Raúl Rivero (Morón 23 de noviembre 1945-Miami, 6 de noviembre 2021)

MATAR A UN POETA

Es muy hermosa la muerte de un poeta.

Lo recuerdan sus viudas más piadosas

hay muchas flores y ofrendas oficiales

y los compinches de bares y cantinas

lo evocan en las barras habituales

con oleadas de rones melancólicos.

Es excelente la muerte de un poeta

porque podemos recordarlo

con poéticos discursos

donde se disimulan con tinta de notario

las odiosas manías que acosan a esos seres.

Un poeta muerto permite que miremos

condescendientemente sus atrocidades:

se le perdonan los escándalos públicos

su amor por los aviones comerciales

el abandono de sus hijos

la fidelidad a los alcoholes

y su vocación de perdulario.

Las pocas irreverencias permitidas

se convierten en leves pecadillos

y las dudas, los traspiés, esas borrascas

las sospechas, lo oscuro, lo sombrío

baja en el ataúd con él

prendido en el alfiler de la corbata.

Es maravillosa la muerte de un poeta.

Enseguida surgen testimonios

redactados por un íntimo enemigo

y los atribulados editores de revista

garantizan el número que viene.

Tenemos, además, un nombre nuevo

para instaurar un premio literario

y otra fecha para relleno en los periódicos.

Una muchacha de provincia

ajada y sin jardín

pone unos versos malos

en su caja de música

y llora el viernes como nunca

por el destino de la protagonista

de la telenovela.

Pero es bellísima la muerte de un poeta

porque la muerte es una celada del amor terrestre.

Cuando se ha muerto un poeta

siempre hay alguien alegre

en una estancia deshabitada de ternura.

Es imprescindible la muerte de un poeta

porque sus cantos a la patria se liberan

y quedan fuera del dominio autoral

los poemas que escribió a sus mujeres.

Claro es mucho más difícil

abandonar con naturalidad las rosas secas

visitar el zoológico

cortar los crisantemos

recoger los vidrios

mirarse en los espejos

y ocultar en las gavetas

o en otros intersticios

los amores frustrados

Pero siempre es mejor un poeta muerto.

Nos queda limpia toda su poesía

y nos libramos del conflicto diario

de convivir con un hombre

que ama la vida desastrosamente.

Un hombre que no quiere la muerte

ni en poesía.

(Del libro Firmado en La Habana, 1985)

Esperamos tu comentario

Deja un comentario