Este 1 de enero del 2021 quizás lo más interesante que he leído en la prensa internacional es tomado de The Conversation, un medio británico en el cual publica Tony Milligan, quien es investigador del King’s College London, en Londres, Investigador Senior en Ética con el proyecto Cosmological Visionaries y es el primero que he visto alzar la voz con toda la madurez posible llamando la atención sobre algo que tendremos encima como civilización en los años más cercanos, porque la humanidad se lanzó a conquistar la Luna después de tantos años de abandono y es hora de llamar a la cordura.
Autor de numerosos libros, Milligan publicará próximamente The Ethics of Political Dissent (Londres y Nueva York: Routledge, 2021) y entre sus libros más significativos se encuentran Astrobiology and Society in Europe (Heidelberg, Londres y Nueva York: Springer, 2018), eds. Kapova, Persson, Milligan y Duner. Libro blanco elaborado por el Grupo de trabajo 5 de COST (Cooperación en ciencia y tecnología) Acción TD1308; La ética de la exploración espacial, eds. Schwartz y Milligan (Heidelberg, Londres y Nueva York: Springer, 2016);
Según Milligan todos quieren de la Luna los mismos puntos estratégicos, no importa que sean agencias estatales o empresas privadas. Se prevé que en esta misma década que comienza pudiera suceder que -como en una popular serie de Netflix- las tensiones ocurran en la propia Luna entre grupos de exploradores o representantes de empresas. Esto a no ser que la ONU desde ya ponga las cosas en claro y reglas claras. La cuestión radica como dice Milligan en los recursos estratégicos limitados.
Plantea que los sitios importantes para la ciencia también son importantes para la construcción de infraestructura por parte de agencias estatales o usuarios comerciales. Dichos sitios incluyen «picos de luz eterna» (donde hay luz solar casi constante y, por lo tanto, acceso a energía) y cráteres continuamente sombreados en las regiones polares, donde hay agua helada. Cada uno es raro, y la combinación de los dos, hielo en el suelo del cráter y un pico estrecho de luz eterna en el borde del cráter, es un objetivo preciado. Pero esto ocurre solamente en las regiones polares, en lugar de en los sitios ecuatoriales objetivo del programa Apolo en las décadas de 1960 y 1970.
El reciente aterrizaje exitoso de Chang’e 5 por parte de China tuvo como objetivo un lugar de aterrizaje relativamente suave en el lado cercano lunar, pero es parte de un programa más grande y por fases que llevará a la agencia espacial de China al polo sur lunar para 2024, explica Milligan.
India intentó una ruta polar más directa, y su fallido módulo de aterrizaje Chandrayaan-2 se estrelló en la misma región en 2019.El Roscosmos ruso, en colaboración con la Agencia Espacial Europea, también apunta a la región del polo sur para aterrizar a fines de 2021 y en 2023 en el cráter Boguslavsky, como misión de prueba. A continuación, Roscosmos apuntará a la cuenca de Aitken en la misma región en 2022 en busca de agua en áreas permanentemente en sombra. Eso sin contar las varias empresas privadas con planes ambiciosos para extraer recursos de la Luna.
Los recursos estratégicos que no se encuentran en las regiones polares, sino que tienden a concentrarse en lugar de distribuirse uniformemente. El torio y el uranio, que podrían usarse como combustible radiactivo, se encuentran juntos en 34 regiones que son áreas de menos de 80 km de ancho. El hierro resultante de los impactos de asteroides se puede encontrar en territorios más amplios, que van desde 30 a 300 km de ancho, pero solo hay alrededor de 20 de esas áreas.
Quizás el más interesante de todos los elementos existentes en la Luna es el Helio-3, óptimo para la fusión nuclear, que ha sido sembrado por el Sol en la roca pulverulenta triturada de la superficie lunar y está presente en amplias áreas a lo largo de la Luna. Pero las concentraciones más altas se encuentran en solo unas ocho regiones, todas relativamente pequeñas (menos de 50 km de diámetro).
Estos materiales serán de interés tanto para aquellos que intentan establecer una infraestructura en la Luna y que luego apunten a Marte, así como a la explotación comercial (minería) o la ciencia, por ejemplo, creando matrices telescópicas en el lado lunar lejano, lejos del creciente ruido de comunicaciones humanas.
Milligan cita con razón el Tratado del Espacio Ultraterrestre (1967), que sostiene que «la exploración y el uso del espacio ultraterrestre se llevarán a cabo en beneficio y en interés de todos los países y serán competencia de toda la humanidad». Los estados no pueden reclamar partes de la Luna como propiedad, pero aún pueden usarlas. No está claro dónde esto deja disputas y extracción por parte de empresas privadas.
Según el experto, las sucesoras propuestas del tratamiento, como el Acuerdo de la Luna (1979), se consideran demasiado restrictivas, y requieren de un marco formal de leyes y un régimen regulatorio internacional ambicioso. El acuerdo no ha logrado obtener el apoyo de los actores clave, incluidos Estados Unidos, Rusia y China. Los pasos más recientes, como los Acuerdos de Artemis, un conjunto de pautas que rodean el Programa Artemis para la exploración tripulada de la Luna, se perciben como fuertemente vinculados al programa de EE. UU.
Alerta de que en el peor de los casos, esta falta de marco podría provocar un aumento de las tensiones en la Tierra. Pero también podría crear una duplicación innecesaria de la infraestructura, ya que todos construyen sus propias cosas. Eso aumentaría los costos para las organizaciones individuales, que luego tendrían razones para intentar recuperar de maneras que podrían comprometer las oportunidades para la ciencia y el legado que dejamos para las generaciones futuras.
Caminos a seguir
Nuestra mejor respuesta inicial puede ser modesta, siguiendo el ejemplo de sitios pasados por alto en la Tierra. Las pequeñas reservas de recursos terrestres, como los lagos bordeados por varias aldeas, o las poblaciones de peces, a menudo se gestionan mediante enfoques desarrollados localmente por los actores clave involucrados.
Estos sugieren que un primer paso hacia la gobernanza de los recursos lunares será crear un acuerdo entre los usuarios. Esto debería centrarse en la naturaleza de los recursos en juego, cómo deberían distribuirse sus beneficios y, fundamentalmente, los peores escenarios que buscan evitar. Por ejemplo, es probable que los actores necesiten decidir si los picos de luz eterna deben gestionarse como un parche de bienes raíces de alto valor o como un volumen de producción de energía para compartir. También puede valer la pena decidir caso por caso.
Otro desafío será fomentar el cumplimiento de los arreglos de gobernanza que se diseñan. Con ese fin, los usuarios lunares harían bien en construir instalaciones compartidas, como instalaciones de aterrizaje y suministro, para que funcionen como zanahorias que se pueden retener a los actores que se portan mal. Estas soluciones parciales serán difíciles de agregar después de que un país o una empresa hayan realizado inversiones irreversibles en el diseño de misiones. Claramente, ahora es el momento de diseñar estos enfoques.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).