Se habla mucho, sin conocer bien de qué se trata, sobre la llamada Marca País. Hay quienes dicen que una película que van a hacer es ya, sin haberla hecho, solo por su autodefinición, «marca país». Y uno se ríe de tanta ingenuidad. Detrás de eso probablemente lo que se busca es más vitrina y exposición. Y por tanto ganancias. El arte de calidad es, sin decirlo y sin proponérselo, Marca País.
El producto cultural más importante de República Dominicana, la marca país más auténtica, prístina y notoria de esta nación es… la música.
Pocos países del mundo son creadores de géneros musicales exitosos mundialmente. ¿Alguien ha oído que la bomba sea un género apreciado mundialmente? El danzón, por ejemplo, está tan olvidado en Cuba que solamente en Yucatán, en México, hay todavía cierta presencia danzonera. ¿Alguien conoce el género musical Dumka de Ucrania? ¿Algún lector se ha gozado con entusiasmo una pieza de hōgaku, la música tradicional japonesa? ¿Alguien ha bailado la música tradicional de los Mossi en Burkina Faso?
En 1998 tuve la oportunidad de viajar a ese país con la orquesta cubana Original de Manzanillo, una de las mejores orquestas charangas de Cuba, a presentarse en el Salón Internacional de la Artesanía de Ougadougou (SIAO), que por entonces era el principal evento cultural que se realizaba en el África Subsahariana.
¡Oh, sorpresa! Frente al hotel donde nos hospedábamos situado en una calle de la capital de Burkina Faso, donde había decenas de casetas que vendían casetes de música, se escuchaba entre los más pegados, a la Orquesta Aragón, a la banda senegalés Afrikando, al ivoriano Meiwey, a la Fania y… a Johnny Ventura y a Wilfrido Vargas entre los que más. ¡Cuántas familias vivían de regrabarlos y vender esa música!
Pues sí, el producto cultural dominicano más importante, que durante décadas ha sido su embajador natural más poderoso es la música, primero con el merengue y después también con la bachata. Ambos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad. Cuba que es la creadora del son, del chachachá, de la conga, de la rumba, del danzón, del changüí, de la guaracha, de la guajira, no tiene dentro de esa lista exclusivísima de la Unesco ninguno de sus ritmos.
República Dominicana es un país autosuficiente musicalmente hablando, consume la música que produce. Y con tanta necesidad de activar las industrias culturales y de aportar al Producto Interno Bruto, para que los tecnócratas de la economía comprendan finalmente que la cultura no es una carga para el estado, sino un sector productivo (y que no todo tiene que ser financiado por el presupuesto nacional) no me canso de insistir desde hace 20 años, acerca de la necesidad de comercializar de manera inteligente y a través de empresas que combinen los esfuerzos estatales y privados, el mejor y más conocido producto nacional: la música.
El merengue es no solamente conocido sino bailado en gran parte del mundo, por lo fácil que es de aprender los pasos de esa danza.
La bachata por su parte es -fuera del sonido urbano- el género musical que más se ha internacionalizado en el mundo en la última década.
«La música es el único camino hacia lo trascendente», escribió alguna vez Wolfgang Amadeus Mozart.
Si por algo más grande y conocido que la pelota puede trascender esta media isla en el mundo, es por su música. Entonces, ¿por qué tanta pereza para hacer realidad su comercialización de manera efectiva, inteligente y productiva?
La música dominicana tiene potencial para autofinanciar en gran parte esas otras zonas del sector cultural que no cuentan con esa capacidad. Así al estado le va menos forzado.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).