Especial para Nota Clave de Leo Silverio
“La cultura comienza con la preservación de las raíces, la memoria, el patrimonio…”
(Ivan Lins, cantautor brasileño)
Los gobiernos de todas partes del mundo planean reanimar sus economías, inmediatamente después de que pase o se controle la pandemia del Covid-19, inyectando capitales frescos a las industrias de bienes y servicios esenciales; decretando exenciones en el pago de determinadas tributaciones fiscales y negociando acuerdos de pagos para aligerar todas las cargas de desembolsos que se avecina. El porcentaje es incierto aún, pero mucha gente quedará temporalmente sin empleo.
Para un ciudadano dominicano será casi una catástrofe mortal quedar cesante en estos meses venideros; las deudas pendientes se siguen amontonando. Además, hay muchos profesionales esperando en la fila para ocupar un puesto de trabajo con excelente preparación académica, la competencia será desgarradora; un duelo a muerte donde sólo uno quedará en pie. Enviar currículos y presentarse a entrevistas será una inversión riesgosa donde se preparará la mejor ropa y se lustrarán los zapatos para lucir elegantes antes que nerviosos e inseguros.
Tenemos un alto índice de desempleo en República Dominicana, y como para estocar el puntillazo final, vivimos en un país caro; aquí todo cuesta más que en cualquier otro lugar. La canasta básica (Arroz, habichuela, aceite, huevo, pan y carne de pollo), está por encima de las posibilidades adquisitivas de la familia criolla promedio, pobre en su gran mayoría, y con labores informales.
Sin contar que los servicios básicos son onerosos y muy deficientes, obligándonos a sumar más dinero a la carga fija de alimentos, ropas, medicamentos, electricidad y telefonía. Cada familia debe comprar el agua que consume, tener un inversor para los cortes de energía, pagar colegiaturas sin ninguna regulación, tener cobertura de seguro médico privado; y como si fuera poco, adquirir equipos de seguridad como cámaras y otros artilugios para estar aguzados de la delincuencia.
En el caso de República Dominicana, todos los organismos oficiales están atentos para recuperar el turismo, las zonas francas y la agricultura. Los otros sectores industriales y comerciales de la cadena de producción nacional deberán esperar su turno, quizás para el último trimestre del año. Sin embargo, es preocupante que nadie tome en cuenta la industria naranja.
Las creaciones artísticas, culturales y del conocimiento, vertidas en el teatro, música, pintura, cine, literatura, danza, escultura, artesanía… y que engrosan los patrimonios intangibles y materiales de cualquier nación, que generan una gran cantidad de empleos y riquezas, no parece estar en el horizonte de las autoridades nacionales; bueno, realmente nunca han estado. ¡La política siempre ha sido un condimento acerbo en la sopa cultural!
La música, el teatro, la danza, los filmes son artículos de primera necesidad para las emociones, para el goce del espíritu que no tiene suficiente con tener la barriga llena y el automóvil de moda, sino que quiere la catarsis de lo lúdico: reír, llorar e ilusionarse con otros cosmos al borde de las fantasías y los sueños. ¡Quiere profundizar sobre su propia existencia y volcar toda la sapiencia hacia el mejoramiento de sí mismo como ser humano!
¿Podemos existir sin el arte?, ¡por supuesto que sí!, pero quién no recuerda su aventura con un buen libro, conmovido hasta llorar con una película… quién no ha entonado una canción llena de metáforas en medio de un concierto. Y no cito la cultural porque “la cultura somos todos”; por más presumido que parezca un dominicano, en su yo interior, anhela cocón con salsa de carne y crema de habichuelas…
La adquisición de obras pictóricas y escultóricas para el patrimonio dominicano sería una inversión y salvaguarda de lo artístico nacional, aquilatando su valor con el paso del tiempo. Los espacios abiertos como parques y plazas mejorarían sus entornos con murales y esculturas públicas. ¿El gobierno lo sabe, los congresistas lo saben?
El Ministerio de Cultura, y su Editora Nacional, dentro de un programa de publicaciones, podría imprimir textos que puedan movilizar y alentar la industria del libro. Aparte de los premios nacionales de literatura, convendría la convocatoria a otros premios extraordinarios (por este año), para reavivar a los escritores.
El teatro debería tener un trato especial atendiendo a los costos y sacrificios de los productores. De momento, las salas repletas de público, con espectadores hasta en los pasillos, no será posible. Asumir el costo de una parte del montaje y convertirlas en boletas para estudiantes y amantes del arte de las tablas sería un alivio. Lo mismo con la danza.
La Dirección General de Cine con el Fonprocine podría aumentar el número de obras a premiar para estimular el crecimiento cinematográfico de este año 2020, que pinta que será raquítico y de escasa producción. Patrocinar festivales y muestras internas del cine dominicano para el deleite de nuevos públicos, no sería una mala idea.
Por su parte, las corporaciones y organizaciones comerciales e industriales, atendiendo a su responsabilidad social empresarial, podrían financiar cualquiera de estas áreas del arte y la cultura dominicanos, como forma de salvaguardar nuestra identidad y valores criollos.
Y por último, y no menos importante, las municipalidades, los gobiernos provinciales, que en otros países son los principales impulsores y desarrolladores de sus talentos artísticos locales, deberían, en esta coyuntura, apoyar a sus con-municipales a crecer y exponerse a través de sus diferentes habilidades artísticas. ¡Ojalá no soñar demasiado!
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