Olga Guillot, bailando, en el Congreso Música, Identidad y Cultura 2013, Santiago de los Caballeros, a la izquierda Alfonso Quiñones a la derecha Chino Mèndez (Fuente: Centro Leòn)

Para recordar cómo se debe a la actriz y cantante Olga Guillot no hay que leer nada. Uno lo que tiene que hacer es ponerse a escuchar las piezas que cantó, las canciones a las que le puso su voz recóndita y única, que salía de unas regiones del corazón que nadie ha estudiado ni ha visto nunca.

Sí, esa es la manera de acercarse a ella, porque su música tiene el don de convertirse en una ráfaga misteriosa que llega para que la gente nunca esté sola. Y sus palabras han alcanzado un timbre que no considera geografías, no cree en fronteras y se desparrama lo mismo en Cuba, en México, en Estados Unidos, en Europa o en cualquier otro sitio de la tierra, con un recado de alegría, alivio, belleza y cercanía.

La señora Guillot produjo 50 álbumes y filmó 16 películas y le dio la inspiración al mexicano Agustín Lara para hacer este juego de palabras para retratarla: “Después del cielo, Cuba después de Cuba, Olga Guillot.”

Como esta semana no se celebra nada que tenga que ver con Olga Guillot, como no es su cumpleaños, ni se va a presentar un nuevo disco, me gusta recordarla. Festejar que pasa otro día sobre la tierra y en algún lugar del mundo ella respira y ama. Y a lo mejor tararea Miénteme asomada a una ventana. A una foto. De ahí que saque a flote los apuntes de una crónica donde consigo juntarlos brevemente en un quicio especial para fantasmas.

El asunto es ése. Recordarla y sentirla en la cercanía con esa voz de filo de navaja envuelto en seda que hiere, para que a nadie se le olvide recordar. Una voz que tiene el color de la piel de Olga y dormita en vela como sus ojos y cae como caen sus manos cuando los boleros vuelan sobre las cabezas, su vuelo estacionario de cámara lenta.

Sí, yo la recuerdo en días como estos en los que me gusta también leer al otoñófilo Gastón Baquero (Banes, 1914- Madrid, 1997), un poeta del trópico que no pudo ver más la luz de Cuba y se hizo amigo del mes de octubre en los atardeceres madrileños.

Un mes (en el que cumple años Olga) y al que Gastón, que llegó a entrar en confianza con él en Avenida de América, describía con una cascada de indecisiones y pequeños fraudes verbales. Dicho todo con mucho cariño y con el deslumbramiento que le producía al cubano el otoño, la dignidad hecha calendario, una estación en la que octubre escala sereno la ventana y se fuga del ardiente corazón del estío.

Así es que, se escuchan las canciones y se leen los poemas en el camino hacia una opacidad de otras noblezas. Un sitio donde vive y respira la Guillot y se mantiene entera la memoria del poeta.

Olga Guillot entra en la estación que viene porque es una actriz que canta. Y Gastón Baquero porque fue el inocente que se tuvo que ir a morir lejos y dejó escritas las palabras más bellas y hondas en la arena.

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