Nueva York, principios de los años noventa: Jonathan Larson (Andrew Garfield) trabaja como camarero en una pequeña cafetería. Sin embargo, su sueño es triunfar como escritor de musicales y conquistar Broadway. De hecho, lleva años trabajando en SUPERBIA, una ambiciosa historia de ciencia ficción, adaptación de 1984 de George Orwell. Ahora que su treinta cumpleaños está a la vuelta de la esquina, se siente cada vez más presionado, sobre todo porque quienes le rodean, quienes han renunciado a sus propias ambiciones artísticas. Su novia Susan (Alexandra Shipp), por ejemplo, anhela una vida segura y quiere pasar a trabajar como profesora después de que una lesión casi acabara con su carrera de bailarina. Su mejor amigo y antiguo compañero de piso Michael (Robin de Jesús) cambió sus planes de actuar por un trabajo en publicidad. Y entonces Jonathan necesita urgentemente una nueva canción para su obra, pero no quiere triunfar en absoluto.

Cuando falleció Jonathan Larson le faltaban quince días para cumplir 36 años. Y sólo unas pocas horas para su tan ansiado éxito. Así (posiblemente) alguna vez fue la carrera de Lin-Manuel Miranda, un aspirante a estrella de musicales y de Broadway. El currículum musical de Miranda presenta muchos paralelismos con el de Jonathan Larson. En realidad, y como no hay que buscar tanto, las trayectorias de casi todos los músicos y compositores que ven su futuro en Broadway son similares. Sólo Miranda, que en realidad escribe él mismo sus musicales, recurrió a otro musical para su debut como director, uno de Jonathan Larson. Más allá de la escena musical y fuera de Broadway, mucho más que el nombre de Larson, este filme es sobre varias cosas.

Al final no hubo manera de evitar a Lin-Manuel Miranda. Creador del fenómeno Hamilton, que también celebró el éxito como versión cinematográfica, o la propia adaptación cinematográfica de In the Heights, incluso como no aficionado al musical uno ya está familiarizado con su nombre. A ello se suman sus apariciones como actor, como en El regreso de Mary Poppins o su uso vocal en la aventura de animación Vivo – Full of Life. En realidad, sólo era cuestión de tiempo que el ocupado estadounidense probara a dirigir él mismo. Ahora lo hace en forma de la película de Netflix, tick, tick… ¡Boom! que se sitúa de nuevo en el terreno musical.

Esta vez no se trata de un material escrito por el propio Miranda; al contrario, se trata de una adaptación de un musical escénico ya existente. No es de extrañar que le haya agarrado gusto a esto y haya querido implementarlo como variante cinematográfica. No se trata sólo de tick, tick… Boom! sea un musical con canciones pegadizas que se puedan escenificar bien. La historia es también una película sobre musicales. Esto le da a Miranda la oportunidad de tratar su obra en un meta-nivel, por así decirlo. Hay conocidas apariciones en forma de cameo de la industria, así como alusiones y referencias que fueron claramente construidas para un grupo objetivo musical muy afín y experimentado y que no debería ser reconocido por la mayoría de ellos.

Sobre todo, el musical debería ser de interés porque es el legado semi-autobiográfico de Jonathan Larson quien se hizo mundialmente famoso con Rent: la historia de un grupo de jóvenes artistas de Nueva York que ya no pueden pagar el alquiler, el cual se convirtió en uno de los musicales más longevos de Broadway. Con tick, tick… Boom! describe en forma de ficción lo que era tener que luchar por este sueño durante mucho tiempo. Lo difícil fue seguir creyendo en el proyecto, aunque ya casi nadie quería dar esperanzas. Así, la película es también una especie de declaración de amor al trabajo y a los procesos creativos, a la voluntad incondicional de crear algo, por grandes que sean los obstáculos.

Miranda encuentra imágenes interesantes para ello. Una y otra vez elimina la línea entre la vida de su protagonista y su mundo de pensamiento. Ni que decir tiene que en los musicales la gente se pone a cantar y bailar en medio de una frase. En estas obras, el mundo entero se convierte en un escenario propio que hay que conquistar. Por un lado, Jonathan vive en su propio mundo, en el que no oye mucho del exterior, una visión de túnel que le permite aferrarse a su sueño a pesar de todo. Al mismo tiempo, vemos que todo lo que ocurre a su alrededor se convierte en una fuente de inspiración. El propio mundo se convierte en su musical.

No está del todo exenta de patetismo y sentimientos exuberantes, especialmente hacia el final, cuando la historia se vuelve muy trágica. En muchos lugares hay tick, tick… Boom! pero en realidad es emocionante y muestra el potencial de dirección de las películas como musicales y que tienen medios completamente diferentes que vale la pena utilizar. Al mismo tiempo, la película es muy humana, más allá de los pequeños trucos y artimañas. Especialmente, Andrew Garfield entusiasma como un soñador olvidado y al mismo tiempo egocéntrico que haría cualquier cosa por su musical. El actor, que ha sido premiado por su trabajo en el teatro, llena su papel con una energía impresionante y muestra un sorprendente talento para el canto, por lo que merecería la pena echarle un vistazo y escucharlo por sí mismo.

El hecho de que Miranda no abruma al espectador con la fuerza de sus imágenes se debe a la acentuación extremadamente sensible de los primeros planos y los planos en movimiento. Alice Brooks sabe utilizar con gran habilidad la transición del escenario teatral a la pantalla con su diseño de imagen. Con gran habilidad en la imagen y la puesta en escena, la canción Why se convierte en un clímax dramático. La película recupera su propia energía motriz y se centra por completo en Andrew Garfield al piano en un teatro vacío al aire libre. Esto confiere a este número un impacto emocional propio y aún mayor, que necesita como pilar narrativo, pero que también lo merece.

Que Lin-Manuel Miranda se considera un innovador del teatro musical moderno desde Hamilton, se puede afirmar con toda seguridad a la vista de su omnipresencia en el teatro, el cine y el doblaje. Es una cualidad que también lo relaciona con Jonathan Larson. La ambición, y el egoísmo despertado, no sólo por hacer lo mejor, sino por estar convencido de que el mundo lo necesita de verdad. Y también para obtener el reconocimiento adecuado; tic… tic… Boom! muestra estos rasgos muy bien y sin adornos.

Jonathan Larson persigue sus sueños y se ha perdido ver su mayor éxito por unas horas, porque la vida siempre decide por nosotros. Para el director, sin embargo, era inevitable porque para él no es la persona la que está en primer plano, sino la pasión implacable por la causa, y por tanto por su propia profesión. Y es allí, donde Larson vive, y aún transpira.

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