El escritor que hizo de la crítica literaria un género popular, Harold Bloom, falleció el pasado lunes en un hospital de New Haven (Connecticut), en las inmediaciones de la Universidad de Yale, donde ocupaba la Cátedra Sterling de Humanidades, a los 89 años, según informó su esposa Jeanne al diario The New York Times.
Bloom fue autor de más de 40 volúmenes de crítica literaria, escritos en un lenguaje que permitía que todos lo entendieran, muy lejos del lenguaje rebuscado, a veces falsamente académico de algunos que han convertido la crítica en un empacho de términos inextensibles para la mayoría del lector medio. El suyo fue un ejercicio de la crítica para nada complaciente.
Para Bloom, el centro del canon lo ocupaban las figuras de William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, en torno a los cuales se agrupaban como anillos de Saturno, figuras como Walt Whitman, Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Jorge Luis Borges o Virginia Woolf. Todos ellos conformaban lo que caracterizó como el canon literario de Occidente, concepto que fue violentamente discutido dentro y fuera del ámbito académico.
Para algunos su idea de la literatura era elitista y dejaba fuera a amplios sectores del universo literario, ignorando juicios de orden político, social, o que se atenían a criterios como la identidad étnica o el género. Bloom los desdeñaba refiriéndose a ellos como representantes de lo que dio en llamar “la Escuela del Resentimiento”.
«Lo que ahora se llaman ‘Departamentos de Inglés’ pasará a denominarse departamentos de ‘Estudios Culturales’ –escribió en El canon occidental (1994)–, donde los cómics de Batman, los parques temáticos mormones, la televisión, las películas y el rock reemplazarán a Chaucer, Shakespeare, Milton, Wordsworth y Wallace Stevens».
«Las universidades y colegios importantes, una vez elitistas», continuaba, «aún ofrecerán algunos cursos sobre Shakespeare, Milton y sus pares, pero estos serán impartidos por departamentos de tres o cuatro académicos, equivalentes a maestros de griego antiguo y latín.»
Muchos de sus libros se convertieron en best-sellers, traducidos a más de 40 idiomas. Produjo desde libros especializados, como La ansiedad de la influencia (1973), en el que desarrolla una sofisticada hipótesis sobre la génesis y sucesión de los grandes momentos de la historia de la poesía, hasta otros volúmenes, que eran buscados por avidez por amplios sectores del público que esperaban que sancionara con su autoridad los títulos de la historia de la literatura que valía la pena leer. Dos de los más conocidos fueron El canon occidental, en el que pontificó acerca de quién había pasado el juicio de la historia, y Cómo leer y por qué (2000), volumen más manejable, basado en los mismos presupuestos.
Urgido por la necesidad de ganar dinero para sufragar los elevados costos médicos de uno de sus hijos, afectado de una dolencia crónica, colaboró con la editorial Chelsea House escribiendo cientos de introducciones a obras fundamentales de la literatura de todos los tiempos y latitudes. Una de las obras que destinó al gran público, Genios, un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares (2002) recibió un adelanto de 1,2 millones de dólares.
Expuso sus ideas sobre la figura de Shakespeare en La invención de lo humano (1988). En otra obra magistral, Anatomía de la influencia (2011), efectuó un recorrido sobre los grandes momentos de la historia literaria.
Bloom nació en el Bronx, hijo de un empleado de un comercio de tejidos en 1930, en el seno de una familia judía ortodoxa, y fue el menor de cinco vástagos de una familia de emigrantes procedentes de Europa Oriental. Se formó como lector devorando cuantos libros pudo de la sede de la Biblioteca Pública de Nueva York en su barrio, hasta que se le quedó corta y tuvo que seguir leyendo en el majestuoso edificio de mármol situado en la esquina de la calle 42 con la Quinta Avenida, en Manhattan. Cursó estudios en el Instituto de Ciencias del Bronx y en la Universidad de Cornell. Desde el primer momento, su interés primordial, su guía, fue el canon de la gran poesía. Terminada la licenciatura, Bloom se matriculó en la Universidad de Yale, doctorándose en 1959 con una tesis sobre la poesía de Shelley.
Dos años después publicó un libro sobre el movimiento romántico que llamó la atención por su capacidad para sintetizar grandes momentos de la historia con suma precisión. Aseguraba haber memorizado todo Shakespeare y el Paraíso perdido de Milton, entre una veintena de títulos canónicos.
El crítico se jactaba de necesitar solo una hora para asimilar un libro de 400 páginas. Su visión de la literatura se centraba en los valores estéticos. “La vida es corta”, solía decir, “y hay que elegir bien qué leer”.
El mundo solo ha tenido un Bloom. Y ahora, ¿qué nos hacemos sin Bloom?
(Con información de El País y The New York Times)
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