Pues sí Víctor Victor, el Ministerio de Cultura NO debe desaparecer. Lejos de ello debe de tratar de lograr un funcionamiento lo más adecuado posible a los tiempos que vivimos.

Hay quienes piden más dinero para el presupuesto de Cultura, que realmente es bajísimo. Pero antes hay que lograr hacer con ese poco presupuesto, acciones que den a entender a la sociedad que hay un salto cualitativo en las propuestas culturales y adecuar algunos de los eventos, como por ejemplo la Feria Internacional del Libro, que dura demasiados días en un país donde el libro es un lujo imposible hasta para la clase media y donde no solo hay escasez de editoriales y de buenos títulos, sino de escritores de cierta importancia, y sobre todo de lectores.

Bajar de casi dos semanas a siete días la Feria Internacional del Libro debe ser algo razonable.

Es imprescindible salvar los activos fijos del sector cultural, los museos, las escuelas, los teatros, las bibliotecas, las instituciones. Pero no solo en la capital, sino también en las provincias. Porque esos activos son las fábricas que producen los bienes culturales del país, y tienen un enorme potencial para autofinanciarse y aportar al erario público, tanto a través de las industrias culturales, que pueden ser nacionales o locales, y a través del turismo cultural. Pero sobre todo a través de la música, el valor intangible que más puede aportar al desarrollo del país.

El Ministerio de Cultura tiene grandes retos ante sí. Uno de ellos es la necesaria descentralización.

Descentralizar el presupuesto no es tan solo que las instituciones afines o dependientes de cultura tengan un presupuesto para ser conducido por esas instituciones. La descentralización es más que nada dotar de presupuesto los proyectos que evidencien el valor de la cultura como industria. La mejor forma de entender que la cultura no es un gasto, sino una inversión, son sus industrias y es en esas industrias donde hay que aplicar ese pequeño presupuesto.

Sonrientes, pero con carteles que lo dicen todo (Fuente externa)

A ojos de muchos tecnócratas el sector cultural aún hoy sigue siendo la cenicienta. Pero ese criterio podría decirse que ha sido forjado desde el propio sector cultural, donde hay una mala costumbre de esperar a que las cosas lleguen por sus propios pies, y no a mostrar las fortalezas con que realmente se cuenta y exigir lo que por ley pertenece al sector cultural.

Si la cultura sigue mostrando sus debilidades y no hace públicas sus fortalezas, nunca será tomada en cuenta para el desarrollo de República Dominicana. Un ejemplo: las Noches Largas de los Museos se autofinanciaban. O sea, se pagaban con los aportes de los museos y no del presupuesto de cultura. Llegaron incluso a duplicar su presupuesto en base a la cantidad de visitantes y la operatividad mostrada por sus directores. Por eso el Banco de Reservas había aprobado el fideicomiso para la reconstrucción de todos los museos del país, algo que finalmente tuvo que sumir el Estado, debido a la incomprensión del asunto por parte de las autoridades que llegaron a Cultura en el 2016. Ese solo logro era para sentirse verdaderos protagonistas en el crecimiento del PIB por parte del sector. Pero como dice la canción, todo se derrumbó. Y honestamente, creo que se ha retrocedido. De Lantigua acá, las ferias se han convertido en caricaturas de lo que eran.

Parte de la descentralización necesaria, fue la decisión de que Bellas Artes recibiera su presupuesto directamente de la Administración del Estado, aunque sigue siendo una institución del Ministerio de Cultura. Solo que el hecho ocurrió de sopetón, rápido y mal, y seguramente se necesitarán algunos meses más para que todos los que dependen de Bellas Artes logren entender la importancia del cambio.

Una protesta reciente (Foto: cortesía Diario Libre)

Ahora, ¿dónde está el cáncer del Ministerio de Cultura? En la Educación Artística, que debiera ser la niña de los ojos de la Política Cultural del país, por lo que representa para el futuro. En el que quizás sea el país generador de mayor cantidad de ritmos de moda en los tiempos actuales, el futuro de la música está en veremos. Es una vergüenza el desastre físico en que se encuentran las aulas del conservatorio y los salarios
indignos que ganan los profesores de música, que muchas veces -por demás- sufren serios retrasos en recibir el pecunio.

Lo mismo más o menos ocurre en la escuela de artes plásticas, la de artes dramáticas, de danza o de ballet… Y sobre todo lo desmotivados que están los profesores de esas especialidades. Dignificar los maestros y el espacio donde reciben clases los artistas del mañana, significa dejar de apostar a un futuro incierto, a partir de un presente en el que reinan la mediocridad, el amarillismo, el mal gusto, las indecencias, las bajezas, la falta de valores, que yo llamaría «la incivilización de Instagram».

El futuro solo puede ser de cultura. Lo demás es pasto y mala idea. Tiempo perdido. Devastación. Nada.

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