Joker, la película de Todd Philips, pero sobre todo de Joaquin Phoenix, llega a las grandes pantallas del mundo en el minuto exacto en que lo que sucede en ellas parece extraído de la vida real casi ahora mismo. Basta con echar una mirada en Santiago de Chile, La Paz, Barcelona, Bagdad, Hong Kong, y un poco antes en Caracas y Managua. Todo es Ciudad Gótica. De manera que el plató social de la película es el mismo dentro que fuera de las pantallas.
Si con Joker Tod Phillips quiso bordar una obra que le permitiera acceder como director a un nivel más alto en cuanto a valoración que el que se encontraba, puede que lo haya logrado, sobre todo al pensar en la gran producción que tuvo que desplegar para lograr la resonancia axial de Ciudad Gótica.
Pero en Ciudad Gótica este Guasón es diferente. Lo bueno del personaje salido de los cómics es lo rico que ha sido al cine, que ha regalado despliegues de virtuosismo actoral como los de Mark Hamill, el Luke Skywalker de Star Wars; y sobre todo el del atribulado y fallecido actor australiano Heath Ledger. El de Joaquin Phoenix, por el contrario, es carismático si asimilamos carisma como la capacidad de movilización de algunos seres, porque la situación social necesita de una chispa que sin querer él va a aportar, cansado de tanto abuso desde que nació.
El personaje que despliega Phoenix es el payaso que con una grave pirueta triste convierte Ciudad Gótica en un infierno, convencido de que su payasada final será su gran burla, su desquite con la sociedad que lo ha mancillado una y otra vez, su venganza con el destino perro que le ha tocado vivir.
Pero esas venganzas ocurrirán en aquellos seres que lo han humillado, que lo han mancillado, que le han herido una y otra vez, que lo han avergonzado.
Las profundas capas de afectaciones psicológicas de este ser humano merecen un profundo estudio de un psiquiatra. Están basadas en la vulnerabilidad y la falta de afectos, la ausencia del padre, y se desborda del todo cuando conoce que ha sido adoptado y que en su niñez había sido abusado por su mamá y quienes ella llevaba a casa. Arthur Fleck ha desarrollado una extraña patología psiquiátrica, llamada síndrome de Afecto Pseudobulbar (ASB).
El síndrome se caracteriza por la presencia de una expresión emocional exagerada o inapropiada en relación con el contexto y que se expresa con episodios de risa y llanto.
Según el Dr. Jesús Etcheverry, de la Sociedad Argentina de Neurología, el síndrome está asociado con trastornos neurológicos que involucran daño cerebral, tales como accidente cerebrovascular (ACV), lesión cerebral traumática, esclerosis múltiple (EM), esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad de Alzheimer y enfermedad de Parkinson. El término pseudobulbar se refiere al síndrome del mismo nombre, que involucra un daño en las vías corticobulbares, que vienen siendo un sistema de fibras que une el cerebro con el sistema nervioso central, que pudieran ser llamadas también motoneuronas superiores. Los estallidos emocionales del ASB pueden causar vergüenza, ansiedad y depresión.
La risa y el llanto son considerados fenómenos biológicos normales. Pero si se presentan sin un estímulo específico, no se relacionan con un cambio afectivo, su intensidad y duración están fueran del control del sujeto que los padece, que puede tener conciencia de que la risa es inapropiada y reconocer que no existe un estímulo desencadenante, o bien éste es trivial o de valor emocional contrario, podemos decir que estamos ante una enfermedad cerebral, que es lo que le sucede al personaje Arthur Fleck.
Pero esta situación en el Guasón de Phoenix está agravada con una necesidad patológica de ser reconocido, de ser admirado, de ser querido. Su masa muscular está compuesta de golpes, magullones, patadas, empellones, rechazo, violaciones. Y probablemente con alguna condición extra de nacimiento.
Además, el personaje no solo padece de risas incontrolables y ataques de llanto que casi siempre le van detrás, sino con alucinaciones que le hacen perder el sentido de la realidad. Y todo esto está agravado por la enfermedad de base que padece su madre de adopción.
Justo ese coctel de condiciones psíquicas hacen de este Guasón un Arthur Fleck diferente, con un sentido patético de la comicidad y con una capacidad desconocida por él de estallar de la peor manera, en medio de un lirismo -por ejemplo cuando despliega sus alas al danzar, metafóricamente hablando-, que le agrega al personaje la esencia del dolor.
Ese punto poético, si se quiere, es el estado en que mejor quiere encontrarse a sí mismo Arthur Fleck y es su más alto punto de expresión humana. Allí y no en su comicidad de triste payaso vapuleado.
Quizás hay algo en este Guasón que incomode y es el amanerismo afectado que muestra en la escena de los finales en el programa de televisión. Nótese también que aquí el mismísimo Robert de Niro aparece como un personaje bien segundón, apabullado por el histrionismo de Phoenix. Zazie Beetz logra preocupar a los cinéfilos sobre su destino, y eso se debe a su convincente actuación, sobre todo en las alucinaciones del Guasón, y como ella no le ha hecho daño, el vengador no la mata, porque el Guasón en realidad de quienes se venga es de quienes le hacen daño, y dentro de Ciudad Gótica, Sophie es posiblemente el único personaje -junto al enano- que no lo dañan.
La producción, la fotografía, la iluminación, la música, el montaje, arman una estructura vigorosa para que el personaje del Guasón despliegue todas sus posibilidades, como un suspiro sobre hojaldres.
Esta es la mejor actuación de la carrera del actor y merece el Oscar.
Joker es Phoenix.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).