SD. Empezaron por papi ponme una recarga. Siguieron por no tengo pal salón. Después fue que mi mamá se va a operar, no tengo pa pagar el alquiler y dame pal taxi.
Entonces comenzaron a subir el tono, cuando dieron con los oligarcas del amor rentado.
De pronto se hicieron de vestidos de diseñador, de carteras caras, de cosméticos y celulares de alta gama.
Casi sin transición, comenzaron a pedir y recibir por par de caderazos bien dados, un auto de segundo mano, un fin de semana en Miami, una cena en Don Pepe.
Dos caderazos más con vocecita de mujer enamorada, perdidamente enamorada por su macho, lograron una tarjeta de crédito, una colección de bolsas de las boutiques más caras de Blue Mall, un par de tetas nuevas, con la nariz griega y los lentes Prada.
Y de ahí, claro, no había que esperar mucho más para saber que esas nalgas nuevas y ese apartamento en una torre del perímetro central venían, y el día del cumpleaños ese auto del año con una moña bien kitsch.
No importa que el chapeado sea un empresario o un diputado, un deportista o un ministro, un militar de alto rango o un artista; nunca en la transacción está incluida la palabra amor… aunque ellos -¡oh, pendejos incautos!- se lo crean.
Ser chapiadora es ser prostituta, es recibir pago a cambio de sexo. Y es cierto, la prostitución es uno de los oficios más antiguos del mundo. Y el más fácil. Pero no por eso ni es normal ni es moral.
El chapeo no solamente es una expresión de la pobreza y de la falta de educación y cultura, es una manifestación de carencia de principios morales.
Una de ellas se ha autodefinido de este modo. Lean esta perla:
«Vulgarmente es una mujer que desfalca a los hombres, una mujer con mucha ambición, amor al dinero y a los gustos caros, y que a cambio ofrece favores sexuales.
Según yo, una chapeadora es una mujer inteligente, astuta, y sensual, que ha sabido utilizar sus herramientas naturales para colocarse en la posición que siempre soñó y no tuvo la suerte de tener al nacer»
Es controproducente que las chapiadoras, léase prostitutas, nos quieran hacer ver a sí mismas como triunfadoras, o cuando menos como honestas mujeres del arduo y sacrificado trabajo de dar su cuerpo. Cuando este mundo está lleno de féminas que se levantan cada mañana a realizar la cotidiana heroicidad de irse a trabajar, criar sus hijos y darles qué comer con el amor y la decencia como premisa fundamental.
En nuestra sociedad hay un principio básico retorcido, tan machista que da grima: el hombre es el que tiene que proveer. Las sociedades actuales, desarrolladas o en vías de desarrollo plantean las cosas de otro modo: el empoderamiento de la mujer pasa por ser económicamente independiente. En la familia proveen los dos, el hombre y la mujer.
El desparpajo con que nos restregan en la cara las riquezas logradas gracias al chapeo desde canales de televisión que dedican programas a mostrar la carne que venden por libras y los salarios que algunas de ellas devengan en instituciones del estado, son muestras de las debilidades que tenemos como sociedad, cuando somos incapaces de, al menos, alzar nuestras voces en contra de los modelos de comportamiento y de vida que se les están transmitiendo a las nuevas generaciones. Y en esto todos, absolutamente, somos culpables.
No, señoras prostitutas. Ser chapiadoras no es normal.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).