El poeta y ensayista cubano César López, Premio Nacional de Literatura, falleció el martes en La Habana a los 86 años de edad.
Desde hace algunos años, César López era dueño de una salud endeble, lo cual fue evidente cuando visitó República Dominicana por última vez durante el III Festival Internacional de Poesía, celebrado en octubre del 2011, ocasión en la que tuvo que ser hospitalizado.
Había nacido en Santiago de Cuba el 25 de diciembre de 1933, y fue parte de la llamada “Generación del 50”, que nucleó a grandes poetas como Rafael Alcides Pérez, Manuel Díaz Martínez, Fayad Jamís, Francisco de Oraá, Domingo Alfonso, Cleva Solís, Carilda Oliver Labra, Georgina Herrera, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Luis Marré y otros.
Lopez colaboró en revistas como Ciclón y Lunes de Revolución. Le fue adjudicado el Premio Nacional de Literatura en 1999 y era miembro de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española.
De López la crítica destaca libros como la trilogía Primer Libro de la ciudad, Segundo Libro de la Ciudad, y Tercer Libro de la Ciudad.
Fue un atendible estudioso de la obra de José Lezama Lima y de Dulce María Loynaz.
Otros títulos publicados por César López fueron Circulando el cuadrado, Silencio en voz de muerte, y Apuntes para un pequeño viaje.
En 2007 le fue dedicada la Feria Internacional del Libro de La Habana. Su discurso de agradecimiento hizo referencia al enconado debate cultural que se desarrollaba entre intelectuales cubanos a raíz de la aparición en la televisión de Luis Pavón y Jorge Serguera, dos censores que ejecutaron la política cultural del gobierno durante el llamado Quinquenio Gris (1971-76), en el que fueron silenciados y censurados un gran número de artistas e intelectuales de la isla, entre otros él mismo.
López defendió ante la máxima dirigencia del país la obra de escritores silenciados por el gobierno como Guillermo Cabrera Infante, Reynaldo Arenas, Antonio Benítez Rojo, Severo Sarduy, Jesús Díaz, Heberto Padilla, y Gastón Baquero, entre otros. Abogó por una feria de libro que fuese «total y ecuménica y así supere cualquier limitación que en el transcurso de los años pueda haber mostrado, soportado y sufrido nuestra cultura».
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