SD. Confieso que soy uno de los pocos terrícolas que sigue desde lejos la Copa Mundial de Futbol que transcurre en Rusia.
Me limito a ver no los juegos, sino a observar lo que sucede detrás de las barreras donde se sientan bajo un mismo cielo, gente de toda ralea: presidentes y ex jugadores, modelos, cantantes, prostitutas, asesinos, ingenieros, médicos, militares, funcionarios, jueces, choferes, familiares de los jugadores, ministros, tal vez algún recogedor de basura europeo, estudiantes, mafiosos, espías, miembros del alto clero, algún astronauta… Y Maradona.
Maradona que es una especie de eterna vedette, que tuvo que ser asistido por una supuesta sobredosis. De hecho uno de los paramédicos que lo asistió dijo al canal 5 de la televisión rusa: «Maradona, Maradona, es un simple narcómano. Lo suyo se resolvió con lo que se resuelve una sobredosis».
Hoy día, gracias a las redes sociales y al gran desinhibidor mundial que ha sido la globalización de la estupidez, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que quizás en los estadios, no solo de la Copa, sino de casi todos los deportes mundiales, pasando por el basket, el boxeo, la pelota, la natación, el voleibol de playa o el bádminton, hay de todo. Y la crueldad llega a grados tan avanzados de desarrollo como en el Coliseo Romano cuando el Emperador bajaba el dedo.
SI hacemos un paneo de cámara, vemos unos narradores deportivos argentinos cagándose en la madre de Messi, más abajo, en las gradas, una nena argentina o peruana que enseña las tetas. En cámara lenta pasa una brutal paliza a una colombiana por parte de la exacerbada policía rusa, luego rapidísimo un imbécil que se burla de la mamá de un jugador africano, si corremos el lente y apretamos el obturador de emociones podemos ver, tal vez, un riquito sacando subrepticiamente una papelina para meterse coca hasta los tuétanos, en medio de la emoción del juego; otro aún pagando lo que debe de una apuesta y aún más a la derecha los hinchas del equipo contrincante con cara de que van a formar el lío. Luego también hay gente que se goza de manera normal su partido. No importa que sea Japón-Polonia, Senegal-Colombia, Panamá-Túnez, o Inglaterra-Bélgica.
Y en medio de todo esto alguien que se pregunta muy seriamente. Por fin ¿quién ganará la Copa? ¿De qué continente?
Algo que también se puede ver es cómo los países europeos, algunos de los cuales mal esconden los deseos de no recibir más africanos en pateras o en ese barco que anda rondando por las costas del Mediterráneo, a ver quién se conduele, en cambio tienen sus equipos integrados a veces mayoritariamente por negros llegados… de Africa. Y ganan, y hacen emocionar, y pierden, y entonces como a todos, pero con más énfasis, les dan en las madres.
Porque el racismo es uno de esos males que vemos exacerbarse de vez en vez. Sacar la cabeza, salir a flote y sacar la lengua burlonamente.
Mientras tanto, la pelota rueda en del campo, Alemania sale cabizbaja, México pierde pero sigue vivo.
También ocurren gestos bonitos, como los fanáticos mexicanos que le hicieron un regalo de cervezas a la embajada de Corea del Sur en Estados Unidos.
Todos viven partidos agónicos. Nada está claro todavía, nada está escrito. Los científicos y su matemática de porra se equivocan una vez más, con formulas y herramientas dizque infalibles, fallan, otra vez fallan, que lo que vale sobre todas las cosas no es el balón ni los equipos, ni las banderas, ni los orgullos y los egos. Lo único que vale es el ser humano.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).