El administrador de la NASA Bill Nelson ha anunciado este 3 de junio las próximas misiones de tipo Discovery, que, con un coste de unos 500 millones de dólares, son las más baratas de la agencia.
De las cuatro finalistas, la NASA ha aprobado las dos propuestas de misiones para estudiar Venus: Veritas y DaVinci+. El resultado ha sido acogido con alegría por la comunidad de científicos planetarios dedicados a Venus y que se sentían abandonados por el programa de exploración planetaria de la agencia espacial.
No en vano, la NASA no ha mandado ninguna sonda al planeta vecino desde 1989. La decisión ha dejado fuera a las misiones Ivo (Io Volcano Observer), para el estudio de Ío (la luna de Júpiter), y Trident, creada para explorar Tritón, el mayor satélite de Neptuno.
La elección ha sido bastante lógica teniendo en cuenta, por un lado, que Veritas y DaVinci+ se complementan perfectamente y, por otro lado, que Ivo y Trident son claramente demasiado ambiciosas para una misión de tipo Discovery (de todas formas, la selección de este tipo de misiones se lleva a cabo en base a las bondades presupuestarias técnicas y de organización de cada misión por separado, independientemente de los objetivos científicos de la NASA).
Venus tiene una temperatura superficial de 470 ºC y 93 bares de presión. Se trata de un mundo yermo. Pero parece ser importante porque todavía no se comprenden muy bien los mecanismos que han hecho que un planeta similar en tamaño y en composición a la Tierra haya evolucionado de forma tan diferente a nuestro planeta.
Es posible que Venus fuese habitable —esto es, que tuviese agua en la superficie— hasta hace unos dos mil millones de años, o incluso hasta épocas más recientes. De confirmarse, esto significaría que Venus fue habitable durante mucho más tiempo que Marte y que durante casi la mitad de la historia del sistema solar hubo dos planetas capaces de albergar formas de vida.
Venus es una prioridad de la comunidad científica. Sin embargo, la mayor parte de agencias espaciales parecían haberse olvidado de él. La ESA ha enviado la sonda Venus Express y la JAXA la misión Akatsuki, pero, aunque se trata de misiones interesantes, no son exactamente lo que pedía la mayoría de científicos planetarios. Slo ideal se trataría de una compleja sonda formada por un orbitador, una sonda de superficie, globos y subsatélites. El problema es que esta misión flagship saldría por unos 3700 millones de dólares, y la NASA no tiene tanto dinero. La alternativa es enviar sondas más baratas que estudien algunos objetivos cruciales por separado. Y aquí es donde entran las misiones Discovery de bajo coste. Hay quiene abogan por priorizar el cartografiado desde la órbita y los que consideran que la prioridad es analizar la atmósfera.
Venus está cubierto por una espesa capa de nubes y la única forma de ver la superficie es usando el radar. Las sondas soviéticas Venera 15 y 16, así como las sondas Pioneer Venus y Magallanes de la NASA nos han permitido disponer de un mapa global de radar de la superficie de Venus, pero su resolución no es lo suficientemente alta como para discriminar entre las predicciones de muchas teorías —¿hubo o hay algo parecido a la tectónica de placas en Venus? ¿Cómo son en detalle las coronas y otras estructuras volcánicas de la superficie? ¿Son las tesserae los «continentes» de Venus? ¿Cuántos cráteres de pequeño tamaño hay?—. Sin mapas globales de alta resolución no se puede comprender Venus en conjunto. Disponer de un mapa global detallado es un requisito necesario antes de continuar a una fase posterior de exploración.
Los que consideran que una sonda atmosférica es más simple y rápida que un orbitador y puede aportar información fundamental sobre la evolución de Venus, estiman que midiendo la abundancia y proporción isotópica de gases nobles para saber cuánta agua —y otros volátiles como azufre, potasio o cloro— tuvo Venus en el pasado y cuándo, aproximadamente, se convirtió en lo que es hoy.
Estudiando los isótopos de xenón se puede saber si Venus ha sufrido en el pasado algún evento catastrófico. La proporción de los isótopos de neón (neón-22 y neón-20) dirían la cantidad de volátiles que tuvo Venus al nacer, mientras que la proporción de los isótopos de kriptón (kriptón-82 y kriptón-86) servirían para saber si el planeta pudo tener océanos o no, una información que también nos aporta la relación de deuterio e hidrógeno y la de los isótopos nitrógeno-14 y nitrógeno-15. Mientras que la proporción de los isótopos de argón (argón-36 y argón-38) permitiría medir la pérdida de atmósfera primigenia. Así como disponer de perfiles detallados de presión, temperatura y composición de la atmósfera actual serviría para comprender Venus mucho mejor y saber si hay volcanes activos, una información que a su vez nos permitirá restringir los modelos evolutivos del planeta.
Las dos misiones aprobadas por la NASA se complementan de forma espectacular y, aunque no equivalen a una misión flagship completa, sin duda serán cruciales para entender mejor el planeta vecino. Ambas sondas deben despegar entre 2028 y 2030. Lo bueno es que, al estar Venus muy cerca, no tardarán mucho en llegar.
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