MIAMI. En mi familia siempre ha existido una forma hermosa de expresar el amor y es cocinando. Recuerdo que mi abuela materna, tenía una receta para cada enfermedad y que en las fiestas familiares, el evento más importante era la preparación del menú. Todos tenemos una especialidad, sea en un arroz, ensalada, proteína o incluso un postre o aperitivo. Así que cuando nos reunimos, cada uno prepara el suyo para agradar a los demás.
Recientemente, un video de un joven se hizo viral, después de postear en Twitter una escena de su abuelo esperando para ser operado en el hospital y mientras, alimentaba a su esposa que estaba delicada de salud y aún así fue a estar con él. Ver eso me acordó que los últimos 10 años de vida de mi bisabuela, mi abuela los pasó haciéndole semanalmente, un caldo fresco de pollo que luego llevaba a la licuadora con verduras y raíces. Con ese majado “revive muertos”, mi bisabuela duró hasta los 99 años.
El periódico El País de España, recientemente publicó una historia de un hospital en Madrid, que ha decidido invertir más en las comidas que dan a pacientes con enfermedades terminales. Esto después que la encargada de cocina se diera cuenta, del dolor que pasaban los pacientes y sus familiares, al enterarse que entraban al centro para nunca salir o mejor dicho, salir para siempre. Ese día, decidieron cocinar lo que los pacientes apetecieran y hacerlo con todo el amor del mundo. Así fue que cambiaron el menú de enfermos por palmeras de chocolate, bizcocho de naranja, el famoso cocido madrileño y hasta un arroz campero, para que los pacientes pudieran comer en familia. Y así cambiar los rostros de tristeza por sonrisas, abrazos y bromas.
Recientemente, me tocó vivir una historia similar con mi abuelo que está en su etapa final. Después de varios días en coma, despertó y yo estaba a su lado. Sorpresivamente, me pidió su bebida favorita: agua de coco fresca, con whiskey y seguido a ello, se tomó una sopa de plátano y un flan de vanilla, que siempre fueron sus favoritos. Su rostro cambió totalmente, incluso empezó a hablar y brindamos juntos por la maravillosa oportunidad de verlo sonreír otra vez.
Así confirmé que una receta te puede, no solamente alimentar el alma y el espíritu, sino cambiar un momento triste, por el más inolvidable de tu vida.
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