(Colaboración especial para Nota Clave, de Hugo Pagan)
La infancia de Iván me llevó a recordar una de las frases que más me han marcado. “La infancia es como un cuchillo clavado en la garganta, no puede ser removido con facilidad”. El dramaturgo quebequense-libanés Wadji Mouawad utiliza esa metáfora en sus obras y el director Denis Villeneuve la ajusta como un guante en su adaptación de la obra Incendies (2010). Podría decirse lo mismo del pequeño Iván de Andrei Tarkovsky, su infancia es igual de convulsa que la de los personajes de Mouawad. Los horrores de la guerra golpean sin misericordia a todos, pero la inocencia es la víctima predilecta. Eso lo dibuja con una precisión demoledora el director ruso en su opera prima.
Los dioses del cine parecían estar dispuestos a sonreírle. El León de Oro en Venecia sería el primero de muchos premios que servirían para reafirmar ante los ojos de nosotros, los comunes, la genialidad de Tarkovsky. La infancia de Iván fue el inicio de una carrera que parió ocho largometrajes que son pilares en la historia del cine.
Infancia en tiempos de guerra
Ahí le vemos, alegre, lleno de vida, elevándose en cuerpo y alma hasta lo más alto como cualquier niño que bebe la vida a grandes sorbos. Pero es solo un sueño, la oscuridad le aplasta y la ausencia de la madre, arrancada de tajo, duele demasiado. Iván es un niño que ha perdido a sus padres a manos de los nazis en ese absurdo escenario que genera la guerra. En lugar de jugar a las escondidas con los de su edad, se aventura tras las líneas enemigas para robar información que pueda ayudar a los soldados soviéticos a detener el avance de los alemanes.
Desde los ojos de Iván (Nikolay Burlyaev) vemos su realidad, al tiempo que tratamos de asimilar ese mundo. En sus sueños vemos los últimos vestigios de la infancia. Se aferra a la silueta materna, a la voz dócil que solo le llama en su imaginario. La venganza impulsa sus acciones a falta de un mejor mecanismo para lidiar con la tragedia que se le persigue como sombra. Con él también conocemos a Galtsev (Evgeniy Zharikov) que es el vehículo que utiliza el director para narrar uno de los subtextos de la historia, el amor no correspondido. Igual nos encontramos con Gryaznov (Nikolay Grinko) que se erige como una dudosa figura paterna. Masha (Valentina Malyavina) completa el escenario y es el eje del conflicto amoroso.
Yusov / Tarkovsky
La actuación del joven Nikolay Burlyaev como Iván es en realidad magistral y uno de los puntos de apoyo más sólidos de la historia. Pero es en el universo visual donde La infancia de Iván se muestra en toda su majestuosidad. Vadim Yusov se convertiría en el cinematógrafo por excelencia de Tarkovsky y aquí ambos logran una película perfecta desde su composición visual. En cada secuencia todos los elementos aportan al discurso de la historia y nos ayudan a estructurar las emociones de los personajes. En muchas ocasiones vemos a Iván acorralado en el cuadro de la imagen y los elementos exteriores le presionan. Por ejemplo, en la secuencia del pozo o cuando camina por la ciudad devastada y se para frente a una de las casas y la cámara nos hace ver las ruinas como si fueran púas que le amenazan.
El claroscuro domina las secuencias en interiores y se utiliza a la perfección para retratar los primeros planos. Las líneas verticales y paralelas predominan en los planos exteriores y ayudan a crear el contexto de separación o acercamiento en las emociones de los personajes. La famosa secuencia del beso en el bosque entre Kholin y Masha es el momento donde todos los elementos entran en juego para fascinarnos con una especie de poesía visual.
El círculo se abre desde lo onírico y cierra impecable en ese mismo estado. Solo en sus sueños puede Iván encontrar sosiego, aunque sea de manera efímera. Esa telaraña que al inicio del filme parece atraparlo se materializa en la realidad que le toca vivir. Al final volverá a correr libre en la playa, pero un árbol muerto nos recuerda que ese galopar es sólo un parpadeo fugaz de una infancia mutilada.
10/10
Película completa:
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