A principios de los años sesenta, el ingeniero eléctrico británico Greville Wynne (Benedict Cumberbatch), se mantiene a duras penas a flote económicamente con su pequeña empresa. Anuncia regularmente sus productos en todo el mundo y viaja varias veces al año a los países de detrás del Telón de Acero. Sus actividades comerciales le convierten en el mensajero ideal para el servicio secreto británico MI6, Wynne debe ponerse en contacto con Oleg Penkowski (Merab Ninidze) en Moscú.
En los años siguientes, el oficial le entrega más de 50 microfilms con información secreta sobre el programa de construcción de armas nucleares soviéticas para la inteligencia británica y estadounidense. A cambio, recibe patentes para impulsar la producción de bienes de consumo en la Unión Soviética. Durante sus reuniones, Penkowski y Wynne también se acercan en privado, la esposa de Wynne, Sheila (Jessie Buckley), sospecha que detrás de sus frecuentes viajes a Moscú hay más asuntos para su marido, mientras que la esposa de Penkoswki, Nina (Emma Penzina), está encantada con su nueva relación.
El entendimiento humano entre ambos se convierte en el centro del thriller del británico Dominic Cooke en su segundo trabajo como director. Su drama de espionaje, sólidamente escenificado, sigue las leyes del género y está basado en las memorias de Greville Maynard Wynne.
Hay mucho que decir de esta película. Consigue evocar de forma convincente en el espectador la sensación de principios de los años sesenta, una época marcada por la Guerra Fría. Las escenas de Londres son tan convincentes como las de Moscú, estas últimas tienen aún más impacto, porque siempre hay sensación de peligro; un espía aficionado aquí podría sucumbir fácilmente a su propia paranoia. Cumberbatch lo interpreta de forma brillante, construyendo a un hombre valiente dispuesto a pagar el precio definitivo para evitar que el mundo caiga en una guerra nuclear. El peso sobre sus hombros es siempre evidente en la interpretación del actor.
Cooke se apoya en Benedict Cumberbatch y Merab Ninidze para crear a los dos hombres como personajes de múltiples capas y ambivalentes. No hay nada heroico en ninguno de ellos, aunque ambos sospechan que la paz mundial depende de su labor de espionaje, y no sólo en la crisis de los misiles de Cuba. Ambos temen por su vida, sabiendo el precio que supone ser detenidos en la Unión Soviética. Penkovsky no sólo teme a los servicios secretos, sino también al sentido de clan de su familia y a los caprichos del jefe de Estado Nikita Serguéievich Jruschov (Vladimir Chuprikov). Esta atmósfera de paranoia creada por Stalin frente al omnipotente poder del estado, cuyos representantes como Penkowski viven con lujo para los estándares soviéticos, es hecha tan comprensible por Cooke como el miedo en Occidente al Este comunista.
La primera hora, que se centra en las relaciones humanas existentes y en ciernes en Inglaterra y en Rusia, se desarrolla mejor que la segunda, que es la de la prisión. Hay una dinámica dulce y realista entre Sheila y Greville. Buckley realiza una excelente interpretación que la lleva hasta el previsible momento en el que tiene que pivotar a la fuerte esposa que espera cautelosamente el regreso de su marido. Por supuesto, ella está convencida de que Greville la engaña cuando le pilla haciendo más ejercicio del que ha hecho nunca, por no hablar de que está probando cosas nuevas que nunca había considerado antes hacer en la cama. Buckley maneja esto con el toque justo de desconcierto y contundencia, advirtiendo que no será tan comprensiva si hay otra mujer. Su mejor escena es cuando se da cuenta de la verdadera naturaleza del secreto de su marido, y de cómo puede que nunca tenga la oportunidad de decirle que lamenta no haber confiado en él
Aunque no hay nada nuevo o transformador aquí, El Correo se mantiene a flote gracias a la actuación de Buckley, Cumberbatch y Ninidze. Desgraciadamente, la actuación de Brosnahan es plana, su personaje se siente completamente fuera de lugar, como si Donovan hubiera sido lanzada para inyectar un personaje americano en una historia muy británica. Su única gran escena, en la que trata de aterrorizar a Wynne describiéndole los cuatro minutos que tendría si una bomba nuclear se dirigiera a Londres, es poco convincente y no tiene el efecto de psicología inversa que la película cree que tiene.
Me sorprendió un poco que The Courier funcionara para mí tan bien como lo ha hecho, y debo dar algo de crédito a la temperamental fotografía de Sean Bobbitt y a la atractiva partitura de Abel Korzeniowski. Su trabajo me hizo pensar que esta película podría haberse realizado en la época en la que está ambientada. El filme es recomendable, ya que funciona de maravilla.
Evaluación: 3/5
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