El novelista estadounidense William Lindsay Gresham (1909-1962) escribió en dos años y medio la novela de 332 páginas Nightmare Alley, que fue llevada al cine por Edmund Goulding sólo un año después de su publicación, en 1946. La protagonizaron Joan Blondell, que recibió una nominación al Oscar® a la mejor actriz de reparto unos años más tarde por No estoy sola y Tyrone Power, que se dio a conocer por películas como El Signo del Zorro y La Maravilla. En Latinoamérica, la película no se proyectó hasta siete años después de su estreno y se emitió con el título El charlatán, aunque el título internacional era mucho más común y aún hoy se utiliza mayoritariamente en el área. Este cambio de nombre, sin embargo, creó inconscientemente la posibilidad, ya entonces, de que el remake que ahora aparece se estrenara con el título de Nightmare Alley.
Para una película oscura, insidiosa y al mismo tiempo romántica, no puede haber nadie mejor que Guillermo del Toro, quien ya ha demostrado la belleza con la que puede contar historias insólitas. Como es habitual, pastorea a su alrededor un reparto brillantísimo y reúne nombres como Willem Dafoe, Toni Collette, David Strathairn, Ron Perlman, Richard Jenkins, Rooney Mara, Cate Blanchett y Bradley Cooper. Con este reparto, del Toro quiere contar su visión del lado oscuro del capitalismo estadounidense.
Stanton Carlisle (Bradely Cooper) tropieza con el negocio de las ferias más bien por accidente, después de que nada le retuviera en su antiguo hogar y de que haya vagado desorientado por la vida. Desde el principio, aprende el lado mágico de ser un showman y se da cuenta pronto de que el dinero se gana principalmente con mentiras y engaños, la manipulación, el secretismo y las ilusiones están cada vez más a la orden del día. La talentosa joven Molly (Rooney Mara) se enamora rápidamente del encantador recién llegado y juntos ven el gran éxito que les espera fuera del escenario de la feria. Con gran destreza, los dos comienzan a acechar a los ricos y bellos de Nueva York y se hacen un nombre como dúo de clarividentes que pueden descubrir todos los secretos. Pero cuando los dos conocen a la crítica psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), existe un gran peligro de que su estafa quede al descubierto. ¿Serán capaces de burlar a la inteligente dama?
A diferencia de la película original, Nightmare Alley se muestra ahora mucho más brutal, coherente y drástica en sus acciones y nos muestra al protagonista como una persona despiadada que pasa literalmente por encima de los cadáveres para que el castillo de naipes de mentiras e intrigas no se derrumbe. Los asesinatos y accidentes se escenifican de forma bastante sangrienta y brutal y, aunque hay muy pocos momentos de este tipo, no siempre son algo para los débiles de corazón. Por desgracia, la película no nos ofrece ninguna advertencia y nos deja correr hacia el cuchillo abierto de forma bastante espontánea. Especialmente hacia el final de la película, del Toro realmente da en el clavo y se asegura de que al menos una calificación PG 16 sea inevitable. En este punto también hay que elogiar, porque hace que toda la historia se sienta mucho más táctil y nos da una intensidad de la que el original lamentablemente carece un poco.
Pero al mismo tiempo ocurre algo muy curioso, porque del Toro, en su amor por las imágenes y el relato metafórico, se olvida demasiado de la construcción de sus personajes. Ya sea por los que son secundarios de primera clase interpretados por Ron Perlman y Willem Dafoe, que no pueden desarrollar realmente su actuación debido a la escasez de tiempo en pantalla, o por el papel protagonista de Bradley Cooper, que no es capaz de crear una conexión con el público como lo hizo Tyrone Power en el mismo papel en el año 1947. Resulta casi revelador cómo Dafoe intenta disparar toda su faceta de actor en los pocos minutos que dura la obra, clamando impotente por la atención. Además, la personalidad atribuida a Bradley Cooper sólo queda rudimentariamente clara, ya que ni siquiera llegamos a ver el decisivo proceso de desarrollo como artista, mientras que el original sigue mostrando varios de los espectáculos de ilusión y desacredita con cariño los trucos de magia, aquí se omiten casi por completo.
Al mismo tiempo, Cooper tampoco es, por desgracia, el casting ideal para el rol principal, ya que parece demasiado limpio e intacto para su papel desde la primera escena. No se le puede comprar un nuevo comienzo en la vida y su trabajo inicial por una miseria no parece dejar ninguna huella. De hecho, una inversión de papeles habría sido probablemente muy sensata, porque Willem Dafoe ya ha demostrado en El Faro que tiene un enorme talento para mimetizar personajes en las más diversas situaciones de la vida.
Del Toro se ciñe más a la novela y menos a la película. Pero su trabajo se compara con el de 1947, y ahí sale peor parado, porque hace cambios que perjudican la motivación del personaje y encuentra un momento final que tiene su justificación en el contexto de la historia, pero que sólo es un pálido reflejo de lo que presentaba El Charlatán.
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