Matthías et Maxime es la sexta ocasión del más famoso director canadiense joven y confirma las ganas de Xavier Dolan de ser un ente ruidoso, buscador de sonido a costa de los gusanillos psicológicos que lo aquejan, de la histeria que borda con furia en sus películas. Entre tras cosas viene a confirmar lo que muchos murmuran en Cannes, pero no dicen por pudor. La carrera por la integración de las minorías, los diferentes, etc., entre ellos los homosexuales, se está yendo de la mano. Y no es raro que varios de los filmes vistos por quien suscribe, tengan al menos un guiño al tema. Es como si lo políticamente correcto hubiese dado un giro de 180 grados.

«Mejores amigos para siempre», dice el slogan de la película en la que Dolan se rueda a sí mismo, junto a Gabriel D’Almeida, Pier Luc-Funk, Samuel Gauthier, Antoine Pilon y Adib Alkhalidey, entre otros.

Se trata de una historia sobre la amistad, sobre jóvenes veinteañeros que han sido amigos desde siempre y comienza la edad de separarse por cuestiones de trabajo, matrimonios, etc. Una joven realizadora de cortos necesita que dos de ellos hagan de actores y que en cámara se den un pequeño beso en la boca. Esto cambiara sus vidas. Saldrán a relucir dudas sobre la sexualidad, o tal vez certezas.

La película tiene buenas imágenes bajo el agua mientras uno de ellos nada en un lago. Rodada en 35 milímetro, una posibilidad que encarece, claro está el proceso productivo, aporta en cambio una textura especial que la hace diferente a la estridencia del 4K.


Xavier Dolan es hijo del Festival de Cannes al que llegó con 19 años, hace una década con I Killed My Mother. Ya con Los Amores Imaginarios y Laurence Anyway, como también con No es más que el fin del mundo, muchos le consideraron un genio que ya tiene a su haber ocho películas, lo que le toma a algunos toda una vida.

Bajo su lupa, los dramas familiares son expuestos cada vez más descarnados, así como los dilemas del ser humano. SI bien es una película honesta, esta que acabamos de ver en Cannes, no es menos cierto que esta no es de las películas más afortunadas del joven director.

Como quiera, ya es raro ver en Cannes una película donde no haya una escénica aunque sea mínima que le aporte a los organizadores en el afán de ser políticamente correctos… como se es ser políticamente correcto por estos tiempos.

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