Con su estreno un poco retrasado, Shazam: la furia de los dioses marca el final del antiguo universo DC y el comienzo de la nueva era de películas de superhéroes de Warner bajo la dirección de James Gunn y Peter Safran. La película comienza con el niño Billy Batson (Asher Angel) y su alter ego Shazam (Zachery Levi), ya crecidos e instalados en una casa de acogida de Filadelfia con sus hermanos de la ‘Shazamilia’, a los que se le han otorgado súper poderes. Pero desde el principio sus némesis les pondrán las cosas difíciles. Son las diosas, las hijas de Atlas interpretadas por Helen Mirren, Lucy Liu y Rachel Zegler, todas ellas hermanas que tienen miles de años y, sin embargo, Zegler es una joven de 21 años y Helen Mirren tiene 77, lo que significa que su madre biológica puede optar a algún tipo de récord Guinness.
Enfurecidos con el mago (Djimon Hounsou), que ha robado los poderes de Atlas y se los ha transmitido a la Shazamily, se abren camino desde el reino de los dioses hasta nuestro mundo, empeñados en recuperar esos poderes. Esta segunda película se centra mucho más en los otros niños/superhéroes y, apartando a Shazam del centro de atención, aparece Jack Dylan Grazer en el papel de Freddy, que se hace amigo de Zegler, quien, con el pretexto de ser una estudiante, se ha colado en su escuela y se ha convertido en su interés amoroso, aunque él no sepa quién es realmente. Mientras tanto, Mirren y Liu buscan un bastón mágico que les otorga todo tipo de poderes, y mientras Mirren lo maneja, Liu es capaz de dominar a los simples mortales susurrándoles al oído y haciendo que los ojos de sus víctimas se vuelvan vidriosos, ajenos a la vida que les rodea (en muchos sentidos, es el mismo efecto que sintonizar accidentalmente la radio en el programa de desayunos de Amanda Holden). Inevitablemente, todo queda en manos de la Shazamily, a la que los lugareños llaman temporalmente el fiasco de Filadelfia después de su intento no tan exitoso de salvar un enorme puente suspendido en una de las primeras y más coherentes escenas.
Shazam: la furia de los dioses se centra en gran medida, como se preveía, en el concepto de familia. Una decididamente no tradicional, formada por una pareja con seis hijos adoptados de diferentes realidades y orígenes. Uno de los mayores temores, surgido a raíz del final de la película anterior, era cómo se podría gestionar toda una familia de superhéroes, cada uno con sus propias personalidades y habilidades. Aunque éste fue el aspecto más difícil de gestionar, como admitió el propio director, el resultado es un equilibrio que no desagrada, sin dejar de dar a cada uno de los personajes la oportunidad de tener su propio momento, sin robar la escena al verdadero protagonista ni hacerla caótica.
Al contrario, la propia forma de tratar a los superhéroes familiares de Shazam contribuye a retratar mejor ese miedo especialmente vivo en el protagonista a crecer y verse cada vez más alejado de sus seres queridos. Más allá de esta dimensión íntima, que se maneja con buen control en relación con el resto de la narración, las secuencias más propiamente dedicadas a la actividad de los superhéroes son particularmente convincentes. Sin pretender exagerar, Shazam: la furia de los dioses consigue ofrecer escenas de combate y efectos especiales bien ejecutados, a veces incluso sorprendentes por la forma en que están logrados. Los poderes de Antheia, por ejemplo, resultan especialmente impresionantes.
Un presupuesto no especialmente elevado para una película de este tipo, en torno a los 100 millones de dólares, se explota así de la mejor manera posible (basta pensar que Ant-Man & the Wasp: Quantumania, con resultados nada positivos, tiene un presupuesto de unos 200 millones). Es cierto que no todo funciona a las mil maravillas, y que en su primera parte la película a veces tarda en arrancar, pero cuando lo hace, ¡Shazam! La furia de los dioses se convierte en un blockbuster muy disfrutable, capaz de sorprender, emocionar e incluso divertir con algunos chistes muy memorables.
Por no hablar, para terminar, de la habilidad de su reparto. Zachary Levi se muestra hábil manejando a Shazam, haciéndolo tan creíble en los momentos más cómicos como en los más heroicos. Helen Mirren y Lucy Liu, por su parte, se erigen como villanas convincentes, aunque sólo sea por su carisma innato, pero es la joven Rachel Zegler, descubierta por Steven Spielberg para West Side Story, la que cataliza toda la atención sobre sí misma. Con su Antheia, la actriz demuestra una vez más ser una intérprete con gran capacidad y presencia escénica. Así las cosas, a la espera ahora de conocer cuál será el futuro de Shazam en el Universo DC, uno sólo puede darse por satisfecho, si aprecia a este superhéroe y sus características, con esta secuela.
Shazam: la furia de los dioses ofrece mucho tiempo en pantalla a este último colocándolo en una historia romántica adolescente, algo que acaba creando otro problema más. Si en la película original Freddy sigue siendo tolerable, en esta secuela el personaje es casi insoportable. La comedia ligera y tonta que marcó la primera obra ya poseía niveles intencionados de cursilería en sus chistes. Sin embargo, la gran mayoría de éstos salen al paso, lo que resalta la parte más irritante de la personalidad de Freddy. Tal equilibrio tonal pierde el control, haciendo que varios momentos resulten forzados y excesivamente chirriantes.
No obstante, Sandberg consigue ofrecer un tercer acto capaz de salvar la película para muchos espectadores. La última media hora de Shazam: la furia de los dioses tiene esos niveles de energía, emoción y adrenalina que requiere una película de superhéroes, además de introducir giros realmente interesantes y momentos cómicos con principio, nudo y desenlace: nunca volveré a ver los unicornios de la misma manera. Los efectos visuales son excelentes, sobre todo teniendo en cuenta el presupuesto en comparación con otras superproducciones. Algunas escenas aisladas con actores delante de telas verdes/azules se notan demasiado, pero en general, es un esfuerzo muy satisfactorio del equipo de efectos especiales.
La banda sonora (Christophe Beck) eleva inmensamente el final, llegando incluso a provocar escalofríos y creando esa atmósfera épica que Shazam: la furia de los dioses tanto necesitaba para su conclusión. Una decisión narrativa que en particular es bastante atrevida y sin duda generaría mucha más conversación sobre la película, pero un momento «Deux ex machina» con un cameo totalmente ilógico e innecesario arruina cualquier posibilidad de que la secuela termine de forma realmente impactante. Peor aún es darse cuenta de que los tráilers contienen tantos y tantos spoilers que incluso el propio cameo pierde todo su factor sorpresa.
Shazam: la furia de los dioses casi consigue salvarse gracias a un reparto increíblemente carismático y lleno de energía, así como a un tercer acto realmente emocionante. Por desgracia, cae en la trampa de exagerar lo que funcionaba en el original, excediéndose en casi todos los aspectos narrativos y perdiendo autenticidad por el camino. Demasiado larga, aburridamente genérica y carente de una dirección más clara, sobre todo en el tratamiento de los temas familiares. Una comedia lejos de la eficacia de su predecesora que recomiendo a la gran mayoría de aficionados al género, que seguramente disfrutarán de la ligereza aún presente en esta secuela.
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