Cuando la falta de justicia social, de oportunidades y de inclusión se torna endémica, la gente acumula indignación. De esa realidad dolorosa sale esta realidad surrealista en que estamos metidos ahora.
Cuando el arte deja de importar, ocurre lo que está pasando en el mundo. No puede haber diálogo, solo existe la imposición de un solo punto de vista. Prohibido disentir.
La obligación de cantar todos al unísono en la misma nota, y bajo una única melodía de la «ideología progresista», es lo más retrógrado y deplorable que afecta a la humanidad después del nazi-fascismo y del stalinismo y sus variantes (maoísmo, Idea Suche y demás extremismos). Son extremos que se dan la mano por encima de las ideologías. Extremos que solamente buscan una cosa, borrar la individualidad por encima de la masa.
Este totalitarismo, con la baliza de prueba del movimiento MeToo, cuya actuación fundamental ha sido defenestrar principalmente hombres, sin pruebas concretas, de supuestas actitudes de agresión sexual, ocurridas años y hasta décadas antes, se convirtió en el terror lapidario que probó que se podía acabar con símbolos culturales y pasar a un nuevo nivel de escalada. Así se ha derrumbado a Harvey Weinstein justamente y con él, la onda expansiva convertida más tarde en Cultura de la Cancelación, se ha camuflajeado con justas protestas por extremismos raciales, para llevarse por delante obras de arte, esculturas públicas -derrumbadas o pintarrajeadas- lo mismo de Cristóbal Colón que de Simón Bolívar. Símbolos que en pura semántica son convertidos en víctimas de la ignorancia cultural de las nuevas generaciones.
El oportunismo es un fantasma que está esperando su minuto para salir de la sombra. Todo ha sido diseñado para que cuando estén dadas las condiciones, emerger e imponer un nuevo sistema de valores del gusto de minorías irredentas, rebeladas sobre la base del odio racial que han sufrido y continúan sufriendo. Así, el asesinato del afroamericano George Floyd sirvió de pistoletazo de salida para provocar justas protestas contra un crimen a todas luces racial, y con ello desatar el fantasma del extremismo.
La falsedad oportunista de la izquierda cultural que tiene el poder real del arte en el mundo, ha cedido ante la moda de la Cultura de la Cancelación. Este método, dirigido contra personalidades públicas y famosos castiga la disidencia con represión, lapidación pública y retiro de apoyo social. Se cancelan películas, conferencias, videojuegos y cualquier obra de arte que no pase los filtros de lo políticamente correcto del momento. Las academias, universidades, editoriales, casas productoras, empresas, ceden ante la presión ciega de la ignorancia.
La falacia de la justificación para respaldar la Cultura de la Cancelación la argumentan con la necesidad de una supuesta ‘democratización’ de herramientas para hacer justicia social contra los injustos. Dejar en manos de las masas la labor de la justicia provoca un grave problema de ingobernabilidad y multiplica la injusticia, debido a que las masas irredentas piden sangre, su concepto de justicia no admite la presunción de inocencia. Basta con que alguien diga que un chiste tiene un significado acorde con sus intereses para que el dueño del chiste sea lapidado, que una joven editora del New York Times se permita disentir para ser obligada a renunciar, que un joven de 18 años diga que Kevin Spacey le tocó el muslo o la bragueta, para matar a un presidente de Estados Unidos en la serie televisiva House of Cards. Aun siendo desestimados los cargos en el único caso que llegó a los tribunales, la carrera de un extraordinario actor se fue a pique porque supuestamente su trabajo como actor no tendría suficientes likes. Así hay ya un colchón de casos de personas que se han suicidado por el rechazo masivo de sus seguidores, gracias a la Cultura de la Cancelación, entre ellos el diseñador de juegos de video Alec Hollowka quien había sido víctima de abusos y tenía una personalidad desordenada, Hollowka fue víctima de Zoe Quinn una reconocida estafadora, quien lo acuso de violación. Está el caso de una famosa Youtuber llamada ContraPoints, rechazada por su propia audiencia, mayoritariamente LGTBI tras expresar como se sentía respecto al uso de los pronombres “they y them” bajo su experiencia como mujer transgénero.
Los canceladores son los llamados woke (despiertos), personas con poca capacidad para diferenciar la realidad de la ficción, que han salido de las tinieblas a la luz y se sienten predestinados a salvar la humanidad de los que la han tenido amordazada hasta ahora. Son iletrados confesos, no saben distinguir entre un paraguas y un pararrayos, ven peligro en cualquier obra artística que supere sus limitadas entendederas; su única cultura es la cultura de la cancelación.
Esto parece salido de la sinopsis de una película distópica. Pero es la cruda realidad. Son incapaces de entender el humor negro y mucho menos de entender el arte complejo. El año pasado, ante la inminencia de la salida de Joker, la película de Todd Phillips, ciertas comunidades hicieron declaraciones alarmistas por lo que el director tuvo que hacer esta explicación: «La película hace declaraciones sobre la falta de amor, el trauma de la infancia, la falta de compasión en el mundo. Creo que la gente puede manejar ese mensaje». Más tierna aún fue la explicación que tuvo que salir a dar la productora y distribuidora: «Warner Bros. cree que una de las funciones de la narración de cuentos es provocar conversaciones difíciles sobre temas complejos. No se equivoquen: ni el personaje ficticio Joker, ni la película, es un respaldo a la violencia del mundo real de ningún tipo. No es la intención de la película, los cineastas o el estudio mantener a este personaje como un héroe».
Los woke, como ahora lo es la actriz Kate Winslet, se dan golpes de pecho y asumen su culpa por haberse portado de manera deplorable (actuar en películas de Roman Polanski y Woody Allen), antes de haber despertado. La hipocresía evidente en esa toma de conciencia pública la convierte inmediatamente en una virtuosa moral, a los ojos de los demás wokies. Esta virtuosa moral ganó el Oscar en el 2009 gracias a Harvey Weinstein, quien le había pedido que le mencionara. Según Variety la actriz recordó. «Recuerdo que me dijeron: ‘Asegúrate de agradecerle la victoria a Harvey si es que ganas». «Y recuerdo darme la vuelta y decir: ‘No lo haré. No lo haré’. Y no tenía nada que ver con no estar agradecida. Si la gente no se porta bien, ¿por qué iba a agradecerle nada?». Winslet añade que su relación con Weinstein siempre ha sido complicada por culpa de su comportamiento cruel e intimidatorio: «Durante toda mi carrera, siempre que me encontraba con Harvey Weinstein, él me cogía del brazo y me decía: ‘No te olvides de quién te dio tu primera película’ [Weinstein se refería a Criaturas celestiales, la película que significó el debut de Winslet en el cine y que fue distribuida por Miramax, el estudio entonces presidido por el productor]. Como si le debiera todo lo que tengo. Y luego, con El lector, lo mismo: ‘Te voy a conseguir esa nominación al Oscar, voy a conseguirte una victoria, voy a ganar por ti'». Evidentemente aquí hay un grave problema de personalidad. No es agradecida, aunque trate de ocultarlo.
El arte de verdad es tolerante por naturaleza y demanda tolerancia intrínseca y reflexión intelectual. El arte producto de la cancelación es más falso que un Rolex chino.
La nueva dictadura mundial de los ‘despiertos’ ha tomado por asalto al país bandera de la libertad de expresión y de creación. La inmadurez y la falta de cultura son su caldo de cultivo y con ese tipo de personas no puede haber diálogo posible que puedan entender. Para ellos no existe otra verdad que la de ellos. Como ocurre en los países totalitarios.
Todo esto había sido advertido por la literatura de la antiutopía desde hace justamente cien años. Esa área de la creación artística venía alertando acerca de este fenómeno que al fin nos alcanzó. Es como si Orwell, Zamiatin, Platonov, fueran viajeros en el tiempo y hubiesen viajado hacia atrás. Pero no les hicimos caso.
El desmontaje ideológico de la democracia ha sido un proceso de muchos años. No importa que por el camino cayeran el muro de Berlín y arriaran la bandera soviética del Kremlin de Moscú. Si la isla de Utopía de Tomás Moro era la búsqueda de una sociedad ideal, quienes diseñaron esta distopía que vivimos (y que tiene todas las señales de que va a empeorar) persiguieron y persiguen todo lo contrario, imponernos un totalitarismo camuflado de justicia social.
El primer gran éxito de la civilización fue, además de la conquista del fuego, la conciencia de la recreación artística de la realidad y los sueños. Ese poder soñar con una realidad distinta, mejor, ese poder revisitarse desde otra perspectiva, indagándonos, preguntándonos, explorando, disintiendo de nosotros mismos, ese poder de convocatoria de otras almas para renovar a través de una obra la conciencia de ser humanos, es lo que llamamos libertad, es lo que llamamos arte, el último reducto que quedaba de una c¡vilización que confió en la nobleza del ser humano, con la misma ingenuidad que los niños confían en la mano supuestamente protectora de un violador.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).