Colaboración de Marcelino Ozuna
SD. Uno ha tenido presente, por más de tres décadas, esa voz de aluminio, esa cabellera bien poblada: desde los días de La Artillería, cuando el trombón de Joan Minaya nos cambio la banda sonora del destino, con el súper palo «Otra noche», que él, casi adolescente, nos regalo para siempre, como si quisiera hacernos llevaderos los tramos finales e insufribles del balaguerato.
Y, por supuesto, les llevamos presente por las aguas caídas desde entonces: El Jeffrey no ha parado de estar en el gusto de la gente, por contra de la costumbre de los cantantes de la época, emperrados en el credo de que ya hicieron lo que se esperaba de ellos. Viven para recordar las glorias pasadas, erróneamente.
En todo caso, cuando el cronista le hablo por teléfono, era claro que, aunque cruzaban palabras por vez primera en sus vidas, la conversación seria fluida, seria fácil: ambos querían decirse cosas, preocupaciones comunes, intereses compartidos, opiniones confluyentes. («Me estas pidiendo algo que siempre quise hacer. No es un favor, hermano, dígale al presidente que con todo el gusto del mundo ahí estaré»)
Quedaba entendido que le recogeríamos a la mañana siguiente. El presidente Fernandez estaría en diferentes municipios de la provincia Santo Domingo, promoviendo sus aspiraciones políticas. El Jefrry era invitado de honor, misión que recayó en uno, en estos afanes de aglutinar a personalidades de la cultura alrededor del Dr. Leonel Fernández.
El artista nos había dado el localizador de su residencia, con la promesa de hablarnos a la mañana siguiente. Pero ambos violamos el pacto. Sabíamos incompletos los parlamentos. Así que en pocos minutos estaba uno preguntándole de sus inicios en el merengue. «Tenía 13 años de edad, recuerda que no portaba cedula cuando ingrese a la orquesta, y era un problema para cobrar y demás tramites».
«Te mando este tema, quiero saber tu opinión, hermano» , como si fuese uno la persona calificada para saber que es bueno y que no. Pero bueno, es típico de los artistas consagrados, recabar la opinión de la gente, antes de grabar una canción. Eso les suele iluminar el camino.
Y fuimos arrinconando las interrogantes. Apagando la sed reciproca de otearnos, como los boxeadores en los segundos iniciales del primer round.
El Jefrry nos hablo de sus planes, de las cosas que sigue haciendo, de sus canciones nuevas, de su estudio de grabación, de sus talentos poco promocionados, en cuyo primer orden está el de gerenciar sus negocios inmobiliarios.
Dijo de la vocación de su niña, que se decanto por la música urbana, de la proclividad de su esposa de 30 años para manejar su carrera, y del credo indeclinable de presentarse al gimnasio cada mañana, a las 10:00. El Jeffry compartió con el cristiano su fe sin grietas en el creador, y la certeza de que un matrimonio se sustenta sobre la base de la lealtad y el respeto compartidas.
Como fuese, a la mañana siguiente nos presentamos a sus puertas. El cantante las abrió, iluminado por la sonrisa, triunfante sobre el negro irreductible de la chaqueta, la corbata tirando a los tonos azules, y el pantalón de sastre, estrecho en las extremidades, sobre el brillo chillante de los zapatos oscuros.
-Que placer. Gracias por venir- dijo al abrazarnos, y se entrono en el asiento trasero de la Jeep., porque Rosa ocupaba el del pasajero de la derecha.
Nos fuimos a San Luis, a veinticinco minutos de su mansión, a una casita estrecha y recién construida, caliente como vecina del infierno, en el que medio centenar de dirigentes de la organización ya esperaban a Leonel Fernández. Como era esperable, la gente pugnaba por fotografiarse con el artista. Y uno lanzo, en son de bromas, la especia de que empezaríamos a cobrar por las fotos.
A poco, entraba un enjambre de cámaras y periodistas, y la turbamulta inicial: los vítores, la emoción desbordada y el empuja y corre, anunciaba que llegaba Leonel, como si fuese la estrella de un circo esperado por milenios, y la gente presente, como niños hambrientos de tocar a un gitano traído desde la otra orilla del océano inmenso.
Pero esta convenido que los invitados del presidente son los invitados del presidente. Así que el ex mandatario, no mas descubrir al artista, se fundió con él en un abrazo, mientras el «cantalindo» le tarareaba su nuevo tema, y mientras la prensa los retrataba sin piedad ni descanso. Es el momento que uno siente que los esfuerzos han costado la pena.
Unos minutos en que Leonel saludo a los compañeros de credo, les dijo lo a gusto que se hallaba, y les prometió volver a la casa, ya desde la presidencia de la Republica.
El Dr. Fernández le comento al cronista que se había topado con su padre, y que habían cruzado saludos y buenos deseos, pero no quería uno abusar de la atmosfera repleta de humores variopintos. Así que le permitió sentarse y dejar a medias la conversación.
Dejamos el sitio, antes de que terminase la tertulia y nos fuimos al próximo «punto» , un almuerzo para 70 personas, en la casa de la diputada Adalgisa Pujols, en la barriada de Los Frailes II, en la misma provincia de Santo Domingo. Como es de rigor, fuimos muy bien tratado por la seguridad del presidente, lo mismo que por el «Equipo operativo», el cuerpo elite que organiza los desplazamientos de Leonel Fernández.
Nos apoderamos de una mesa, al lado de la de la seguridad militar del presidente, que encabeza el general Héctor Bienvenido Medina y Medina, donde igual se sentaron el profesor Víctor Crispín y Danilo Pérez, asistentes personales del ex presidente.
Jeffry es buena cuchara; se podría decir que muy buena. Y ese almuerzo quedo rico, aunque era poco, a decir verdad. El pollo al curry, tintadito y todo de amarillo intenso, el arroz primaveral y las ensaladas rusas fueron pasadas por las armas sin el menor atisbo de piedad.
El presidente le había comentado al artista lo esbelto que se veía, y el cantante explico sus rutinas diarias en el gimnasio. Después seguimos al colegio San Francisco de Asís, en el ensanche Ozama, repleto de personas, caluroso como verano en el Sahara.
Omar Liriano, maestro de ceremonias, antes de presentar al presidente, dijo que El Jeffry era su invitado de honor, y la gente le aplaudió de pies. Al pronunciar su muy emotivo y memorable discurso, Leonel dijo, en síntesis, que no odiaba ni guardaba rencores, pero que agradecía a quienes le decepcionaron, porque se había aprendido la lección.
Nuestros oídos siguen llenos de las ovaciones.
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