ambos son empujados a un patio exterior, puestos de espaldas a una pared y un oficial intenta colocarles una venda negra.
En 2009 uno de sus ejecutores Dorin Marian Carlan quien tenía entonces veintisiete años dio detalles del fusilamiento. Era entonces suboficial del regimiento de paracaidistas de Boteni. Dijo que el general Víctor Stanculescu convocó a ocho paracaidistas y les reveló que los Ceaucescu estaban arrestados y que iban a ser enjuiciados: “¿Puedo contar con ustedes hasta el final?”. De los ocho, Stanculescu eligió a Carlan y a otros dos suboficiales, que son quienes atan las manos de los Ceaucescu en la sala de documentación del cuartel, donde se celebró el juicio.
“Camino del paredón -contó entonces Carlan- él, Nicolae Ceaucescu, se volvió hacia mí, que iba detrás con el arma en la mano, y me miró durante unos segundos. Vi lágrimas en sus ojos”. Condenados y verdugos caminaron quince metros hasta la pared. Ceaucescu gritó entonces: “¡Viva la Rumania socialista, libre e independiente! ¡Muerte a los traidores! ¡La Historia me vengará!”, mientras Elena insultaba a los militares.
Después, Ceaucescu empezó a cantar los versos de “La Internacional”: “Arriba, los pobres del mundo / En pie, famélica legión / atruena la razón en marcha / es el fin de la opresión”. Sonaron los disparos. Ceaucescu y su mujer cayeron lentamente, como en una escena cinematográfica. “Él se levantó un metro del suelo al recibir los disparos. Murió enseguida, por mis balas y por las de Ionel Boeru, otro de los paracaidistas -contó Carlan- Elena no murió de inmediato, pese a que tenía varios tiros en la cabeza. Hacía unos movimientos raros, macabros. La rematé de un disparo.”, expresó el paracaidista.
El ensañamiento con Elena fue mayor que con quien era oficialmente el presidente de Rumanía hasta ese momento. Los esposos fueron sepultados en tumbas diferentes. En diciembre del 2010 sus restos fueron extraídos de ambas tumbas y enterrados ahora sí, juntos, en una nueva recubierta en granito rojo, que contiene una lápida que reza: “Nicolae Ceaucescu, presidente de la República Socialista de Rumania – 1918-1989 . Elena Ceaucescu – 1919-1989″.
Las lecciones que ofreció la historia de Ceausescu y de Rumanía, hace 32 años, parece no han servido para algunos que se empecinan en caer en los mismos errores de apreciación histórica.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).