(Nota Clave se place en publicar el siguiente artículo del importante crítico de arte Abil Peralta Aguero, quien estudió a fondo la obra de la recientemente fallecida artista plástica Teté Marella. Sirva el mismo de homenaje a su memoria)
© Abil Peralta Agüero
No es posible aspirar al dominio sabio de la pintura si no se conocen y manejan a profundidad las herramientas que activan y afinan la sensibilidad creadora del artista.
Es evidente que la rigurosa formación dibujística de la pintora dominicana Teté Marella, nacida y formada en su país de origen, Argentina, le confiere la suficiente instrumentalidad que le permite hoy desbordar con energía la danza interna de sus dones creadores, enriquecidos por su amorosa pasión por la poesía, su aguda visión y lectura social de la mujer a través de la sociología y la conectiva nostálgica de la memoria activada que la relaciona con la atmósfera urbana de Buenos Aires y con los universos de sus años infantiles.
Teté Marella aprehende la otredad, las sociedades burguesas y aristocráticas pasadas, la licenciosa vida nocturna de los placeres rentados, la soledad infinita de la mujer en abundancia total, la opulencia agitada e innoble, el silencio, la angustia y la pena. Sus personajes normados por una nomenclatura estructural basada en la alteración-manipulación volumétrica del cuerpo femenino, no son exactamente tristes, pero tampoco registran la alegría como parte de su presupuesto semántico.
Sin embargo, son plásticamente intensos, comunicacionales y enigmáticos; y a partir de su presente exposición en Panamá: misteriosos, teniendo como eje semántico el ojo como signo, símbolo y señal mística que explora el pretiempo, el tiempo y el antitiempo, para situar a los sujetos de su pintura en un espacio atemporal que se traduce en desafío filosófico del orden social que conocen los referentes modélicos de nuestra sociedad de hoy.
Para Teté Marella, el acto de la pintura es un ejercicio creativo, mental y sociológico que se traduce en una formulación estética rebelde, a pesar de su aparente serenidad. En su arte opera el desenfado y la provocación, pero sobre todo la reflexión crítica sobre la mujer como objeto, ajuar, diamante o madera preciosa propia para la decoración, o la lúdica presencia del placer.
En su nueva producción, la artista integra e inaugura, con sensible relación dialógica, la presencia del ojo, la omnipotencia y misterio del ojo furtivo, el que sentimos con todo su peso místico y metafísico, operando en las escenas de su pintura como ojo trascendente, fetiche o amuleto que mira y protege a la mujer, a su sabiduría, a su gracia, a su pena, a sus miserias, a su nobleza, a su sensualidad y a su condición de fuente genética que pare a la humanidad.
El ojo en la nueva pintura de Teté Marella resguarda a los personajes de sus escenas, pero también nos mira y nos interroga desde distintos ángulos del espacio visivo que actúa como atmósfera de concierto gregoriano desde la superficie télica de su pintura. En su nueva propuesta estética, Marella enfatiza en la concepción visual de un discurso pictórico en el que prevalece el sentimiento propio del arte latinoamericano, esas formulaciones artísticas que aplicadas a la antropología social, nos seducen, pero al mismo tiempo no golpean como llamado sincero a la reflexión.
Manteniendo la antropológica lectura de los ropajes de sus personajes, la artista enfatiza la colorística, diseño, valores sígnicos y semiológicos de sus vestidos, transformando el espíritu barroco de su sintaxis composicional, a la que impregna de una extraña opulencia a partir de una formulación estética gestualística, que en ocasiones, dentro de su orden composicional, tiene como base múltiples yuxtaposiciones y supersticiones de planos que dan una apariencia cubística a la arquitectura interior de sus pinturas.
Teté Marella evoca el mito, el mito fetiche de la muñeca, de la gran dama aristocrática o de la desenfadada prostituta que exhibe su lúdica capacidad para hacer del placer un acto ritual, casi sagrado u ofrendario. Dentro de una misteriosa serenidad contemplativa actúan esos enigmáticos personajes, que parecen emerger de la realidad que su fantasía traduce a su obra con sensible creatividad, dominio estilístico y técnico.
En su nueva producción pictórica, Teté Marella devuelve la dignidad al mito, lo activa y lo sitúa dentro de una perspectiva directamente relacional con el espectador.
Como fenómeno esencial integrado a la nueva propuesta conceptual que nos plantea Marella, justo es reconocer la calidad plástica que sustenta el universo general de su obra, expuesta en el rigor factural, en la aplicación matérica y en las complejidades cromáticas de su gramática del color, traduciéndose en una colorística autónoma dentro de la estructura integral de su obra.
Sus texturizaciones matéricas y la diversidad cromática que dominan los espacios visivos-suplementarios de sus pinturas actúan como una entidad abstracta-autónoma de gran vitalidad en su expresión, mostrando la sabia capacidad de la artista para intervenir el color, gestualizando y vitalizando hasta ciertos niveles que enriquecen notablemente los valores poéticos que agitan la enigmática atmósfera de su obra.
Estamos ante un arte que transita hoy dentro de un sentimiento artístico que la aproxima notablemente a la estética del arte latinoamericano de nuestro tiempo, y la aproxima a la vez al realismo mágico, dentro de un sentido unitario en su conceptualización y en la definición programática del origen y evolución de su estilo, del que no se aparta la conjugación de humor y la pregunta existencial.
Coherente en la concepción de su discurso, Teté Marella celebra hoy la gracia de un arte que transita hacia estados de una tensión estética, que en su conectiva relacional con el espectador nos permite pensar y sentir el tiempo en sus fenomenologías valorativas del ayer, del hoy y del mañana. Actuando como el ojo furtivo, misterioso y trascendente que nos mira, el ojo en la pintura de Marella celebra nuestra divina gracia, o bien condena la innoble presencia de nuestro espíritu ocupando el cuerpo como memoria o entidad transitoria donde reside la vida.
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