El pueblo dominicano, como pocos ahora mismo en el mundo, se encuentra entrampado entre la pandemia con números oficiales crecientes en un pico que no se aplana, y las elecciones presidenciales que con más saña se están disputando en los últimos 20 años.
República Dominicana es el mejor país del mundo. Su pueblo es hospitalario como ningún otro y ha sido bendecido con riquezas naturales que desearían para sí muchísimos países del mundo: una naturaleza privilegiada con fabulosas playas e instalaciones turísticas de primera, y con una agricultura que produce el 80% de lo que consumen los dominicanos y abastece buena parte de lo que consume el turismo.
Estos últimos 20 años, el desarrollo que ha tenido el país es innegable, tanto en infraestructuras viales, como en la construcción de viviendas de alto standing, medio y también bajo, así como en el área del comercio interno y un tipo de industria que antes no había siquiera cómo pensarlo: la industria naranja que actualmente, entre la cinematográfica y otros sectores del entretenimiento debe haber aportado sino el 3% muy cerca de esa cifra del PIB. Algo sin dudas respetable.
A pesar del crecimiento económico sostenido del país, los esfuerzos que se han hecho por disminuir la pobreza han chocado contra los muros de la corrupción, el narcotráfico, la violencia, el endeudamiento creciente del país, un poder judicial endeble y una policía que necesita urgentemente modernizarse y academizarse, así como un ejército que tiene más de un reto, entre la preservación de la frontera y la necesidad impostergable de modernización urgente de la tecnología a su servicio para defender el país del narcotráfico y de otros peligros que puedan ocurrir con la vecindad.
En el medio de todo eso, los pobres se han vuelto más pobres con la cuarentena, y la clase media que ha sido el dedo entre dos ladrillos que chocan, porque es la clase que más ha asumido despidos, cierre de negocios privados, bancarrotas, y ha llevado demasiado cuesta arriba sobre sus espaldas, una política impositiva errónea (con esos incómodos y absurdos adelantos) y la reducción de su capacidad adquisitiva, con el crecimiento de los precios de la canasta básica y con el dólar por las nubes y en ausencia de los bancos, algo que hace mucho más profunda, la herida que no cierra de la pandemia.
Entre jueves y viernes, mientras que el Centro de Salud Domínico-Cubano hacía público que tenía toda capacidad para el Covid 19 ocupada, se conocía a través de las redes, el cierre de la dulcería Bondelic, quedándose solamente con la cafetería original; mientras el restaurante Mitre y Bottega Fratelli se han fusionado, en una estrategia de salvamento familiar, se habla de la desaparición del restaurante Lulú; y Planet Fitness cerró sus puertas en Silver Sun Gallery. E imagino que muchos otros lugares, como salones de belleza, tiendas de ropa, gimnasios y sabe Dios cuántos restaurantes y cafeterías más cerrarán sus puertas y dejarán en la calle a muchas personas.
Aún así, se desconoce el real impacto que ha tenido en el mundo del entretenimiento y la industria cultural esta pandemia en el país, que con el cierre de cines, teatros, discotecas y otros sitios de espectáculos y conciertos, debe ser de varios cientos de millones de pesos, sino es que llega a los mil millones. Hay que sumar que la música fue lo primero que se detuvo y será lo último que eche a andar.
No hay datos de la cantidad de puestos de trabajo que se han perdido por culpa de la pandemia. Ni la dimensión exacta de las pérdidas para la economía dominicana que tiene su motor principal en el turismo, que significa el 30% del PIB. Imagino que en lo más profundo de sus almas todos los candidatos a presidentes deben sentirse dichosos de no haber estado en el timón del paìs durante esta crisis sin precedentes. Reconocerle el esfuerzo al presidente Danilo Medina, en medio de un cruento proceso eleccionario, sería al menos de caballeros.
Hace pocos días alguien cuyo nombre no recuerdo se expresaba de esta forma en Twiter: «Danilo Medina es el peor dominicano que ha existido». Semejante vituperio señala una falta de sentido común, pero sobre todo un desconocimiento de la historia patria, inmerecida. Ud. puede ser opositor, no estar de acuerdo con las políticas de Danilo Medina, pero de ahí a hacer semejante afirmación es sencillamente de una intolerancia que da tristeza.
Las muestras de intolerancia han llegado al punto de acabar con el padre Rogelio en las redes porque le dio su reverendísima gana de apoyar al candidato oficialista.
Es verdad que el candidato oficialista se ha servido con la cuchara grande. Y también es cierto que mientras otros prometían, él hacía. Es verdad que los dislates cometidos en la Junta Central Electoral han dado de qué hablar. Es verdad que la posición original desde el oficialismo fue no admitir ayudas desde la oposición, y eso fue un error. Es verdad que el candidato oficial no ha querido enfrentar un debate con los demás candidatos. Es verdad que todos están desesperados. Y tienen razón. Pero el desespero los ha llevado a un craso error, desestimar lo real que hay de la pandemia, el crecimiento de los casos, la persistencia de fallecimientos. Tanto así que prestigiosos médicos-comunicadores han perdido la sensatez y han llegado a negar la veracidad del coronavirus en las calles del país, sobre todo de la capital. Todo por querer ganar las elecciones. Lo cual podría convertirse en una victoria pírrica.
Esto coincide con un descenso de la efectividad de los operativos policiales y su presencia en las calles, por lo que muchas personas pueden observarse en los lugares públicos o caminando, sin mascarillas. Y en las filas no se observa la necesaria distancia entre las personas. Hay una ausencia de responsabilidad social terrible. Sobre todo en los barrios. Esto es una cuestión elemental de educación, de cultura.
Tengo fe en que el odio desbordado en ciertas personas a través de las redes, sea pasajero y regrese la cordialidad habitual del dominicano, su alegría, su particular manera de ver la vida, lo cual lo hace una identidad cultural diferente a las demás.
Es lamentable que ningún candidato ha hablado de su Política Cultural, al menos públicamente. Y eso da miedo en el sector cultural. Todos sabemos cómo piensa (porque lo ha practicado) Leonel Fernández, pero ¿alguien sabe qué harían Luis Abinader (el único de los tres que por otra parte se ha comprometido públicamente con la Ley de Cine) o Gonzalo Castillo en el ámbito de la Política Cultural? Me gustaría saberlo. ¿Qué harían con la Ley de Mecenazgo?
Necesitamos un Congreso nuevo, limpio y profundo, con muchos jóvenes que enriquezcan la praxis legislativa, que se convierten en un acicate para el desarrollo del país, sin clientelismo ni caciquismos, sin legisladores que dejen mucho que desear por su ética, por su falta de cultura y de educación. El Congreso necesita menos protocolo, menos egos y más sinceridad, pero sobre todo más honestidad.
A pocos días de las elecciones la nube de la abstención parece una tormenta que se levanta en lontananza.
¡Ojalá que llueva café!
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).