Los nuevos aspirantes a artistas, o a exponentes -que no es lo mismo- parecen productos salidos de fotocopiadoras o cuando menos de una fábrica de salchichas.
La poca originalidad dentro de la llamada música urbana, unido al exceso de ritmo y a la falta de sentido de qué cosa es melodía o armonía, y mucho menos aún técnica de canto (¿canto? ¿qué es eso?, se preguntarán), hace que pocos, demasiado pocos productos realmente llamen la atención más allá de público que los consume.
El fenómeno Bad Bunny es uno, único, irrepetible -no traten de imitarlo que fallan-; en él hay cosas que funcionan, que no tienen que ver directamente con la música, aunque sí con el trap, que no lo es. Me atrevería a decir que es el producto como un todo. En primer lugar es dueño de un estilo auténtico, original, suyo. Su imagen es un look en constante cambio, pero con el uso de colores vivos, puros casi siempre en sus atuendos, gafas estrambóticas, etc. Es decir, nada por gusto, todo corresponde con una linea diseñada. Otro elemento primordial es el estilo de decir lo que pretende cantar, una especie de murmullo o quejido (como Julio Iglesias, pero exagerado, hiperbolizado y metastático) que quiere ser melodía y se queda a medias, pero ayudado con el efecto del tuning que hace como un quiebre de voz, pero con el cual ha conseguido colarse en un mercado mucho más amplio que el latino. Otra cosa: últimamente ha estado haciendo algunas declaraciones que apuntan hacia un cambio en el tratamiento hacia la mujer, lo cual es positivo.
Cayéndole atrás a Bad Bunny hay una diarrea de muchachos imitadores, todos del estilo de Bad Bunny pero sin su pegada, sin su talento (hay que tener talento para crear un estilo), sin su originalidad y sin su gracia. Hay que tener todo eso para sin serlo conseguir convertirse en el Compositor del Año según la ASCAP.
Esa fábrica de salchichas badbunnys es falsa y obra como una cortina de humo. Los jóvenes quieren tener éxito fácil y creen que montándose en ese caballo llegarán lejos. Se equivocan. Se equivoca Victor M con Kimbamba, sobre todo al inicio del tema y en el cuerpo del tema, cuando abusa del efecto de distorsión de voz.
Creo que haría muy mal con solamente poner su nota de prensa y olvidarme que existe. Pero Victor M es jovencísimo, y probablemente tenga un gran talento debajo de lo que muestra. Lo mejor que haría el exponente es tratar de crear su propio estilo, parecerse lo menos posible a nadie y mucho menos a Bad Bunny, huirle a los efectos de tuning de distorsión de voz, porque enseguida se sospecha que debe tener problemas serios con la afinación.
No todo está mal, Kimbamba es un tema bastante limpio, y el propio vocablo es pegajoso y pudiera colarse.
Sin embargo, la única fórmula que funciona ipso facto en la industria musical es ser uno mismo. Si algún nuevo exponente por casualidad tiene la capacidad y el talento de ser cantante, entonces que saque esa voz y esas potencialidades, que seguramente va a tener suerte, porque el panorama actual pinta feo: es soso y falso.
Por eso cuando aparece alguien que vale la pena, como Yendry -se la recomiendo al jovencísimo Victor M-, que enriquece su performance con elementos de lo urbano, tanto en la narrativa como en la imagen, pero que tiene una manera de decir suya, tiene una voz maravillosa y compone joyas, entonces da que pensar de que puede haber esperanzas de que las cosas mejoren.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).