Nuevas informaciones del polémico experimento dirigido por el científico He Jiankui -en paradero desconocido desde el pasado diciembre-, vuelven a poner sobre el tapete otra vez el nacimiento de dos niñas gemelas en China, que habían sido editadas genéticamente cuando eran embriones.
Era cuestión de tiempo que se conociera el manuscrito que escribió He Jiankui describiendo el nacimiento de los dos primeros seres humanos editados genéticamente.
La investigación periodística llevada a cabo por Antonio Regalado desde MIT Technology Review, dio a conocer este desafortunado experimento un día antes en 2018 (antes de que He Jiankui sorprendiera al mundo con sus vídeos donde comunicaba lo que había hecho). Y ahora se han podido conocer fragmentos de un manuscrito que el propio He Jiankui y sus colaboradores remitieron para su publicación, por lo menos a dos revistas importantes: Nature y JAMA.
La primera rechazó el manuscrito, y la segunda no está claro si lo rechazó o si sigue considerando su publicación de alguna manera, tras haber involucrado en el proceso nada menos que hasta 11 revisores, un número muy superior al habitual. Parece que también se intentó depositar el manuscrito en el servidor de preprints bioRxiv sin éxito.
El medio digital MIT Technology Review remitió el manuscrito de He Jiankui a varios expertos para recabar comentarios y ahora publica extractos del manuscrito junto con las opiniones de reconocidos expertos en ética, edición genética, embriología y reproducción asistida. La conclusión global tras leer los fragmentos del manuscrito y las opiniones de los expertos es clara: lo que ya parecía una extraordinaria irresponsabilidad hace un año, con la poca información disponible, queda nítidamente confirmada con estos nuevos datos. Este experimento nunca debió haberse realizado.
He Jiankui y equipo usaron la tecnología CRISPR para editar embriones humanos, obtenidos por fertilización in vitro, para inactivar el gen CCR5, que codifica una proteína de membrana que usa el virus VIH, causante del SIDA, para entrar en los linfocitos, un tipo de glóbulos blancos que tenemos en la sangre. Su intención era reproducir una mutación detectada en algunas personas inmunes al VIH, llamada delta32, en la que faltan 32 nucleótidos del gen, lo cual inactiva la proteína e impide el acceso del virus al interior de la célula.
Ahora se sabe que a partir de biopsias de los embriones editados antes de ser implantados, confirman que:
(1) no consiguió reproducir esa mutación delta32 en esos embriones;
(2) generó otras nuevas mutaciones en el gen CCR5, cuyas consecuencias clínicas son totalmente desconocidas;
(3) no todas las células derivadas de esos embriones fueron editadas, algunas permanecieron intactas; y
(4) se detectaron mutaciones no deseadas en otros partes del genoma, cuyas consecuencias también eran imprevisibles.
Esto quiere decir que los embriones obtenidos tras este experimento eran mosaicos, contenían células genéticamente distintas, unas con mutaciones en el gen CCR5, otras sin ellas. Y las que tenían mutaciones no portaban todas la misma alteración genética sino varias distintas, no investigadas anteriormente. Por no hablar de las mutaciones no intencionadas, en otros lugares del genoma. Y esto solamente se obtuvo tras analizar unas pocas células (obtenidas mediante biopsia) de los embriones editados. Nada se sabe del resto de células que conformaban esos embriones y que, tras implantarlos, dieron lugar al nacimiento de las niñas gemelas llamadas Lulu y Nana.
Mutaciones genéticas inesperadas
Al conocer los datos que confirmaban el mosaicismo y las mutaciones desconocidas en los embriones editados, cualquier investigador mínimamente versado en estas técnicas hubiera concluido que era muy arriesgado, imprudente e irresponsable, y sobre todo ilegal y éticamente inaceptable) implantar esos embriones en el útero de una mujer, con objeto de obtener bebés editados. He Jiankui desoyó a todos los que le habían recomendado parar, detener sus experimentos, y siguió adelante e implantó estos embriones en una mujer que dio a luz (parece que en octubre de 2018, un mes antes de lo que conocíamos) a dos niñas gemelas. El análisis genético del cordón umbilical y la placenta, órganos que derivan del embrión y conectan al mismo con la madre gestante, confirmó el mosaicismo de las niñas nacidas. Lo cual las expone, el resto de sus vidas, a ellas, y a sus posibles descendientes, a consecuencias imprevisibles, ligadas a mutaciones genéticas inesperadas.
Dado que los padres de las parejas a quienes He Jiankui convenció para enrolarse en este experimento eran portadores del virus VIH inicialmente se especuló que los habían convencido para asegurar el nacimiento de hijos sin peligro de ser infectados por el virus VIH. Sin embargo, existen procedimientos médicos de lavado de esperma, previos a la fecundación in vitro, que garantizan que cualquier varón portador de VIH pueda tener descendencia libre de este virus. Y, ahora sabemos que estos procedimientos se usaron en este experimento llevado a cabo por el equipo de He Jiankui. ¿Cuál era pues la motivación para abordarlos? De la lectura de los párrafos revelados de la discusión del manuscrito parece deducirse que la intención última de He Jiankui era una ensoñación mesiánica. Pretendía aportar una solución a largo plazo para disminuir el riesgo de transmisión del VIH en la población en general, mediante la estrategia de generar niños resistentes a la infección. Pero esto es una idea ridícula y absurda, además de irrealizable y utópica, que, en el mejor de los casos, tardaría demasiado tiempo en convertirse en algo mínimamente efectivo. Puede que las parejas aceptaran participar porque no supieron realmente que estaban participando en un experimento arriesgado, ilegal e imprudente, y que la posibilidad de acceder a la fecundación in vitro de forma gratuita, y la promesa de que los hijos serían supervisados medicamente hasta los 18 años de edad, fuera suficiente para convencerlas.
A pesar de anunciarlo en diversas ocasiones, el manuscrito de He Jiankui no aporta ninguna prueba científica que demuestre haber conseguido lo que pretendía, esto es, que las niñas nacidas sean resistentes a la infección por el virus VIH. Ahora sabemos que no lo pueden ser. Las gemelas son mosaicos y algunas de sus células mantienen el gen CCR5 intacto por lo que el virus podría seguir infectándolas. Otras células tendrán mutaciones distintas a las inicialmente planeadas. Ignoramos cuál puede ser el efecto de estas otras mutaciones frente a la entrada, o no, del virus del SIDA en las células. Ni las consecuencias que puede tener para el sistema inmunológico el portar mutaciones nunca antes detectadas en seres humanos.
Hay quien sigue dudando de la existencia de estas niñas editadas, de las que no tenemos más noticias que las referencias aportadas por He Jiankui en sus vídeos y en la cumbre de Hong-Kong y, ahora, en el manuscrito parcialmente hecho público. Las autoridades chinas dieron a entender que se ocuparían de ellas, pero se negaron a aportar ningún dato que permitiera identificarlas, en aras de proteger su privacidad. En estos momentos, con He Jiankui desaparecido, su laboratorio desmantelado y sin nueva información oficial procedente de China, resulta difícil pensar que vayamos a saber nada más sobre ellas. Ni de los supuestos embarazos adicionales que anunció, de los que nunca más se supo. Un análisis de sangre de las niñas confirmaría que sus células han sido editadas genéticamente, pero hasta el momento eso no ha sido posible.
Un año después de conocer un experimento que sobresaltó a la comunidad científica y a la sociedad en general, y tras conocer nuevos datos de lo que habría pasado, se confirma la tremenda irresponsabilidad (e ilegalidad) en la que incurrió He Jiankui. Numerosas instituciones y agencias internacionales se han posicionado en contra, o han solicitado la adopción de moratorias internacionales, obligatorias o voluntarias, o la creación de registros de quien intente editar embriones humanos con objetivos reproductivos, o facilitar a quien sepa de estos experimentos para que pueda contarlo y denunciarlo. La falta de regulación sobre estos temas en muchos países y la falta de un consenso internacional al respecto no augura un futuro demasiado prometedor. Al contrario, parece factible imaginar que otros investigadores caerán en la tentación de volver a intentar este experimento, y quizás no sabremos de su existencia. Por ello hay científicos, como Kiran Musunuru, que piensan que es necesario publicar el manuscrito de He Jiankui. La puesta en común de todos los errores científicos y éticos que contiene podrían desactivar la repetición de estos experimentos, y propiciar la necesidad de acordar unas mínimas normas internacionales que pudieran ser trasladas a las legislaciones nacionales.
Notas de las mejores agencias de noticias internacionales.