MIAMI. Impactada por la muerte repentina de su padre, un rabino al que no ha visto desde hace mucho tiempo, la residente en Nueva York, Ronit (Rachel Weisz), regresa a la comunidad en la que creció, para honrar a su padre. Al llegar, todos parecen sorprendidos, como si su presencia no fuera deseada. Poco a poco, los comentarios inician y se revelan secretos de su pasado. En un mundo perfecto, para apreciar completamente la película y sus revelaciones, lo mejor sería no saber más. Desafortunadamente, los posters y tráiler ya cuentan demasiado. A pesar de todo, el director está pintando un microcosmos de rígidos principios morales y dogmas que son difíciles de romper.
El amor prohibido entre dos personas es definitivamente un artilugio utilizado en muchas de las historias románticas del cine y la literatura. Si bien las relaciones homosexuales han estado contándose más a menudo recientemente, el director tiene una chispa que lo distingue de otras películas recientemente promovidas por un público más amplio.
La pareja y su romance no es un pretexto para utilizar el arte y adornar la historia, sino que es artística en sí misma, involuntariamente y en esencia. La novela de Naomi Alderman esta fielmente adaptada, porque no guarda tanto la idea de rebelión más que una atracción. El director Lelio crea una languidez que hace de cada beso un clímax romántico. Los protagonistas son, sobre todo, personas que se aman antes de ser «rebeldes» o «atrapados»; ambas son alegorías del deseo y se funden en un ser platónico. El poder evocador no está en la pose, si no que teje la atracción como un lienzo sublime pero terriblemente frágil.
La coguionista Rebecca Lenkiewicz (Ida) nos da a conocer a los personajes sin caer en juicios. Y aunque podríamos apuntar a ciertos personajes y convertirlos en seres odiosos, hábilmente solo los muestran como fieles a su religión, según la cual viven y como seguidores de los preceptos que defienden. Lo importante para los autores, es principalmente reflejar la necesidad de las personas que operan en un sistema ultra-conservador, de emanciparse y vivir de acuerdo con sus propios valores. En esto, el mensaje es universal. Lelio y su director de fotografía Danny Cohen (“Les Miserables”, “Room”) eligieron imágenes de bajo contraste, evitando a toda costa los colores cálidos. Mientras que en su película anterior, la ganadora del Oscar a película de lengua extranjera “Una mujer fantástica”, inicia mostrando una paleta de colores vivos, que nos introducen en el mundo feliz de dos enamorados, en “Disobbedience” vemos un cambio drástico en la cinematografía y en su colorimetría. Sin los impulsos coloridos mencionados, en un ambiente (aparentemente) tan aburrido y riguroso, el más leve toque de luz adquiere la apariencia de un sol brillante. Aquí es más bien un gris permanente que ilumina la piel, la misma que trasciende melancolía; el tratamiento de los cuerpos y sus siluetas es fenomenal. Y, sin embargo, el director filma la piel de sus heroínas, siempre cubierta por capas de ropa, debajo de pelucas … Cuanto más se reprime a los amantes, incluso físicamente, más se excitan. Una elección que acentúa la austeridad que rodea a los personajes y separa a la comunidad del resto del mundo.
Por lo demás, la puesta en escena está enteramente al servicio de los actores, liderando a la excelente tríada Rachel Weisz, Rachel McAdams y Alessandro Nivola. Es apropiado elogiar a las actuaciones, los tres están tan cerca de la realidad que la barrera de la ficción es a veces muy vaga ya que su alquimia es sorprendente.
Pero el conflicto en esta situación es mayor, va más allá de lo visual, mostrando lo que hay detrás de las palabras y las acciones, el del libre albedrío y el escapar de la complacencia. Algunos podrían encontrar ciertos símbolos forzados, como la canción que suena en la radio, pero el deseo es tan abrumador que todo parece un signo o una excusa para amarse. Además, esta secuencia no cuenta con la extrema simplicidad de todas las demás escenas, y es allí donde radica el sentimiento de que pudo ser evitada.
La felicidad de escuchar nuevamente la voz del otro, de verse, de sentirse, de saborear su boca, de tocarla… todo está allí. Las miradas tienen un peso absolutamente extraordinario, incluso en el fondo cada una es una caricia.
Dovid encarnado por Alessandro Nivola es la representación perfecta de todas las dudas, de esta incompatibilidad confesional y moral con la realidad de la situación, que termina en un nivel particularmente magnífico.
“Disobbedience” permite que los personajes finalmente existan y sean libres, y esta expresión carnal tan cruda y tan pura es un momento hermoso y sensual, es un brazo extendido a la libertad. La película funciona, exceptuando quizás su epílogo que le obliga a evitar a toda costa un final feliz, quizás por necesidad injustificada.
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