Artículo del crítico de arte, investigador cultural y editor Alejandro Ríos, cedido a Nota Clave por el autor. Una cortesía de El Nuevo Herald
“En el futuro todos serán famosos internacionalmente por 15 minutos” dijo el artista Andy Warhol durante los convulsos años 60, que transformaron para siempre conceptos tradicionales de cultura y sociedad.
El sagaz aserto de Warhol ha sobrevivido hasta nuestros tiempos. De hecho, en la época actual —donde rigen los medios sociales—, la fama responde a la capacidad de acumular “seguidores” y likes. Los metafóricos 15 minutos revelan hoy una ansiedad enfermiza, nunca antes experimentada por la humanidad.
Las personas que vandalizaron las esculturas de Cristóbal Colón y Juan Ponce de León en Miami, con deleznables rótulos marxistas, socavando componentes históricos de la mayoría hispana de la ciudad, buscaban sus 15 minutos de fama, aunque faltaran a la cordura y el sentido común.
La curiosa cacería de brujas no responde a un reclamo popular de la manera que suele hacerse en este país, mediante intervención política o protesta pacífica, a todos los niveles sociales posibles.
La batida, sobre todo en su ángulo cultural hispano manifiesta, a todas luces, una agenda militante subvencionada, que intenta aprovecharse de las intensas protestas nacionales, en contra del racismo, para mezclar, de modo anárquico, ambas circunstancias. Crear una suerte de melting pot tóxico encaminado a confundir y desacreditar.
No se debe reconocer la lucha justa de una minoría a costa de otra, como la hispana, que también ha debido abrirse paso, con éxito, en los entresijos del establishment norteamericano.
Hay como una secreta voluntad de empujar a todas las comunidades hacia el caos reinante para que parezca una violenta revolución nacional, unipartidista, a la manera socialista.
Rochelle Axel, directora de la Comisión de las Artes de la Ciudad de San Francisco explica por qué retiró la estatua de Cristóbal Colon erigida en 1957: “No se alinea con los valores de San Francisco, ni con su compromiso con la justicia racial”, expresó.
El argumento es sumamente vago y falsamente conciliador. La funcionaria, sin embargo, no se ha pronunciado sobre la vandalización en un parque público de la misma ciudad, de la escultura de Miguel de Cervantes, con epítetos de “fascista” y “bastardo”.
Hay dos posibilidades para que la agresión se haya producido: ignorancia, pensando que era otro conquistador español, o un plan siniestro para aumentar los llamados copycats.
Es embarazoso, sin embargo, que la crítica sobre el hecho, registrada por la prensa, provenga solamente de España en la voz de su Ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, cuando escribe en Twitter: “Me resulta incomprensible el ataque a las imágenes de Cervantes, Fray Junípero Serra o tantos otros. La razón es siempre razón histórica, contextualizada. Lamento y condeno este revisionismo pueril, simplificador y dogmático. Pena. Mucha pena”.
Un clamor de la notable población hispana de San Francisco y, sobre todo, de sus líderes de opinión intelectuales, hubiera sido apropiado en este caso para hacer valer la historia y la tradición de la cual provienen.
En Miami, el prestigioso educador Paul George ha dicho que como historiador no le gusta la idea de borrar la historia.
Por estos días, un activista político de la más reciente hornada de protestas, ha sugerido liquidar la iconografía religiosa referente a Jesucristo debido a que el color de su piel expresa la supremacía blanca. El individuo propone una cruzada contra esculturas, pinturas y vitrales, por igual.
Es oportuno recordar que no pocos de los más letales “ismos” en la historia de la humanidad, comenzaron con manifiestos de esa índole.
Al cierre de esta columna, en Madison, Wisconsin, un activista, tuvo que ser detenido por la policía, cuando importunaba comensales al aire libre, amenazándolos con un bate y haciéndoles saber que Jesucristo no era un hombre con pelo rubio y ojos azules.
Horas antes, en esa misma ciudad, la escultura de Hans Christian Heg, activista antiesclavista, periodista y político de origen noruego, había sido derribada y echada a un lago.
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