¿Ya tenemos todo para celebrar la Nochebuena y al día siguiente, “recalentao” incluido, conmemoraremos lo que creemos es la Navidad? Pero somos capaces de recordar el motivo que da origen a esta festividad que ha diversificado sus formas de ser celebrado.
La Biblia cuenta el origen de la Navidad:
«Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue (Lucas, 2,6-7).
Una descripción con mayor detalle, nos refiere:
“Hace más de dos mil años una mujer de la ciudad de Nazaret llamada María fue visitada por un ángel llamado Gabriel, quien le dijo a esta mujer judía que daría a luz a un hijo y que le pondría de nombre Jesús, pues sería el hijo de Dios. María era virgen y estaba por contraer matrimonio con un hombre llamado José. Al ver que María estaba embarazada, José confundido y algo dolido quiso dejarla en secreto para que nadie fuera a lastimarla, pero el ángel Gabriel vino a José y le contó exactamente lo que María ya le había dicho a José, que este bebé es hijo de Dios que será llamado Jesús y que salvará a su gente de todo pecado”.
No fue el 25 diciembre
La natividad o nacimiento de Jesús se describe en los evangelios bíblicos de Mateo y Lucas. Los dos relatos coinciden en que Jesús nació en Belén de Judea, su madre María estaba desposada con un hombre llamado José, que descendía del rey David y no era su padre biológico, ya que su nacimiento fue causado por la intervención divina. Jesús no nació 25 de diciembre.
Esa fue una fecha seleccionada por conveniencia. La elección del 25 de diciembre como fecha de la Navidad es una elección para facilitar la conversión de la población romana al cristianismo.
National Geographic, al menos con algunas referencias, no se puede decir lo mismo del día. El 25 de diciembre, la fecha elegida para celebrar su natalicio, es con toda seguridad una elección intencional, ya que ni siquiera las fuentes religiosas primarias mencionan tal día.
De hecho, en los primeros tiempos del cristianismo, la celebración de la natividad de Jesús —la Navidad— la fecha ni siquiera fue importante.
La primera referencia al 25 de diciembre data de la época del emperador Constantino, quien legalizó la práctica del cristianismo.
Solo a partir de entonces el proselitismo de esta religión estuvo permitido y, con esto, surgió la preocupación por la conversión de la población pagana: es por ese motivo que mucha de la tradición cristiana está elaborada para ser fácilmente interpretada y aceptada por un público de cultura grecorromana.
Según la Real Academia Española (RAE) la palabra Navidad procede del latín tardío “nativitas, –atis«, que significa nacimiento. La RAE lo define tanto como la festividad anual en la que se conmemora el nacimiento de Jesucristo, pero también, por extensión, como el tiempo comprendido entre Nochebuena y la festividad de los Reyes Magos.
Evitar el puritanismo
Pero se debe evitar el facilismo purista de juzgar toda la sociedad por la forma en que conmemoramos la Nochebuena y la Navidad. Es ese un riesgo atractivo y tentador, pero no siempre justo e integral en el análisis.
Pero he aquí, mirando el motivo que le da origen, hemos estado conmemorando la Navidad, tal cual lo haremos ahora, de forma equívoca.
Nadie quiere ser puritano, ni chapado a la antigua, ni ratón de templos, pero se impone recordar que el motivo de la Navidad supera la forma en la cual celebramos este tiempo.
Nadie quiere quitarle su derecho a disfrutar del pavo, (¡Dios nos libre!), ni de eximirse del moro de guandules, la ensalada rusa, el ponche, el pollo relleno, loa manicongos, los dulcitos latigosos de colores, el abanico amplio del alcohol en todas sus marcas y formas, pero ¿tienen estas actitudes de consumo, algo que ver con el nacimiento de quien vino como niño en Belén, con la misión de redimirnos del pecado?
No se niega el rol – necesario y justificado— de acercamiento de la familia para consigo misma– que es una función actual de la celebración que comentamos. Y cuando ese acercamiento se produce, aun cuando no reivindique plenamente el origen real de la Navidad, ya hay ganancia.
Obvio que, ante la distancia entre el motivo de fe de la Navidad y la forma en que la conmemoramos, se impone lograr un punto medio que no impida el disfrute, que practique la práctica del perdón como forma de fortalecimiento del vínculo entre humanos.
Hay que dar oportunidad del encuentro familiar y el disfrute de la oferta gastronómica, que tiene sin dudas un enorme poder de atracción.
Tiempo para el perdón
La Navidad puede ser también tiempo de reinicio y época de perdón. Pero de perdón real. Cuando un ser ofendido, perdona a su ofensor realmente, cuando desocupa sus espacios interiores, de la mala onda viscosa, de la incapacidad de personar, para establecer un nuevo nexo sano y renovador, entonces se ha honrado la misión que Jesús vino a traer al mundo, aun cuando quien perdona no acuda a templo alguno.
Hacemos una fiesta de consumo gastronómico, de fomento de actitudes superficiales, como buena parte de las “felicidades” que se desean casi mecánicamente, con frases hechas cuyo significado real no sentimos. Pero hay que admitir que existe, pese a todo, abundancia de sinceridad en los deseos expresados.
Es lo más probable muchas personas que sinceramente deseen felicidad a los demás, pero ¿Todos lo sentimos así? ¿O estamos comprometidos con una celebración que se ha divorciado de su origen? ¿Se nos ha olvidado?
El poder del perdón de Jesús, es infinito. Y comienza por perdonar la forma incorrecta de recordar su nacimiento de Jesús.
Referencias:
La Biblia. Libro de Lucas: https://www.iglesia.net/biblia/libros/lucas.html
(https://www.nationalgeographic.com.es/)
Página de la Real Academia Española (RAE): (https://www.nationalgeographic.com.es/)
José Rafael Sosa periodista dominicano, editor, gestor cultural y escritor de literatura de soporte existencial y emocional a la gente , origami y comunicación masiva.