MIAMI. Después de sobrevivir una lesión casi fatal en la cabeza, un joven vaquero llamado Brady comienza una búsqueda para crear una nueva identidad. Lejos de los clichés de cowboys machistas y egoístas, el público va directo al encuentro de este joven héroe con sus sentimientos. Debe decirse que la directora Chloe Zhao, originaria de Beijing, pero que vive en el país del Tío Sam, se ha sumergido por completo en el mundo de la Reserva de Pine Ridge. Ubicada en el Estado de Dakota del Sur, en el medio de los Estados Unidos, esta área india está habitada por vaqueros y vaqueras que descienden de Sioux Lakota Oglala (descendencia india).
En pleno siglo 21, el rodeo no significa simplemente montar caballos o toros; es un estilo de vida y una manera de pensar. Brady, el joven vaquero en cuestión, se convirtió en una estrella de este deporte, que luego de su accidente ha entendido a fuerzas un nuevo significado. Las competiciones ahora están prohibidas para él y debe adaptarse a la sociedad en la que creció siendo estrella, para tratar de llevar su vida fuera de su área de interés y ser un ciudadano más de su comunidad. Buscándose a sí mismo, a veces desesperadamente, tratará de encontrar su destino y definirse a sí mismo de manera diferente, aunque con poco éxito.
Para su primera película, “Songs my brothers Taught me”, Chloe Zhao recibió los honores de una selección en el Deauville American Film Festival 2015, que dejó entendido, sin duda, que había ganado el reconocimiento de mucha de la crítica mundial. Nacida y criada en China, Chloe Zhao tiene una perspectiva única sobre los Estados Unidos y sus comunidades minoritarias, lo que le otorga un lugar especial en el cine independiente estadounidense, con la que es muy crítica, denunciando la estandarización impuesta por la renuencia de los productores a tratar temas cuyo potencial comercial no está claro. El hecho es que al rodar con actores no profesionales de la comunidad india nativa de Pine Ridge Reserve, y para esta su segunda película, Zhao impone personajes que no conocemos en ninguna otra parte.
¿Cómo podemos reconstruirnos cuando ya no podemos ejercer la única profesión para la que siempre hemos tenido la intención y mediante la cual hemos construido nuestra identidad? Es a esta pregunta que Chloe Zhao enfrenta al espectador y a su actor Brady Jandreau, quien interpreta a s[i mismo como personaje en una situación de ficción. Filmada con sus familiares, su padre (Tim Jandreau) y su hermana menor (Lily Jandreau), sus amigos, caballos y la naturaleza en la que siempre ha vivido, Brady es uno de sus personajes cinematográficos que no podemos olvidar, y una cara acompañada de un temperamento que nos atan a su destino. También es el representante de un tiempo nostálgico, un Estados Unidos enamorado de la libertad, que vive en comunión con la naturaleza y que hoy es casi inexistente y marginado. Los vaqueros de esta reserva forman una comunidad extremadamente estrecha, en la que el rodeo ocupa un lugar central, lo que les permite demostrar su valentía y reunirse en torno a este gran espectáculo unificador. No hay lugar para la autocompasión y, por lo tanto, no hay miserias en esta película que sigue la trayectoria de su personaje a la manera de un documental.
Descubrimos, junto con Brady, las secuelas de su accidente, esta mano que se duerme y le limita el agarre con sus caballos. Zhao nunca sobreutiliza su personaje, ni teoriza sobre el mandato de virilidad que debe obedecer desde la infancia, en un entorno que no ofrece otro horizonte y mucho menos es autocompasivo.
Las largas escenas de las competencias son particularmente llamativas. La cámara se queda atrás, observando el poder del animal que puede dar en cualquier momento una patada fatal. Vemos el coraje y la paciencia de Brady para ganar el respeto y la confianza del animal. En estos momentos, el actor y el personaje están completamente fundidos. Chloe Zhao respalda la cita de Jean Renoir «el arte del cine es acercarse a la verdad de los hombres». Ella comprende la verdad de Brady, que es feliz y se apasiona solo cuando comparte con la naturaleza y los caballos. Estos momentos son mágicos, son una liberación, tanto para él como para el espectador.
La elección de lentes angulares para poner al personaje en su entorno es particularmente relevante, ya que nos ayuda a identificarnos con el mismo, con la inmensidad de las llanuras y la belleza de esta naturaleza, y eleva la película a un estilo de Terrence Malick.
«The Rider» cambia la imagen de los entrenadores y jinetes de estos animales, y ciertamente, nos muestra que los planos de los vastos paisajes de esta región son espléndidos. Todo esto, acompañado por muy buenas actuaciones y una dirección adecuada.
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