MATAR A UN POETA
Es muy hermosa la muerte de un poeta.
Lo recuerdan sus viudas más piadosas
hay muchas flores y ofrendas oficiales
y los compinches de bares y cantinas
lo evocan en las barras habituales
con oleadas de rones melancólicos.
Es excelente la muerte de un poeta
porque podemos recordarlo
con poéticos discursos
donde se disimulan con tinta de notario
las odiosas manías que acosan a esos seres.
Un poeta muerto permite que miremos
condescendientemente sus atrocidades:
se le perdonan los escándalos públicos
su amor por los aviones comerciales
el abandono de sus hijos
la fidelidad a los alcoholes
y su vocación de perdulario.
Las pocas irreverencias permitidas
se convierten en leves pecadillos
y las dudas, los traspiés, esas borrascas
las sospechas, lo oscuro, lo sombrío
baja en el ataúd con él
prendido en el alfiler de la corbata.
Es maravillosa la muerte de un poeta.
Enseguida surgen testimonios
redactados por un íntimo enemigo
y los atribulados editores de revista
garantizan el número que viene.
Tenemos, además, un nombre nuevo
para instaurar un premio literario
y otra fecha para relleno en los periódicos.
Una muchacha de provincia
ajada y sin jardín
pone unos versos malos
en su caja de música
y llora el viernes como nunca
por el destino de la protagonista
de la telenovela.
Pero es bellísima la muerte de un poeta
porque la muerte es una celada del amor terrestre.
Cuando se ha muerto un poeta
siempre hay alguien alegre
en una estancia deshabitada de ternura.
Es imprescindible la muerte de un poeta
porque sus cantos a la patria se liberan
y quedan fuera del dominio autoral
los poemas que escribió a sus mujeres.
Claro es mucho más difícil
abandonar con naturalidad las rosas secas
visitar el zoológico
cortar los crisantemos
recoger los vidrios
mirarse en los espejos
y ocultar en las gavetas
o en otros intersticios
los amores frustrados
Pero siempre es mejor un poeta muerto.
Nos queda limpia toda su poesía
y nos libramos del conflicto diario
de convivir con un hombre
que ama la vida desastrosamente.
Un hombre que no quiere la muerte
ni en poesía.
(Del libro Firmado en La Habana, 1985)
Raúl Rivero (Cuba, 1945-2021). Fue uno de los mas importantes poetas y periodistas cubanos de los últimos 60 años. Fundador de El Caimán Barbudo. Excorresponsal de Prensa Latina. Tras ser condenado en 2003 a 20 años de prisión, y cumplir año y medio, salió en licencia extrapenal hacia España, gracias a la presión internacional. Radicado finalmente en Miami, falleció allí el 6 de noviembre del 2021. Publicó libros como Papel de hombre (Premio David de poesía, 1969), Poesía sobre la tierra (Premio Uneac, 1972), Corazón que ofrecer (1980), Cierta poesía (Premio Minfar, 1982), La nieve vencida (reportajes 1981), Puente de guitarra (México, 2002), Corazón sin furia (España, 2005), Vidas y oficios. Los poemas de la cárcel (España, 2006) entre otros. Premio Ortega y Gasset, Premio Reporteros sin fronteras, Premio María Moors Cabot, Premio Mundial de Libertad de Prensa de la Unesco «Guillermo Cano», entre otros.